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El otro combate de los luchadores de sumo tras su retirada deportiva

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Cuando Takuya Saito puso fin a su carrera en el sumo a los 32 años, no tenía ni formación ni experiencia profesional, y tampoco una idea precisa sobre su futuro, al igual que otros muchos luchadores de esta ancestral disciplina deportiva japonesa.

Si bien los que hayan logrado formar parte de la élite del sumo pueden aspirar a abrir su propio 'heya' (lugar de vida y de entrenamiento de los luchadores), este honor está muy restringido: el año pasado, 89 luchadores pusieron fin a sus carreras, pero sólo siete permanecieron en el seno de la Asociación Japonesa de Sumo.

Una vez cortado su moño, símbolo de su retirada deportiva, muchos encauzan su vida hacia la restauración, empleando su saber adquirido al cocinar para sus compañeros de 'heya', o se convierten en masajistas o en agentes de seguridad.

"Primero quise convertirme en panadero", cuenta a la AFP Saito, hoy de 40 años. "Pero cuando lo intenté me dijeron que estaba demasiado gordo", afirma este hombre, que llegó a pesar 165 kilos durante su carrera.

"Pasé por muchas entrevistas de trabajo pero no tenía ninguna experiencia, ni siquiera sabía usar un ordenador", recuerda. "Me hicieron ver que no servía para ingresar en el mundo laboral. Sentí un gran complejo de inferioridad".

Afirma que entonces se dio cuenta de que la vida de 'rikishi' (luchador de sumo), con su estricta disciplina y sus duros entrenamientos, era más dulce que el mundo exterior.

"Mi maestro me permitió seguir viviendo unos meses en el heya, me aconsejaba, su esposa preparaba la comida y me daba ropa porque yo no tenía mucho dinero".

Luego de un tiempo de dudas, Takuya Saito decidió ser secretario administrativo, una profesión que obliga a aprobar un examen anual en Japón.

Logró su diploma al tercer intento, y decidió especializarse en la gestión de la apertura de restaurantes, una forma de ayudar a otros 'rikishi' retirados a integrarse en la sociedad.

Un viejo amigo, Tomohiko Yamaguchi, que le confió la gestión administrativa del establecimiento que posee en Kyoto (oeste), reconoce que la sociedad nipona puede tener prejuicios contra los 'rikishi'.

"El mundo del sumo es muy particular y creo que la gente de fuera no puede entenderlo. Pueden pensar que es difícil hacer trabajar a un luchador de sumo en una empresa".

Para los propios luchadores tampoco resulta cómodo el regreso a una vida de anonimato luego de estar habituados a los ceremoniales y a los halagos.

"Cuando aún tenía mi moño mucha gente me prometía oportunidades profesionales y yo creía que encontraría trabajo sin problema", reconoce Takuya Saito. Pero una vez cortado el moño, "el silencio".

Keisuke Kamikawa, convertido en luchador a los quince años, también pasó por momentos de incertidumbre, y desea poner su experiencia al servicio de "jóvenes retirados".

Este exluchador de 44 años está hoy al frente de SumoPro, una agencia de talentos para antiguos luchadores, que sirve de intermediaria para castings de películas, anuncios o espectáculos de sumo para turistas.

Esa demanda se vino abajo a causa de la pandemia, pero Kamikawa gestiona asimismo en Tokio dos establecimientos de acogida para personas mayores, con personal compuesto por antiguos luchadores.

"Creo que los luchadores de sumo tienen predisposición para cuidar a la gente", dice Shuji Nakaita, uno de los empleados, luego de una partida de cartas con dos inquilinos del establecimiento.

Porque los luchadores de rango inferior tienen la costumbre de servir a los más fuertes en el 'heya'. Hasta 2019, Nakaita se ocupaba del campeón Terunofuji, que hoy ostenta el rango supremo en el sumo, el de yokozuna.

"Yo preparaba sus comidas, le frotaba la espalda en el baño... Hay similitudes con el cuidado de las personas mayores", estima.

"Ellos son muy fuertes, reconfortantes y amables", apunta Mitsutoshi Ito, de 70 años, que frecuenta el establecimiento desde hace poco tiempo, y que confiesa que le gusta debatir sobre sumo con antiguos 'rikishi'.

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