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En Viena, una familia ucraniana al albor de una nueva vida

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El inicio de las clases, puso fin a meses de ansiedad y dudas para la familia Titkov, que finalmente decidió quedarse en Viena, adonde llegó poco después de la invasión rusa de Ucrania, para iniciar una nueva vida.

El lunes, Danylo, Denys y Dmitry, de 9, 11 y 15 años respectivamente, visitaron por primera vez su nueva escuela en la capital austríaca.

"Un poco nerviosos" debido al nuevo idioma, prepararon regalitos y una carta para sus profesores. En Ucrania, la tradición es ofrecerles flores.

La AFP ha decidido seguir durante un año a estos refugiados de Irpin, al noroeste de Kiev, para documentar las distintas etapas de su nueva vida en Austria, un país donde más de un cuarto de la población es de origen migrante.

La madre, Irina Tirkova, de 39 años, considera que la escuela es la primera etapa de la integración.

Danylo, el menor, ya se siente como pez en el agua. De manera espontánea, enumera en alemán la lista del material que necesita para las clases. Pero aún así, añora su país y se siente aislado.

El mayor, Dmitry, prefiere juntarse con sus amigos ucranianos en vez de trabajar. Irina ha pedido cita con su directora para encontrar una solución.

La mujer hace cuanto está en su mano para que los chicos se sientan como en casa.

Acaban de mudarse a un piso de tres habitaciones que da a un patio lleno de árboles, en un barrio residencial situado a media hora del centro.

Un verdadero alivio para Irina Titkova: hasta ahora, la familia vivía en un alojamiento de un solo cuarto que habían encontrado a través de unos conocidos suyos.

"El día de mi cumpleaños, recibí una llamada de una asociación: nos habían encontrado un departamento. ¡Un milagro!", cuenta.

Por 400 euros al mes, su hijo mayor puede tener ahora su propia habitación para tocar la guitarra. Los otros dos, unos auténticos torbellinos, duermen en literas. En el balcón, una hamaca invita a descansar y no pensar más en lo difícil que lo tuvieron en los últimos meses.

Según Irina, esta nueva situación les "reconforta".

Y aún así, empezar una nueva vida en el exilio, lejos de su país, dejando atrás a su familia, su estatus, su profesión... no es fácil.

En Ucrania era profesora de inglés pero en Austria ha encontrado trabajo como cajera en una cadena de restaurantes estadounidense. Su marido, que era fisioterapeuta en su país, se encarga de tareas de mantenimiento en el mismo establecimiento.

"Es duro, pero es dinero que gano yo y que no me da nadie. Tenemos el sentimiento de ser iguales, de ser útiles para la sociedad y no solo refugiados" que viven de ayudas sociales, afirma la mujer.

Hasta ahora, la familia, que llegó a Viena un poco por azar, porque a Irina le había gustado "la belleza y el lado multicultural" de esta ciudad durante un viaje, no se planteaba quedarse.

Era "complicado acostumbrarse a un nuevo país, entender las normas, la cultura, saber a quién dirigirse", explica el padre, Valerii, que no hablaba inglés cuando llegó y que insiste en su "infinito agradecimiento" con quienes les apoyaron.

En junio, estaban a punto de volver a Ucrania. Ante las noticias del frente, donde tienen a algunos familiares combatiendo; los relatos de los crímenes de guerra y las muertes de amigos, Irina se sentía mal, culpable, de no poder ayudar.

Pero luego, los enfrentamientos se incrementaron y la familia reflexionó.

"Cuando veo imágenes de soldados luchando, evidentemente que me da una pena enorme", confía Valerii. "Pero, honestamente, yo sería incapaz de ir a la guerra. No puedo ni matar a un insecto".

"Quizá sea nuestro destino estar aquí, la oportunidad de explorar otra cultura", comenta Irina.

De los 7 millones de desplazados ucranianos registrados en el continente --según las últimas cifras del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR)-- pocos hombres han escapado a la movilización general.

Pero a Valerii, un hombre corpulento y amante del fútbol, lo autorizaron a irse porque tenía tres hijos.

Esta es la segunda vez que Valerii, rusohablante, ha tenido que abandonar sus raíces para instalarse en otro país. Cuando tenía 13 años, dejó Azerbaiyán y se mudó a Kiev.

Pero en casa de los Titkov, no solo los más pequeños van a clase. A finales de mes, Valerii e Irina también volverán a las aulas, en su caso, para tomar clases de alemán.

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