El Novelón

“Mi chiquitaaa”... el desgarrador grito que avisó el asesinato de Cristal

Han pasado 23 años desde que, sin saberlo, don Alejo acompañara a la venezolana Mariela Hernández Dávila a botar al río Macho, en Orosi, el cuerpecito de Cristal

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Un grito, que don Alejo Berrocal aún no sabe de dónde provino, le permitió descubrir uno de los crímenes más dramáticos ocurridos en el país.

Han pasado 23 años desde que, sin saberlo, don Alejo acompañara a la venezolana Mariela Hernández Dávila a botar al río Macho, en Orosi, el cuerpecito de Cristal, de seis años e hija de la mujer. Esto fue el domingo 19 enero de 1997.

“‘Mi chiquitaaaa', se escuchó como en un eco, no sé de dónde vino, si de la naturaleza, del río o fue la mamá la que lo dijo como para sus adentros, pero eso fue lo que me terminó de convencer de que había algo raro”, contó el taxista.

LaTeja realizó junto a Berrocal el mismo recorrido que hizo ese día junto a la mamá de Cristal, y a pesar de que ha pasado tanto tiempo recuerda cada instante como si fuera ayer.

“Era un día gris, estaba muy nublado, de temporal, yo estaba de primero en la fila de taxis (en la esquina de la plaza de fútbol de Orosi). Ella se bajó del bus y se vino caminando directamente hacia mí, andaba un vestido de flores por debajo de la rodilla y me habló con una voz serena, muy tranquila, con acento extranjero, era venezolana.

La mujer llegó procedente de San José.

“Me preguntó si conocía un lugar en el que pudiera botar una bolsa de basura, le dije que sí y se montó al taxi”, describió.

Don Alejo no trabajaba como taxista a tiempo completo. En aquel entonces estaba a cargo de unos proyectos del ICE, pero le hacía los fines de semana y feriados al dueño del carro.

“El taxi era un Toyota Land Cruiser de los viejos, ella iba atrás y noté que traía una mancha como de sangre en el vestido y le pregunté qué era, como para hacer conversación porque iba muy callada.

“Me dijo que en el bus que viajaba a un chiquito se le había salido la sangre por la nariz y le cayó en el vestido”, explicó.

Don Alejo llevó a la mujer al río Macho, exactamente al paso Molina, en calle Sánchez,

“Yo siempre he sido muy caballeroso, entonces me bajé a abrirle la puerta. Recuerdo que ella andaba tacones y al bajarse se le dobló el tobillo, ahí fue donde yo agarré al bolsa, como era muy pesada le metí lamano por debajo y sentí algo como tibio y suave, la tiré donde había un zacatal alto.

“Ella estaba a la par mía y empezó a sacar de un salveque que traía puesto hacia delante en el pecho una bolsa negra, la cerró bien y la arrojó, pero como esto es un río hay un montón de piedras, la bolsa cayó en un pedrón y sonó como un coco.

“Ahí ella se me quedó viendo y fue cuando escuché esa voz que dijo: ‘Mi chiquitaaa’, me quedé asombrado y ella se puso muy nerviosa y me dijo que nos fuéramos”, manifestó.

Malicia

Los dos se montaron al carro y don Alejo llevó a Mariela al mismo lugar donde la recogió.

Inmediatamente se le montaron otros clientes a los que tuvo que llevar a Palomo, pero la malicia de don Alejo lo hizo ir a contar todo a la Fuerza Pública.

“Yo me quedé con ese sonido en la cabeza y empecé a atar cabos, algo estaba muy raro, apenas se bajaron los clientes me fui disparado para la delegación”, relató.

El oficial José Alberto Chaves fue el encargado de atender a Alejo.

Macho, como es conocido este policía en Orosi, escuchó detenidamente la historia de Alejo e inmediatamente le preguntó dónde estaba esa mujer.

“Pensé que ya se había montado al bus, salimos corriendo a la parada y ya no estaba, pero en eso vimos por dónde iba caminando, fue a buscar una casa donde lavar la mancha de sangre que traía el vestido.

“Yo vi donde Macho hablaba con ella y a todo le respondía que no, le pidió que lo acompañara a la delegación y no se opuso, la dejamos ahí y nos fuimos para el río”, contó.

Ambos se metieron al zacatal y empezaron a buscar las bolsas, encontraron primero la más grande.

“Macho la abrió y empezó a sacar ropa, sacó unas blusitas, pero cuando metió la mano al fondo me preguntó: ‘¿Qué es esto?, aquí hay una persona muerta, lo que toqué son los dedos’. Yo me quedé como tieso.

“El cuerpecito estaba sin la cabeza, tenía las rodillas y las manitas pegadas al pecho con cinta, estaba como en posición fetal, esa imagen jamás la voy a olvidar”, relató don Alejo como si la estuviera viendo en ese preciso instante de nuevo en el río.

Al ver que al cuerpecito de Cristal le falta la cabeza, don Alejo corrió a buscar la otra bolsa presintiendo lo peor.

“Fui, la agarré, la saqué delante de él (policía) y le dije: ‘Vea Machito, es una chiquita’. Tenía el pelo largo, machito y la boca tapada con cinta, fue como una película de terror”, describió.

Inmediatamente Chaves llamó a la delegación y en cuestión de minutos el río se llenó de agentes del OIJ.

Don Alejo recuerda cómo ese mismo día llevaron a la mujer al río y ahí mismo confesó algo que a todos dejó atónitos.

“Yo necesitaba un nuevo ropaje; por eso tenía que matarla, la sacrifiqué para rejuvenecer”, aseguró Hernández frente a todos los agentes y don Alejo, muy tranquila, como si lo que hizo fuera algo normal.

Los pasos siniestros de esta dramática historia se iniciaron en el hotel Venezia, en el centro de San José.

El cuchillo con el que la mujer mató y decapitó a la niña fue localizado en la habitación 11 de este hotel, donde la sospechosa se hospedó el 18 de enero de 1997, a su llegada de Panamá.

Según la Policía, la mujer asesinó allí a Cristal y alistó todo para deshacerse, al día siguiente, de su hijita.

Felipe Arrieta

Periodista egresado de la Universidad Latina de Costa Rica. Editor de La Teja desde el 2016. Empezó en Grupo Nación desde el 2009. Tiene experiencia en Deportes, Espectáculos y Nacionales.

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