Nunca voy a olvidar el día que escogí ser liguista y créanme, no me voy a arrepentir nunca de la decisión que tomé.
No somos el equipo con más títulos, pero la grandeza de este club va más allá de las vitrinas y por eso somos tan diferentes.
Porque acá no cuenta más un título que la identidad. Al contrario, cada copa vale más porque todas se ganaron con el esfuerzo de la misma institución que nació en 1919.
Acá no le debemos las gracias a mexicanos ni a estadounidenses, se las debemos a nosotros mismos. A la afición de toda una vida que nunca nos dejó quebrar. A los que cumplimos 100 años siendo rojo y negro e independientes.
Alajuelense me enseñó que las cosas saben más ricas cuando uno se las gana. Acá nadie nos regaló nada.
En 100 años, es un privilegio nunca haber jugado en la segunda división. Seguir siendo del pueblo. El equipo de su gente. Sin dueños. Sin cambiar los colores, el escudo ni la identidad.
Hubo crisis. Sí y muchas. Incluso actualmente hay una, pero ¿y qué?
Si todos los equipos del mundo pasan por ellas, y sino pregúntenle a Cartaginés cuánto lleva la de ellos. A los heredianos cuánto duró su sequía y a Saprissa en cuánto se vendieron para salir de la que estaban para no desaparecer.
Alajuelense, al igual que todos ellos, pasó por muchas, pero con la titánica diferencia de que en todas salió adelante solita. Sin ayuda de nadie. Al León lo levantó siempre su afición, no un cheque en blanco.
Y acá seguimos, entre todos esos, siendo los únicos afortunados que nunca se vendieron.
¿Cómo no van a saber a gloria estos 100 años?
¿Cómo no vamos a ser el más grande? Si de los 29 títulos nacionales y dos de Concacaf que tenemos, todos los ganamos nosotros solitos.
Que el día que Saprissa, Cartaginés y Herediano quieran escribir 100 años igual de gloriosos, tienen que volver a empezar.
De cero. Sin dueños. Sin venderse. Siendo la misma institución durante un siglo.
Por eso, festejemos manudos, porque nuestros 100 gloriosos años no no los compró nadie.
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