Sergei Santos, dueño y creador de un robot sexual, está como un miura ya que durante una exhibición de artículos electrónicos muchos calenturientos violaron y casi destrozan a su muñeca artificial.
El señor asistió con "Samantha" al Ars Electronica, en Austria, uno de los festivales de arte electrónico más prestigiosos del mundo, un sitio que se presta más para la la excitación de la mente y del intelecto que a las necesidades sexuales. No obstante, los hombres asistentes al festival le metieron tanto la mano, la mayoría de forma poco respetuosa que al finalizar la cita su dueño tuvo que pasarla al taller para que le retiren y reparen varias partes del cuerpo.
Santos, habló de una experiencia traumática para su robot, ya que acabó muy deteriorada debido a los tocamientos a los que fue sometida.
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La gente se restregó con sus brazos, la penetró con los dedos, le manoseó los muslos y se montó en sus piernas. Sus manos acabaron con dos dedos rotos. Sus pechos terminaron destrozados. Al finalizar el festival, el cuerpo de la muñeca había quedado prácticamente inservible.
“La gente puede ser mala. Al no entender la tecnología y al no tener que pagar por usarla, trataron a la muñeca como bárbaros”, dice Santos indignado.
Samantha quedó magullada, pero su paso por el Ars Electronica puede considerarse un éxito. Al interés de los visitantes tocones hay que sumar el de varios propietarios de prostíbulos. Uno de ellos es Peter Laskaris, mánager de un burdel en Viena.
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En declaraciones al Daily Mail, Laskaris opina que más y más burdeles irán incorporando robots a su repertorio de trabajadoras sexuales, a pesar de lo caras que son, porque empiezan a convertirse en “un fetiche sexual de tendencia”.
Samantha cuesta unos 4.000 dólares (cerca de dos millones y medio de colones). Según Santos, ya tiene vendidos 15 ejemplares.