La cantaora flamenca Rocío Márquez decidió un buen día que para abrazar toda la variedad del flamenco tenía que ser como una arqueóloga, explorar sus orígenes e innovar sin temor a salirse de los cánones.
El último espectáculo de la cantante de Huelva (suroeste de España) es un buen ejemplo de su labor por llevar al flamenco hacia nuevos terrenos. Junto con el coro francés Ensemble Aedes, presentó en París un concierto donde la polifonía barroca y los temas de Claudio Monteverdi se mezclan con tarantas, tangos y seguiriyas flamencos.
"Es alguien que no duda en romper los códigos", reflexiona su compañero en esta aventura, el director del coro, Mathieu Romano.
En "Lamento", la obra que han creado juntos, Márquez pone su libertad interpretativa al servicio de un coro de 24 personas, "que tiene un sonido celestial", cuenta la artista en una entrevista con la AFP.
Rocío Márquez cerró su gira en Francia con un concierto en el festival Fiesta des Suds en Marsella el jueves.
Nacida en 1985, la cantaora se dio a conocer en el mundo del flamenco cuando en 2008, con apenas 22 años, se alzó con el premio de la Lámpara Minera, el máximo galardón del Festival del Cante de la Unión, lo que los flamencos llaman "la catedral" de su arte.
La niña, que empezó anotando en servilletas las letras que le cantaba su abuelo en su taberna de Huelva, tiene ya siete discos de estudio e incluso se ha doctorado en la Universidad de Sevilla con una tesis sobre la técnica vocal en el flamenco.
Sin embargo, desde sus primeros álbumes más apegados a la tradición flamenca hasta los dos últimos "Visto en El Jueves" (2019) y "Omnia Vincit Amor" (2020), con Enrike Solinís, donde Márquez ha ido incorporando cantes y melodías que van desde la música barroca a tonos más pop, la artista se ha ido construyendo un universo propio.
"Me parece ahora mismo una de las figuras más interesantes del flamenco por lo libre que es", reconoce Chema Blanco, director de la Bienal de Flamenco de Sevilla.
Una carrera que, confiesa Márquez, se ha labrado a base de crisis y volantazos.
"El premio de las Minas fue un arma de doble filo", afirma, "me permitió conocer a gente que han sido mis maestros pero sentía que había mucha confianza puesta en mí. No quería defraudar. Y acabé desconectada de lo que al final yo quería hacer".
Márquez emprendió una búsqueda arqueológica de los palos del flamenco, estudiando sus raíces populares y su origen, en muchos casos, al otro lado del Atlántico.
"El flamenco nació siendo mezcla, no bebe solo de una sola fuente: gente que se fue a América y volvió con ritmos de allá, migrantes en España, viajaba por los sitios en los que se construían los ferrocarriles... Por eso es tan rico", afirma Márquez.
El resultado es "Visto en El Jueves", por "el Jueves, un mercadillo de segunda mano de Sevilla donde yo recogía casetes y vinilos". Y donde hace un guiño a la tradición flamenca de versionar.
"Quería que fueran canciones que ya hubiera cantado alguien antes en el flamenco. 'Luz de luna', por ejemplo, a mí me llega por El Cabrero y no por Chavela Vargas; o el tango 'Trago Amargo', que cantó Manuel Vallejo", detalla.
Al mismo tiempo, el flamenco vive en un permanente tira y afloja entre la modernidad y los cánones, que Márquez considera necesarios para mantener la tradición, pero que le han costado que algún crítico se levantara del espectáculo y se fuera.
"Hay códigos que pueden alejarnos de otras músicas, de otros oyentes, porque parece que el flamenco es algo difícil de entender", estima. Por lo que ha llevado a este arte a adentrarse en el barroco, a conjugarlo con compositoras de rock como Christina Rosenvigne o a cantar a poetas como Isabel Escudero.
"No todo lo que hace es flamenco, pero todo suena a flamenco", explica Chema Blanco, para quien Márquez: "está construyendo un patrimonio flamenco para el futuro".
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