Nacional

Familia de Sarchí hace negocio al vender cucarachas para comer

Larvas y grillos son otros exóticos platillos

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¿A qué sabe una cucaracha? Con esa pregunta nos fuimos para Sarchí y teníamos muy claro que la respuesta solo podía saberse comiéndose una, así que sin mucho mate, pero con muchas dudas, nos comimos una… en realidad fueron dos, una frita y la otra en chocolate.

La vaina no es tan fácil como escribirla, porque mentalizarse para comerse una cucaracha no es comida de trompudos. Uno piensa que se le va a atravesar en la garganta una pata de la cuca o que un ala se le va a pegar entre los dientes. Para mí fue peor porque como tengo frenillos uno piensa que medio cuerpo de la cuca se le va a quedar pegada como una calza de frijol.

Todo comenzó cuando mi compañera Karen Fernández propuso el tema de entrevistar a la gente de una página en Facebook que se llama Costa Rica Come Insectos, al jefe le encantó la idea, pero dijo que tenía que hacerse el tema en primera persona, o sea, nada de contar que alguien vende cucas para comer, sino irlas a probar, fue ahí cuando Karen se echó para atrás y dijo que jamás se la comería.

Entre seis compañeros se hizo una rifa para definir quién iría por esa sabrosera, el ganador fue Ricado Silesky, pero el día de la rifa estaba libre y desde la casa dejó bien claro que tampoco se comería una cuca, por lo que no iría a Sarchí.

Como nadie quería ir recordé que en Guadalajara, México, hace varios años, comí grillos en chocolate y fritos, me acordé que cuando existió en Tiquicia el Iguana Park en Guápiles, comí iguana, también he comido anguila y culebra, incluso una vez probé una sopa de mono en playa Agujas, en Quebrada Ganado; no lo pensé más y me tiré sin poner ni las manos, dije que yo le entraba a la cucaracha y llamamos a la gente de Costa Rica Come Insectos para coordinar la cita, no estaba muy convencido, pero me apunté.

Todo quedó listo para el martes 18 de julio, a eso de las nueve de la mañana. Cuando me levanté ese día estaba listo para echarme para atrás, la verdad me iba a reportar enfermo, confieso que el asunto de la cuca me tenía feo sicológicamente.

Me levanté, me bañé y agarré el teléfono dispuesto a llamar al jefe para reportarme con dolor de estómago, pero de un pronto a otro me envalentoné y me inyecté energías positivas. Por si las moscas sólo me tomé un café, si el asunto se ponía feo, era mejor ir en ayunas para que el ridículo no fuera tan grande.

Tuve una muy mala señal antitos de salir de mi casa en barrio Cuba, en la entrada como que me llegó a enjachar una cucarachota de esas patinetotas que son grandísimas, no la quería ni ver, pero me estaba enjachando como si supiera que iba saliendo con la intención de comerme una primilla de ella. Casi me devuelvo para activar el operativo dolor de estómago y no ir a trabajar, pero me dio vergüenza que una cuca me bajara las pilas, así que me hice el maje, agarré el casco y sin ver para atrás me monté en mi bichita y fui para el brete.

No sé si a alguien le ha pasado que uno se promete no ponerle mucha mente a un asunto y termina pensando solo en eso, así que cuando venía de camino solo pensaba en una palabra, cucaracha, cucaracha, cucaracha, fue imposible sacarme la cuca de la mente.

Llegué al brete como 15 minutos tarde de la hora que programé para salir, esperaba que la gente de transportes me dijera que se había cancelado el viaje porque yo llegué tarde, pero no, estaban hasta felices de verme, o sea, se acabaron mis esperanzas de que algo evitara que fuera a Sarchí.

Me monté resignado y calladito, iba el chofer, el fotógrafo y yo, pero nos tocó recoger dos compañeros para dejarlos de camino, no sé por qué, ni sé quien habló del tema, pero una de las dos personas que recogimos, que era mujer, comenzó a hablar del asco de comer insectos, que ella jamás y que Dios guarde una cucaracha, yo casi me tiro del carro, ahora sí totalmente arrepentido. Cuando dejamos a esos compas el viaje cambió porque hablamos de otra cosa y me olvidé de la cuca por media hora.

Llegamos y comenzamos a buscar el lugar exacto donde queda Costa Rica Come Insectos, en San Juan de Sarchí, que está a la par del vivero San Juan.

La mente comenzó a ganarme y me puse bastante nervioso. Lo primero que nos topamos fue a doña Gabriela Soto, una de las dueñas del negocito de cucarachas en chocolate, ahí si que casi me enfermo de verdad, se me aflojaron las piernas y no quería ni hablarle, ella toda amable y yo la odié desde que la vi porque por culpa de ella estaba yo en esas.

Cuando entré de una vez me enseñaron el menú ya servido: larvas de escarabajo pequeñitas y grandotas; grillos fritos y en chocolate y el platillo principal, cucarachas fritas y en chocolate.

