¡Hoy vuelvo al estadio! Esa sensación que me atrapa desde que era pequeño y no sale de mí, a los 34 años regresó.
No puedo decir que recuerdo mi primera vez en la Cueva porque fueron muchas primeras veces. Siempre la ilusión de subir las gradas y toparse con el verde es inexplicable.
Los tiempos son otros, pero cuando yo empecé a ir al estadio fue con mi papá, quien era tan manudo que me llevaba y se quedaba afuera leyendo, mientras su hijo se enamoraba cada día más de la morada.
Al tiempo se cansó, pero yo no, y empecé a ir a la Cueva, desde Hatillo, con alguno de mis amigos. Era un niño y de alguna manera viajaba en bus hasta Tibás y luego a Hatillo de vuelta. Si me cambiaban las paradas, no sabía qué hacer.
Bueno, sí lo supe cuando mi peor pesadilla ocurrió y agarré el bus que no era, me di cuenta del error hasta que tenía en frente el Rosabal Cordero. Sin plata y sin noción para dónde moverme, estaba muerto de miedo, todavía lo recuerdo.
Por suerte, en aquel momento varias personas se compadecieron de mí y de mi amigo Pablo (Q.d.D.g) y nos dieron dinero e indicaciones para regresar a San José.
No fue el único pacho que me pasó por ir al Ricardo Saprissa. La fiebre era tan grande que si alguien no me acompañaba, me iba solo, insisto, los tiempos eran otros y como los niños acompañados por un adulto no pagaban, buscaba alguno con cara de buena gente y le pedía que me metiera.
Alguna vez me fui tan temprano para un partido un domingo a las 11 a.m., que me dormí en la gradería y cuando desperté, el estadio ya estaba lleno.
En fin, ir a la Cueva es un sentimiento que no todos comparten, pero el que lo vive, sabe lo importante que es para nuestras vidas. Por eso, ¡hoy vuelvo al estadio!