El Novelón

Joven asesinó a mamá y sus dos hijas para “acabar” una maldición

Caso estremeció a la comunidad de Juan Viñas que no olvida a las víctimas.

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El asesinato de una madre y sus dos hijas, ocurrido en Juan Viñas de Jiménez, en Cartago, es algo que siempre vivirá en el recuerdo de don José Manuel Valverde Hernández, de 74 años

Manuelito”, como le llaman en su querido y tranquilo pueblo, fue durante 35 años el panteonero del cementerio y el caso de Amalia Vargas Chaves, de 40 años, y sus hijas Garcela y Laura Cristina, de 16 y 10 años, asesinadas el 8 de enero de 1987, lo marcó para siempre, al igual que a muchos de sus vecinos.

En su trabajo revivió durante años el dolor que sufrió su comunidad por ese suceso tan cruel, pues ellas están sepultadas en tres tumbas a las que les daba mantenimiento y durante muchos años les puso flores. Incluso, en dos ocasiones tuvo que abrir esas tumbas, primero para enterrar a una oficial que recibió un balazo en la cabeza y era familia de las víctimas, y después para sepultar a don Miguel Gutiérrez Salas, esposo de Amalia, quien falleció el 7 de abril del 2015 a los 81 años y había pedido que lo enterrarán con ella.

De las dos niñas, la única que era hija de don Miguel era la menorcita.

Don Manuel asegura que él recuerda ver pasar a la mamá y a las pequeñas cuando iban a coger café y cargaban las tacitas del almuerzo, ese es una memoria bonita para él, verlas donde iban mientras él administraba el cementerio y lo ponía bonito, siempre con el zacate bien recortadito, todo limpiecito y no faltaban las flores.

Sin embargo, también se le viene a le memoria con mucha tristeza que fue él a quien le tocó sepultar a las tres cuando ocurrió la tragedia.

Marcó a un pueblo

Aquel 8 enero, Álvaro Jiménez Sandí, de 20 años, marcó la historia de la comunidad, él conocía a las tres víctimas, pues ambas familias se llevaban bien y eran muy queridas en el pueblo.

Pero el mediodía de ese día, Álvaro desapareció y con eso empezó esta cruel historia.

El joven le había dicho a su papá que no iba a bretear en el cafetal porque le dolía mucho una muela, pero acompañó a su mamá un rato en una parcela y fue cuando se perdió.

Jiménez vivía en el barrio La Maravilla, en Juan Viñas.

Álvaro agarró para la casa de la familia Gutiérrez Vargas, donde vivían la mamá y sus hijas, pero no las encontró, entonces se escondió entre unas matas de café, desde donde iba a poder verlas si regresaban.

Las mujeres estaban en la finca Papalico, en barrio La Cruz, más conocido como el Pueblo Dormido.

Doña Amalia le dijo a su esposo, don Miguel, que ella se iba a adelantar con las niñas para ponerle bonito al oficio de la casa y prepararle un gallito, que él se quedara esperando que les pesaran la cogida de esa mañana.

Salvajada

Jiménez siguió esperándolas y cuando las vio pasar salió de su escondite y las sorprendió, amenazándolas con una lima de afilar cuchillos.

Las mujeres y el joven forcejearon, ellas trataron de defenderse, pero el hombre les clavó la lima en el corazón a las tres y en otras partes del cuerpo, el atacante se ensañó contra ellas.

Un vecino, llamado Víctor Sánchez, fue testigo de aquella salvajada, pero tuvo salir corriendo porque Jiménez lo amenazó. Él no traía nada para poder defenderse y el asesino estaba furioso.

Los cuerpos quedaron boca abajo, uno encima del otro, la escena era desgarradora.

El agresor emprendió la huida, pero iba tranquilo, hasta tuvo tiempo de cortar una pedazo de caña de azúcar y se la empezó a comer, luego pasó por un beneficio donde tomó agua.

Después se fue para su casa, se bañó y se acostó a oír música como si nada hubiera pasado.

Dio el nombre

Don Víctor, después de la impresión que se llevó, corrió y corrió hasta llegar donde el dueño de la finca en que trabajaba, para contarle lo que había presenciado y pedirle que buscaran ayuda, para ver si todavía se podía hacer algo por ellas.

Los oficiales y los voluntarios de la Cruz Roja llegaron hasta donde estaban las mujeres, pero la mamá y la hija mayor ya habían fallecido.

