Un Jeep Willys del año 65 es la adoración de Diego Quesada, quien afirma que ha vivido los mejores años de su vida en este vehículo.
Quesada, vecino de Corralillo de Cartago, contó que heredó esta joya de su abuelito, don Rafael Ángel Hernández, quien compró el vehículo en 1979, y asegura que el carrito se convirtió en la ambulancia que trasladó a su mamá, doña Miriam Hernández, para su nacimiento.
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“Tengo el Jeep desde el 2019 y casi desde que estoy en el vientre de mi mamá, soy amante de los carros. Nací el día del terremoto de Limón, el 22 de abril de 1991, en la madrugada, y mi abuelito llevó a mi mamá al hospital en ese carro.
“Toda mi infancia la viví en él, recuerdo que mi abuelo me llevaba al Mercado de Cartago a hacer mandados. Desde chiquitillo me iba a coger café, con 4 o 5 años, pero mi abuelo compró otros carros y fue dejando ese de lado y estuvo en una galera por 18 años”, contó.
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Diego aseguró que el dejar el carro hizo que se deteriorara y decidió comprárselo a su pariente, en una suma simbólica (le costó 500 mil colones) y ahí comenzó el proceso para su restauración que, afirmó, le dio algunos dolores de cabeza.
“Toda la vida me han gustado los Jeep, por su fuerza, el alargue, es un vehículo diferente y cuando estoy conduciéndolo me siento feliz, libero estrés.
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“Emocionalmente, es un orgullo salir a la calle con él, la gente se quiere tomar fotos. Este tipo de carro se usaba mucho en comunidades alejadas, eran casi como de transporte público y despiertan muchos sentimientos entre las personas”, expresó orgulloso de su nave.
Un calvario
No todas han sido maduras en el proceso para restaurar este vehículo. Diego contó que cuando adquirió el carro buscó quién le diera un nuevo aire y lo llevó a un taller, pero prácticamente, se lo desmantelaron y ahí lo tuvieron por tres años, sin hacerle absolutamente nada.
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“Hasta el año pasado pude sacarlo de ahí, lo tenían completamente abandonado y lo llevé a un taller en Escazú, el de ‘Macho’ Venegas, y afortunadamente, me lo entregó como nuevo en abril del 2024. No podía dejarlo morir, pero sufrí mucho el tiempo en que no pude tenerlo, pero siempre hay personas dispuestas a ayudar”, afirmó emocionado.
Diego es profesor de Estudios Sociales, trabaja en el Colegio Nocturno de Tarrazú y por eso, el Willys es uno de sus compañeros cuando se va a impartir clases y lo lleva a este hermoso cantón josefino.
“El carro era anaranjado, pero mi abuelo le cambió la pintura y yo logré devolverle su color original. La verdad es que quise dejarlo tal cual él lo adquirió y por eso no tiene extras: no trae aire acondicionado, no tiene radio, porque su motor hace mucho ruido y tiene una capota que le mandamos a hacer.
“Tiene cuatro asientos y posee un motor Perkins, que es inglés, de 3.200 centímetros cúbicos, de diésel, y la serie del motor es 4192, y yo le llamo ‘La Perkin’; precisamente, por el tipo de motor que posee″, dijo este fiebre de los carros.
A Diego le encanta ir a pasear con sus abuelos, don Rafael Ángel y doña Nieves, y también va a pasear y hasta hacer mandados con el Jeep. Para él, el Willys es un tesoro, que tiene el más alto valor sentimental y del cual no piensa deshacerse.