“Eso es lo que usted va a comer hoy”, me dijo doña Gabriela y yo por dentro quería matarla.

Pero Dios nunca abandona, doña Gabriela nos invitó muy dulcemente a entrar a su casa y ahí estaba mi ángel, se llama Almendra, es la hija de doña Gabriela, (no les digo cuantos años tiene porque es un secreto que ella no me dejó contar), es una niña preciosa que de un pronto a otro se puso a comer larvas de escarabajo, así como si fueran confites.

Esa fue mi salvación, ver una niña comiendo insectos como si nada y cogiendo una y otra y otra larva, me quitó de un solo todos los miedos sicológicos.

Inmediatamente me apunté con Almendra a comer las larvitas de escarabajo que como me advirtió el angelito, me supieron a palomitas de maíz, saladitas y crujientes.

Me tocó después probar las larvas grandototas, esas igual sabían saladitas y crujientes, pero olían igual como cuando comienza a llover, a tierra mojada, es difícil de explicar, pero básicamente al final saben como a tierrita, nada desagradable, pero sí dejan como mucha basurilla en la boca.

A eso de las 11 de la mañana, como que ya en las casas comienzan a pensar en el almuerzo y doña Gabriela también se apuntó, así que nos fue alistando para los dos platillos principales. Mientras nos explicaba que en otros países, como México, se comen los insectos de lo más normal, nos fue alistando un grillito frito.

Después de las dos larvas ya había perdido el temor a los insectos, estaba motivado, además, como no había desayunado, el hambre comenzó a apretar y más bien fui yo el que pidió el grillo. Me lo sirvieron sin nada de chocolate, recién saliditos de la fritanga.

Doña Gabriela congela todos los insectos, después los lava con agua fría, los hierve y los echa a freír en aceite de ajonjolí, el paso final es bañarlos en chocolate.

Cuando me explicó eso me alegré porque sabía que el grillo estaba bañadito. Tampoco lo pensé y me lo eché a la boca, es crujiente y saladito, rapidito se me despedazó y comencé a sentir un boronero medio incómodo, pero sin saber feo, casi de inmediato agarré uno de los grillitos que ya estaban achocolatados y me lo comí con mucha tranquilidad, porque estaba seguro que el chocolate más bien me iba a salvar la tanda y así fue, lo único es que ahora tenía mucha basurilla, duré como 15 minutos con esa sensación.

Todo me pasó de castaño a oscuro cuando ya me acercaron las cucarachas fritas. Es que ya verlas junticas en un plato es otra cosa, se me olvidó que eran cucas producidas, especialmente para comerlas y la panza me comenzó a dar vueltas.

Doña Gabriela fue siempre muy tierna y amable, para ella es normal comerlas y me dijo algo que también me ayudó mucho, “vamos juntos, agarre una usted y yo otra y nos la comemos al mismo tiempo”.

Mientras atollaban tres cucas en chocolate, yo agarré una frita, le eché un poco de aceite de ajonjolí, un poquito de sal, no lo pensé mucho y me la metí en la boca. Comencé a masticarla y no me supo a casi nada, también sentí mucha basurilla en la boca, pero al final, cuando comencé a tragármela sí me supo como a lo que huele la cucaracha, no me dio mucho asco, pero me complicó ese sabor.

Así que rapidito anoté un gol de taquito, agarré la cuca con chocolate, aunque solo iba por probar una, pero sabía que el chocolate me iba a ayudar porque si seguía con ese sabor de cuca en la boca se me podía complicar el partido en el estómago.

Y así fue, la cuca achocolatada me salvó el paladar, la mastiqué y me la tragué rápido, no me supo a cuca, eso sí, me quedó el paladar con sabor a ese olor de cucaracha como por media hora. Pasaban los minutos y las basurillas en la boca no se iban, no quería sentir más la cuca en mi boca y la seguía sintiendo, pero ya por asuntos sicológicos.

¡Pasé la prueba! Doña Gabriela me ofreció una cucarachota de esas patinetotas, pero me acordé de la que me saludó en la mañana al salir de la casa y le dije muy serio que ya no más, que iba por probar una y había probado dos, era suficiente.

La cucaracha es crujiente y no sabe salada, al final uno siente un sabor exactamente igual a lo que huelen las bichas esas cuando uno abre una alcantarilla, es un sabor tan particular que para que me entiendan mejor, lo único que puedo hacer es invitarlos a visitar a doña Gabriela para que les cocine unas cuantas… ¿Se animan?

Eduardo Vega

Periodista desde 1994. Bachiller en Análisis de Sistemas de la Universidad Federada y egresado del posgrado en Comunicación de la UCR. Periodista del Año de La Teja en el 2017. Cubrió la Copa del Mundo Sub-20 de la FIFA en el 2001 en Argentina; la Copa del Mundo Mayor de la FIFA del 2010 en Sudáfrica; Copa de Oro en el 2007.

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