Allan Calderón, hoy de 53 años, recuerda que cuando apenas era un niño de tres años, tenía un carro de juguete que era su favorito, un Dune Buggy del año 68.
El recuerdo es medio confuso, pero tiene muy claro que se lo regaló su mamá, Ana Doris Vargas, que le encantaba y que una vez llegaron unas visitas y después de eso el carrito se perdió para siempre.
Sin embargo, siempre soñó con recuperarlo y lo hizo hace cuatro años, pero en este caso uno de verdad, el cual pasó por un proceso muy largo de restauración porque estaba hecho leña.
“Era la cosa más hermosa que había visto en la vida (el carrito de juguete), y coincidió con una serie que se llamaba Wonderbug, con efectos malísimos, pero a mí me encantaba, estaba fascinado”, recordó.
Resulta que don Allan, quien dice no ser muy religioso, empezó con el método de repetir una oración para conseguir su soñado auto. Y él cree que le dio resultado.
“Le dije a mi esposa que ya era hora de conseguir mi buggy y empecé en la noche: ‘Quiero uno, quiero uno’, así conseguí mi casa. De pronto, un amigo al que tenía tres años de no ver, me llamó y me dijo: ‘Vea lo que le tengo’”, contó.
Y es que muchos de sus allegados sabían que el hombre andaba buscando ese particular tipo de vehículo. Incluso, él ya había preguntado por algunos, pero eran muy caros.
Ese amigo lo que le enseñó fue una foto de un buggy, hecho leña, que estaba en Puerto Jiménez.
“Me cobraba muy caro y yo no podía ir hasta allá, no había negociación y entonces le dije: ‘Dígame, ¿qué le falta al carro?’, me dijo: ‘No tiene instalación eléctrica, focos, compensadores, no tiene el cable de clutch, tiene como tres cuartas partes del motor’. Le dije que sí lo quería, pero le ofrecí la mitad y aceptó”, aseguró.
El carro se lo llevaron a la casa y empezó la restauración.
“Venía hecho una desgracia. Tenía una aerografía de un pollo con un casco de aviador, entonces pregunté la historia del pollo de la tapa.
“Resulta que ese era el carro de un famoso piloto de la zona de Puerto Jiménez, al que le decían ‘Gallina de borracho’, porque cuando se emborrachaba agarraba la avioneta y pasaba por todo el Térraba”, explicó.
Pero volviendo a la restauración, cuenta que lo metió al taller con un presupuesto para un mes, pero tardó siete meses en quedar como lo tiene.
“Quise hacerle la pintura como el carro que tuve de pequeño y encontré a alguien que la puso exacta. Hoy es un carro de uso diario, no me bajo de él.
“Yo lo llamé Emotional rescue (Rescate emocional) porque cuando era pequeño jugaba con el carro y ponía esa canción de los Rolling Stones… Me hacía sentir en la playa”, expresó.
Ya se imaginarán que en cada esquina, semáforo, pista, calle o donde sea que ande, se le quedan viendo, le piden fotos, que si se pueden montar y al menos unas 50 personas le han ofrecido comprarlo.
“Solo lo uso yo y ando con mi esposa y mis perros. A mi esposa le da un toque de miedo porque si otro carro lo toca de lado, nos va feo”, mencionó.
Dice que en el país hay unos catorce buggys caminando, pero que hay cinco que se ponen de acuerdo para salir de vez en cuando.