Farándula

"Es un error, soy un niño, no una niña"

Jacob recuperó la alegría de vivir

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"Es un error, soy un niño, no una niña". Esta frase, repetida durante meses en casa y en la escuela, y acompañada por crecientes señales de depresión, convenció a los Lemay: la pequeña Mia, nacida en el 2010, debía pasar a ser Jacob a los ojos del mundo.

Mimi y Joe Lemay viven en Melrose, al norte de Boston, Estados Unidos. Tienen dos hijas, de 8 y 4 años, y ahora un niño de 7, antes llamado Mia y rebautizado como Jacob en el 2014, a sus 4 años.

En momentos en que el debate sobre los niños transgénero sacude a Estados Unidos, sobre todo tras la revocación en febrero por parte del gobierno de Donald Trump de una norma de la era Obama que permitía a estudiantes transgénero utilizar los baños adecuados a su identidad de género, estos jóvenes padres comparten con otros la experiencia que sacudió a la familia.

Han pasado casi tres años desde que los Lemay aceptaron la transición del hijo.

Aunque el entorno la aceptó generalmente bien, Mimi reconoce haber pasado momentos difíciles y jornadas de dolor auténtico.

"Soy muy feliz de ver a mi hijo desarrollarse plenamente, pero me preocupa también la hostilidad del mundo y hay también un sentimiento de pérdida", dice.

Los Lemay no se arrepienten de nada: Jacob, con su cabello corto, y que dice adorar tanto el fútbol como la costura con la sonrisa de un niño que pierde sus primeros dientes, recuperó rápidamente la alegría de vivir. Esa es "la mejor de las terapias", según Mimi.

Apenas unas semanas después de la transición, cuenta Joe, Jacob volvió a reír, estaba contento de levantarse por las mañanas.

"Fue como si alguien hubiera súbitamente vuelto a encender la luz", dice Mimi.

Esta madre, de 40 años, criada en un hogar judío ultraortodoxo que abandonó cuando llegó a la mayoría de edad subraya también cómo la ruptura con su pasado la ayudó a atravesar esta prueba.

"Habiendo pasado por eso, era para mí más fácil decir a mi hijo: 'Sean cuales sean las normas sociales, te veo, veo la persona que está dentro de ti y eso es mucho más importante para mí, no necesito respetar las convenciones'", cuenta.

Su marido Joe, de 39 años y cofundador de una empresa que hace carnés de notas digitales, también se muestra satisfecho de la decisión.

"Pero había visto a mi hijo, yo le llamaba 'bebé Buda', tan lleno de vida, sonriente, tornarse cada vez más sombrío",  contó Joe.

Después de  consultar a especialistas y a asociaciones de niños transgénero, la opción era clara.

Los padres  contaron que si se negaban a que fuera un niño continuaría viviendo en la vergüenza y corría el riesgo de desarrollar verdaderos problemas mentales, sobre todo con un riesgo elevado de suicidio.

Si lo aceptaban, "las reacciones del entorno podrían molestarnos enormemente, quizás obligarnos a mudarnos", pero eso parecía lo menos grave.

Los Lemay ignoran lo que pasará cuando Jacob llegue a la pubertad, si querrá o no iniciar un tratamiento hormonal con una eventual operación que lo transformaría de manera definitiva.

Pero se ven a sí mismos como un salvavidas para otros padres confrontados a niños que rechazan la identidad sexual dictada por su cuerpo. En las redes sociales, durante seminarios sobre cuestiones transgénero o en el seno de asociaciones de defensa de los derechos LGBT, testimonian frecuentemente sobre la armonía que ha recuperado su hijo.

Después de su transición en junio del 2014, Jacob pudo cambiar de escuela y ser aceptado de entrada como un chico sin que sus nuevos compañeros conocieran su identidad anterior.

Con la ayuda del distrito escolar, la directora de su nueva escuela, Mary Beth Maranto, cuenta que organizó una formación para el personal que permitió "aprender muchas cosas sobre la población transgénero" y "familiarizarnos con esta nueva parte de nuestra cultura".

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