“La noche antes de la amputación yo nada más le dije a Dios: 'Señor, permite seguir haciendo las cosas que hasta ahora he hecho porque no quiero ser carga para nadie'. Sufrí mucho esa noche, no dormí nada, pero igual sentí que Dios me reconfortó mucho”.
Así recuerda Carlos Acuña Burgos la noche previa a que le cortaran el brazo derecho, luego que hace casi 10 años un accidente laboral por poco y acaba con su vida cuando apenas tenía 21 años.
Este vecino de Villa Esperanza de Pavas sobrevivió a una caída de 13 metros y aunque el accidente era para no contar el cuento, hoy agradece a Dios esa segunda oportunidad porque la vida le tenía preparada grandes cosas.
A los cuatro años de perder su brazo vio en televisión que había equipos de fútbol para amputados y en su familia lo animaron para que buscara información y se inscribiera en alguno.
Tiempo después ya se había convertido en el mejor portero no solo a nivel nacional sino también centroamericano y se da el taco de coleccionar trofeos.
Duro camino
Fue el 23 de octubre del 2010 cuando empezó a vivir uno de los capítulos más duros de su vida y que lo llevaron a pasar siete meses hospitalizado.
Carlos asegura ser ahora un hombre nuevo y valorar aún más el poder vivir, aunque al principio, muchas veces, se quejó de no poder salir, pero al final llegó a comprender que era por su salud.
Por eso en estos tiempos de cuarentena dice no entender a los que se quejan de estar encerrados en la casa, con todas las comodidades, pues cuando se pasa por experiencias como la suya se aprende a valorar más cada detalle.
En el 2010 Carlos tenía tres años de trabajar para la empresa Thermotec, dedicada al montaje de cámaras de refrigeración, ubicada en La Uruca. Fue un sábado cuando lo mandaron junto a un compañero a hacer un trabajo a Alajuela.
Debían armar un cuarto frío en el supermercado Mayca, que apenas estaba en construcción para aquella época.
Desde antes de salir de su casa este pulseador, hoy de 31 años, dice haber recibido varias señales del cielo, pero en ese momento no logró descifrarlas.
“Yo había comprado una moto para viajar al trabajo. Ese sábado como a las 5 de la mañana estaba encendiendo la moto y no me arrancaba y no me arrancaba y mi mamá me dijo ‘Carlos, váyase en bus’. Luego llegamos al lugar que había que hacer el trabajo y el scissor (grúa) no arrancaba, no servía, entonces, decidimos armar cinco cuerpos de andamio porque el edificio tiene unos 13 metros de altura”, recuerda.
Viento jugó mala pasada
Los paneles ya estaban en la parte superior de la construcción y Carlos y su compañero debían pararlos para ir armando el cuarto refrigerado.
Antes, él enganchó su arnés de seguridad al andamio, mientras que su amigo sí lo pudo sujetar a una viga que tenía cerca.
Justo cuando se disponían a parar uno de los pesados paneles los sorprendió un ventolero.
“El panel iba como por la mitad cuando se vino una ráfaga de viento porque en ese momento estaba a campo abierto, no había techo, no había nada, y en eso se vino la ráfaga y empezó a mover el panel para la derecha y para la izquierda, inmediatamente el andamio empezó a moverse.
"El andamio estaba amarrado pero como dos metros abajo, entonces el peso del panel lo que estaba haciendo era mover el andamio y se nos volcó”, detalló.
En cuestión de segundos Carlos cayó al suelo mientras su compañero quedó guindando del arnés.
“Cuando nosotros decidimos soltar el panel, el andamio iba como dos cuartas volcándose y de ahí caí al suelo, quedando consciente con una fractura expuesta de muñeca, antebrazo y codo derechos. El hombro me quedó completamente vuelto para el otro lado. En ese momento no se siente nada por la adrenalina, lo que hacía era mover mis piernas porque no quería quedar inválido”, recordó.
Meses hospitalizado. Acuña fue llevado primero el hospital de Alajuela donde lo estabilizaron y después lo mandaron al San Juan de Dios por la gravedad. Allí duró un mes internado y luego lo pasaron al Hospital del Trauma.
En este centro los médicos hicieron todo lo posible por salvarle el brazo y aunque no tenía movilidad en su mano derecha y debía usar tutores para sujetar los huesos, le dieron la salida seis meses después.
Según dice, fue un proceso sumamente doloroso, pues debían limpiarle las heridas diariamente para evitar infecciones.
“Me dieron de alta un lunes y me dejaron cita para el viernes, pero el martes estando en mi casa vi que me supuraban (salía pus) las heridas y me quité las vendas, el brazo estaba muy inflamado, me lo presioné y me empezó a salir un líquido transparente. Pasé así martes, miércoles y jueves y el viernes que tuve la cita, el doctor me dijo que estaba propenso a tener una infección en la sangre y que lo mejor era amputarme el brazo, pero ya”.
Luchador. Carlos asegura que uno de sus grandes temores cuando perdió el brazo era no poder hacer las cosas solo, pues no quería ser una carga para los demás; sin embargo, con el tiempo aprendió a hacer todo de nuevo y le dejó de importar lo que pensara la gente.
Al principio le preocupaba mucho salir a la calle y ver la reacción de los niños cuando lo veían sin su brazo, pero con el pasar del tiempo eso dejó de afectarle.
“Yo era derecho y me tocó aprender a usar la cuchara, comenzar a ponerme la ropa solo. Al principio solo utilizaba zapatos con velcro, pero ya después me dije ‘no, yo tengo que aprender’. Una vez en San José tuve que decirle a un oficial que me ayudara a amarrármelos y fue ahí donde aprendí a tener humildad, empecé a conocer mis habilidades y a ser más gente”, reconoció.
Cuatro años después se enteró que existen equipos de fútbol para amputados y ahí terminó de enrumbar su nueva vida.
En el 2014 llegó a ser el portero del Real Fortaleza de San José, equipo con el que fue bicampeón nacional y luego subcampeón el siguiente año.
En el 2018 fue fichado por Liga Deportiva Alajuelense, jugó dos torneos y llegó a ser campeón una vez más.
“Tengo cinco títulos como mejor portero de fútbol para amputados. En el 2019 fuimos Campeones Centroamericanos con la Liga, donde quedé también como mejor arquero del campeonato”, dijo muy orgulloso.
Este año su ficha le pertenece nuevamente al equipo Real Fortaleza y aunque el torneo está detenido ahí se las está ingeniando para seguir entrenando en su casa durante la cuarentena.
Situación complicada. Carlos también es taxista informal y según contó, esta situación del COVID-19 lo ha afectado mucho económicamente.
Aunque se maneja por clientes fijos muchos de ellos han dejado de solicitarle el servicio por la restricción de salir de sus casas.
“En los casi 10 años de amputado nunca me he deprimido. A mí nunca me dieron nada, nunca me regalaron nada, entonces fui criado en un ambiente en que todo cuesta y aprendí a hacer todo de nuevo con solo una mano”, enfatizó.
Pese a todo, no pierde la fe de que pronto volverá a las canchas a hacer lo que más le gusta y a las calles para compartir con todos sus clientes y así poder seguir llevándole el sustento a su familia, él ya está curtido para salir victorioso en las grandes batallas.