El Novelón

Huella de dedo gordo en parabrisas hundió a hombre por asesinato de policía

Hace 16 años Tomás Emer Fajardo fue asesinado mientras perseguía a unos asaltantes

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La huella del dedo gordo de la mano derecha en el parabrisas de un carro fue clave para que un hombre fuera sentenciado a 110 años de prisión por el asesinato del policía Tomás Fajardo Rosales, de 37 años.

Junto al hombre fueron condenados dos más por un delito de homicidio calificado y dos delitos de tentativa de homicidio calificado y robo agravado. La pena fue readecuada a 50 años, el máximo que permite la ley costarricense. Un cuarto sospechoso logró escapar de la justicia al cruzar hacia Nicaragua.

El homicidio del oficial llenó de dolor a la comunidad de Matina, en cuya delegación trabajaba y donde 16 años después lo siguen recordando como un héroe pues murió cumpliendo su deber.

Los hechos que tristemente terminaron con la vida del policía se iniciaron el 12 de noviembre del 2004, cuando un cambiador de cheques fue asaltado por los ocupantes de un carro cuando se encontraba en la entrada de un finca bananera en Bananito.

Los delincuentes usaban pasamontañas, pero uno se había puesto una máscara de lobo. Con armas AK-47 amenazaron al “cambista”, de apellido Estupiñán, y le quitaron ¢300 mil y varios cheques.

Algunas personas vieron todo lo que pasó.

Fajardo estaba trabajando con sus compañeros Juan Martín Caballero y Cristian Arias; eran pasadas las 2 de la tarde cuando les llegó la información del asalto y ellos no dudaron en actuar; sin embargo, en la delegación no tenían patrulla.

El oficial Caballero ofreció su carro para ir a buscar a los delincuentes. Los oficiales estaban seguros de que en el camino se los iban a topar. Caballero manejaba, Fajardo iba de acompañante y Arias en el asiento trasero derecho.

Los sospechosos iban en un Nissan Sentra pero en un punto del camino lo dejaron y se pasaron a un Hiunday Accent blanco cuyo chofer era hombre de apellido Salas, a quien obligaron a manejar para ellos en la fuga.

Los oficiales lograron ver el carro donde iban los sospechosos y empezaron a seguirlo. Frente a la gasolinera de Matina, sobre la ruta 32, al verse casi alcanzados por los policías, los asaltantes bajaron los vidrios, sacaron las armas y empezaron a disparar. Los oficiales respondieron el fuego.

Una bala de los maleantes atravesó el parabrisas del carro de Caballero y le dio a Fajardo en el ojo derecho, su muerte fue inmediata.

Pese a la muerte de su compañero los oficiales siguieron disparando, se bajaron del vehículo y lograron detener al conductor del carro (Salas), los otros cuatro hombres se bajaron del carro y empezaron a correr por la montaña.

“Esa fue una persecución bien brava de la policía de aquí. Cuando llegamos a atender a Tomás ya había fallecido, fue muy duro porque aquí los cruzrojistas y los policías siempre nos hemos llevado muy bien, él era un policía muy querido por la comunidad y su asesinato indignó mucho. Todavía lo recordamos con cariño”, dijo el cruzrojista Miguel Batista, quien puso la sábana blanca al oficial fallecido.

Batista recordó que los otros dos oficiales sufrieron algunas cortadas leves en la cara por los vidrios que el balazo lanzó, pero no los llevaron al hospital.

Diente de lata

Dos de los asaltantes se ocultaron en San Miguel de Matina. Cinco horas después de lo ocurrido las autoridades simularon que daban por terminado el intenso operativo que habían iniciado y los asesinos picaron el anzuelo, salieron de su escondite y fueron capturados.

A los que agarraron eran de apellidos Guevara Vásquez y Castrillo Artola. Los testigos del asalto al cambistas habían dado algunas pistas de ellos, sobre todo de Guevara porque tenía un diente de lata.

Castrillo tenía parte del dinero robado. Las armas no fueron encontradas y se sospechó que los hombres las enterraron en la montaña para que la Policía, si los encontraba, no tuviera razones para detenerlos.

Los otros dos sospechosos lograron salir hasta B-Line, donde contrataron a un taxista a quien le pagaron 5.000 colones para que los llevara a Siquirres.

No había pistas como para poder capturar a esos hombres, sin embargo, según señala el expediente del caso, el 04-001934-063-PE, toda la evidencia fue llevada a la Medicatura Forense y en el carro en el cual los delincuentes huyeron había algo valiosísimo.

“Se encuentra una huella dactilar en el (vidrio) derecho del vehículo placas 213538”, dice el informe policial.

Esa huella, que estaba por dentro del carro, fue comparada con las que había en el archivo criminal y se supo que correspondía con las de un hombre de apellidos Davis Ricketts, vecino de Pocora de Guácimo y quien fue detenido horas después de conocerse ese dato.

En el allanamiento a la casa de Davis, la autoridades encontraron ropa cuyas características coincidían con descritas por los testigos.

Durante todo el juicio, que se realizó en los Tribunales de Limón, la defensa de Davis planteó como estrategia que la huella del hombre estaba en el vidrio del carro porque Salas le había hecho un servicio de taxi informal.

Sin embargo, esa afirmaciones no sirvieron de mucho.

Pera los jueces que dictaron la sentencia el 2 de junio del 2006 esa huella fue la evidencia más clara y valiosa de la participación del hombre en el atraco; además, el chofer de apellido Salas había informado las posiciones que ocupaban los maleantes en el carro que le obligaron a manejar y en lado derecho iba Davis.

La sentencia fue apelada por Davis, alegando que era inocente porque su huella estaba en el carro por el servicio que Salas le había dado.

La Sala de Casación le contestó que esa huella (y las otras pruebas) confirmaban su participación en los hechos.

Los sentenciados descuentan la sentencia en la cárcel de Pococí.

Apasionado y entregado

Don Juan José Leal, hoy expolicía y quien fue compañero de Tomás, asegura que cada vez que pasa por el lugar de los hechos recuerda a su amigo.

“Yo dejé la policía un poco antes de que a él lo mataran, eran otros tiempos, los policías trabajaban en condiciones muy duras y difíciles. Nosotros íbamos a las tiendas americanas a buscar uniformes camuflados y camisetas negras, teníamos jornadas muy largas”, dijo Leal.

Según Juan José, Fajardo y él tenía un gran parecido físico y a cada rato los confundían.

“La verdad nos llevábamos muy bien, nos gustaba mucho trabajar juntos, si yo hubiera seguido en la delegación tal vez me hubiera ido ese día con ellos”, dijo.

Leal aún mantiene contacto con la familia de Fajardo ya que vive en Bristol de Matina.

“Fajardo era un hombre al que le gustaba ser policía, se sentía apasionado por lo que hacía. Su muerte nos impactó, pero sabíamos que él daba su vida por servir y así fue”, dijo Leal.

Como un homenaje póstumo Tomás Fajardo Rosales fue ascendido al grado de capitán.

Silvia Coto

Silvia Coto

Periodista de sucesos y judiciales. Bachiller en Ciencias de la Comunicación Colectiva con énfasis en Periodismo. Labora en Grupo Nación desde el 2010.

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