A pesar de mover cifras de dinero tan impresionantes, pocas disciplinas deportivas son tan igualitarias como el fútbol, ya que se puede jugar con un balón hecho de cualquier material, tres postes (o en su defecto dos piedras) y un espacio suficiente para patear la pecosa en la cual iniciar la diversión.
Mohamed Salah, el delantero estrella del Liverpool, fue uno de los niños que corrió descalzo detrás de una pecosa por los campos de arroz en los humildes pueblos cercanos al río Nilo, como Nagrig, donde hace 25 años el artillero llegó al mundo.
Esta ha sido una temporada bendita para el delantero que este sábado deberá enfrentar a la defensa del Real Madrid en la final de la Champion League que se disputará en Kiev Ucrania (12:45 p. m., hora tica).
Salah ya había dado muestra de su talento cuando militó en la Roma, pero cuando llegó el pasado verano a Anfield se desató, ya que batió el récord de goles en una temporada de la Premier al clavar 32 pepinos, hazaña que le valió ser nombrado el mejor jugador del torneo y ayudarle a los Reds a llegar a disputar la Orejona.
Pese a lo que luce casi como una temporada perfecta, ningún gol le ha hecho más feliz que el que clasificó a Egipto al Mundial, tras 28 años de ausencia. El pepino se lo clavó al Congo en el último minuto del partido.
Aquella noche se desató la histeria en Egipto. Y, lógicamente, el país se halla hoy bajo el influjo de la Salahmania. "La efigie del faraón", como le apodan sus compatriotas, sale hasta en la sopa en El Cairo.
La figura del faraón se ve en murales callejeros, en los cristales de los taxis e incluso en los tradicionales fanales (faroles) de Ramadán. El país ha enloquecido con Salah y cualquier bar en Egipto se paraliza cuando juega el Liverpool.
La devoción que inspira Salah no solo se basa en sus triunfos. Su carácter generoso y sencillo, además de su condición de ferviente creyente, han enamorado a los egipcios.
“El país se reconoce en él. Salah encarna las cualidades que al pueblo egipcio le gusta atribuirse”, comenta un aficionado orgulloso del delantero.
El hijo prodigioso de Nagrig no ha olvidado sus orígenes y pagó la construcción de una estructura para que sus vecinos puedan por fin tener agua potable.
Su meteórico ascenso no podía llegar en mejor momento para un país tan necesitado de unas dosis de escapismo, debido a un severo plan de austeridad y a una despiadada represión política que tiene al país muy agüevado. Egipto también necesita a un referente que llene el vacío entre un pasado glorioso y un presente deprimente.
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"Hoy, con la importancia que tiene el fútbol en el mundo entero, Salah es el mejor embajador posible de Egipto”, explica Essam Chawali, locutor de la cadena beIN en árabe.
Siempre cuidadoso al esquivar la política en un país polarizado por esta y sin haber jugado en ninguno de los dos grandes clubes del país (el Al-Ahly y el Zamalek), Salah no tiene detractores.
Exhibir sin complejos su fe musulmana en una Europa donde esa religión no es muy bien vista genera una integración más fuerte entre quienes comparten su religión.
En Anfield ya conocen y aplauden su ritual después de cada gol: se separa de sus compañeros y se postra en el césped a modo de "sujud", como se le llama al rezo en el islam. Los hooligans, los aficionados más rudos de Inglaterra, incluso lo han incorporado en sus cánticos: “Si marca unos cuantos más, también yo seré musulmán”.
“Salah es un símbolo de éxito, que transmite una idea de los musulmanes diferente a la presente en los medios occidentales, muy vinculada a la violencia y al fanatismo. Pero la verdad es que hay muchos como él en Occidente que pasan inadvertidos”, dijo Chawali.
En Kiev, Salah tendrá un oportunidad para demostrar que ante Cristiano Ronaldo no es un dios menor. En caso de triunfar, su coronación podría ser celebrada no solo entre los marginados de las clases más bajas en el mundo. Hasta ahora, en los más altos rangos de la jerarquía apenas ha habido lugar para un ídolo que no fuera europeo o latinoamericano. Salah puede convertirse en el dios de los ignorados.