La pequeña Laura sí estaba viva, ella recibió siete heridas, y pudo decirle al cruzrojista José Abel Vargas, muy querido en la comunidad pues por años manejó la ambulancia, que Álvaro “Trifulcas” (como le decían) fue quien las atacó.

Don José Abel ese día le puso como siempre para llegar rápido al Hospital William Allen en Turrialba. Para él, con tantos años en la benemérita, ese fue un caso sin precedentes.

La niña luchó como una guerrera contra las heridas, pero ese mismo día falleció en el centro médico.

Nadie podía entender las razones de ese triple crimen, pues existía una amistad entre ambas familias.

Una maldición

Cuando los oficiales llegaron a la casa de los papás de Álvaro, él no puso resistencia para que lo detuvieran, más bien les dijo que con el crimen había acabado con una supuesta maldición que las mujeres le echaron a su mamá.

Pero más bien en el pueblo era de conocimiento que las mujeres visitaban a la mamá del agresor preocupadas por su estado de salud. Ese día, los padres de Álvaro no solo vieron a su hijo perder su libertad sino también la vida que tenían y disfrutaban en el pueblo, donde eran queridos por todos.

Algunos lugareños aseguran que años después Álvaro se dejó decir que no sabía por qué actuó así, “que se le había metido el diablo”, porque nunca existió una razón para hacer un daño así, que pese a haber cumplido la condena le seguía pesando y con eso moriría.

Aparte de la versión de la supuesta maldición, también se rumoró que el triple crimen se dio por celos, ya que Garcela era novia de un hermano de Álvaro y a este último también le gustaba.

“La muerte de esas muchachas es algo que no se olvida, aquí las generaciones más nuevas saben la historia, porque es una comunidad en la que pocas veces pasan cosas así, yo me recuerdo que cuando ellas murieron no faltó nadie del pueblo a ese entierro, todos teníamos un pesar en el alma tremendo”, dijo Manuelito.

16 años de cárcel

Álvaro fue condenado a 75 años de cárcel por los asesinatos, en todo momento aseguró que fue por venganza por la maldición, pero la pena se le redujo a 25 años por el Código Penal de aquel entonces. Esa pena fue dictada por el Tribunal Superior de Cartago, el 26 de febrero de 1988.

Álvaro estuvo preso solo 16 años en el ámbito B de la Reforma, fue puesto en libertad en junio del 2008.

El sentenciado ya tiene 55 años y se ha dedicado a trabajar como guarda, nunca se casó ni tuvo hijos. Sus familiares se fueron de Juan Viñas y se instalaron en El Guarco en Cartago, donde viven en la actualidad.

“El caso de las muchachas y la señora fue muy conocido aquí, yo no había nacido, pero mis abuelos y padres me lo contaron y uno no se puede explicar cómo en un lugar donde hay tanta paz pasó algo así, el caso se convirtió en una historia de generación en generación. Decía mi abuelo que el esposo de la señora Amalia nunca se pudo volver a casar porque el dolor para él era tan fuerte que se quedó solo y decía que cuando la muerte se lo llevara quería estar con ella, y se lo cumplieron. Toda esa familia era conocida por siempre ser correcta y hasta colaboradora en el pueblo”, dijo José Aguirre, un vecino.

Aún las visita

Don Manuelito, vecino del Invu de Juan Viñas, nos contó que se pensionó en el 2016, algo que le costó mucho porque si hubiera dependido de él habría seguido trabajando en el cementerio, él cada vez que puede va y se da una vuelta en el camposanto y claro, entre las tumbas a las que les da una visita, están la de esta madre y sus hijas.

“Aunque yo me pensioné, la gente me sigue contratando para que les ayude a tener bonitas sus tumbas, a darles mantenimiento. Ahora ya por la edad me cuesta un poco más, aquí en el pueblo a mí me quieren mucho y todavía me buscan y hasta me piden que les cuente historias de cosas que pasaron durante el tiempo que trabajé en el cementerio y también en el pueblo, como cuando hicimos un sindicato porque en la hacienda de caña donde trabajamos no nos hacían valer los derechos y al final nos quedamos sin trabajo y sin casa porque vivíamos en la finca, de eso hasta un documental nos hicieron de una universidad”, contó.

El panteonero llegó al cementerio gracias a la recomendación de un amigo en un momento en que no tenía trabajo, y entregó muchos años para tener ese sitio bonito y en orden.

Silvia Coto

Silvia Coto

Periodista de sucesos y judiciales. Bachiller en Ciencias de la Comunicación Colectiva con énfasis en Periodismo. Labora en Grupo Nación desde el 2010.

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