Cristiano Ronaldo es inmortal. Cuando algunos decían que está empezando a envejecer, el jugador de 33 años se reencontró con sus piernas de veinteañero en la Liga de Campeones, firmando un doblete crucial para la victoria del Real Madrid sobre el PSG (3-1).
Hasta ahora, su temporada en España había sido la crónica de un bajada. Y entonces, el cinco veces ganador del Balón de Oro, monstruo de fuerza física y de fuerza de voluntad, anotó sus goles décimo y undécimo de esta temporada en Champions, para convertirse en el primer futbolista en superar la cuota de los 100 pepinos en la máxima competición europea con un mismo club (101 con el Real y 116 en total). Proclamando una vez más su amorío con este torneo.
“Cuando marco y el equipo gana siempre es un momento especial. Esta noche, la fortuna me ha sonreído, he marcado dos goles y he ayudado al equipo a ganar”, saboreó Ronaldo, elegido hombre del partido.
A los 33 años, su entrenador actual, Zinedine Zidane, vivía la última temporada de su sobresaliente carrera. A la misma edad, el delantero portugués ambiciona jugar aún seis, siete u ocho temporadas más, hasta que sus piernas no puedan más o su hambre de títulos y goles esté ya saciada.
“Sobre Ronaldo es complicado decir siempre lo mismo, ha demostrado una vez más que en las grandes citas siempre hay que contar con él. Y ha marcado dos goles más”, reflexionaba Zidane en la rueda de prensa.
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¡Qué cambio!
CR7 vivió en el segundo semestre de 2017 su período menos exitoso desde su llegada al Real Madrid: bajo rendimiento deportivo, investigado por presunto fraude fiscal y leve empujón a un árbitro que le costó cinco partidos de suspensión.
Eso no le impidió conquistar en diciembre su quinto Balón de Oro y empatar así con Lionel Messi, ni marcar la anotación decisiva en la final del Mundial de Clubes. Pero la moral, tan importante para un campeón de su estilo, parecía tocada.
Quizá fue consecuencia de las palabras de su presidente, Florentino Pérez, que lanzó guiños explícitos a la estrella del PSG, el brasileño Neymar.
Quizá se debió también al astronómico aumento del contrato de Messi en el Barcelona (a 40 millones de euros anuales, según la prensa española), mientras Ronaldo seguía “solamente” en 21 millones, lejos de su autoproclamado estatus de mejor jugador del mundo.
Si el mes de enero se le ha hecho tan largo al Real Madrid, muy lejos del liderato de liga y eliminado de la Copa del Rey, también fue porque Ronaldo no estaba en su mejor momento.
Pero, como recordó Zidane, los campeones como el portugués siempre dicen “presente” en las grandes ocasiones.
El miércoles, Cristiano enseñó los colmillos. Se le vio correr, hablar, bajar a defender... y hasta despejar limpiamente un balón en su propia área, haciendo las veces de lateral izquierdo.
Se le puede reprochar que desperdició varias ocasiones a lo largo del encuentro, como el disparo demasiado cruzado, el lanzamiento de falta por encima del marco y, sobre todo, el mano a mano con el portero Areola, quien paró el balón con la cara.
Todo eso podría afectar a cualquiera, pero Cristiano Ronaldo no delegó en nadie el lanzamiento del penal provocado por la falta de Giovani Lo Celso a Toni Kroos.
Su potente lanzamiento superó a Areola, pese a que el arquero se tiró bien, y el gol del empate en el último minuto del primer tiempo reactivó al Madrid, amenazado hasta entonces con sucumbir de nuevo a todas las dudas de su mal momento de juego.
En la segunda parte, un motivado CR7 luchó para dar al Real Madrid la ventaja que corresponde a los campeones de las dos últimas Champions.
Y al final de la noche, cuando las arremetidas madridistas acabaron por hundir la defensa del PSG, ¿quién dirían que estaba en el área chica para empujar a la red, con la rodilla, un centro? En efecto: Cristiano Ronaldo, el eterno Cristiano Ronaldo.