La ausencia del prestigioso fotógrafo Carlos Luis Gallardo Quesada en las procesiones cartaginesas de la Semana Santa de 1968 fue una clara señal de alerta de que algo le había pasado.
Carlos Luis, de 47 años, tenía el compromiso de documentar todas las actividades religiosas de la Vieja Metrópoli y allá sabían que no iba a faltar por gusto.
El misterio y la angustia crecieron cuando su familia se enteró que tampoco se sabía nada de su primo hermano José María Gallardo Rodríguez, de 25 años y quien trabajaba como asistente del fotógrafo. Ambos eran de Desamparados, en San José.
Carlos tenía su estudio fotográfico en las cercanías del cine Ideal, en el barrio Luján de San José y era común verlos juntos.
La Semana Santa del 68 pasó y nadie sabía nada de los Gallardo. Sus parientes empezaron a averiguar con más insistencia y se dieron cuenta de que tanto Carlos como José María habían entrado a la montaña por Sarapiquí con el baquiano Carlos Jiménez Retana.
Los tres hombres se metieron a esa zona el 1 de abril, llevaban equipo de fotografía y de video. La intención era hacer un documental que hablaría de las bellezas de esa boscosa parte de la cordillera, algo que habían hecho ya en otras partes del país.
Llevaban comida para ocho días y comenzaron la aventura sin problemas con el objetivo de llegar en algún momento al cerro Cacho Negro, un volcán extinguido cerca del cual hay barrancos profundos. Su nombre se debe a que, visto a lo lejos, parece tener un cacho que sobresale en la cumbre.
Uno de los que participó en la búsqueda de los Gallardo es Guillermo Arroyo, exdirector nacional de Socorros y Operaciones de la Cruz Roja y quien recuerda todo como si hubiera ocurrido ayer.
Arroyo tenía entonces 22 años (hoy tiene 74) y explica que en aquel año había pocas bases de la Cruz Roja en el país; él era voluntario en la sede de Heredia.
De la búsqueda dice: “Íbamos varios, entramos por Puerto Viejo de Sarapiquí, el río no tenía puente, se cruzaba en una balsa. No existía la comunidad de Río Frío, todo era montaña, había una finca que se llamaba Colonia Cubujuquí. Nosotros estábamos al mando del mayor Sosa y en ese lugar encontramos una casa muy vieja donde vivía un señor, no recuerdo cómo se llamaba, y él no sabía nada de los hermanos. Varias noches dormimos ahí”.
Asegura don Guillermo que caminaron durante muchos días y que la travesía era durísima, les tocó cruzar las correntadas del río San José tres veces para llegar a las faldas del desafiante cerro Cacho Negro.
Durante las primeras semanas, los rescatistas no encontraron ninguna pista de los hombres. Para ver si se lograba algo, a los trabajos se unieron familiares de los desaparecidos y algunos baquianos. La esperanza de dar con ellos se iba desvaneciendo con el paso del tiempo.
Uno sí salió
El 26 de abril ocurrió un hecho muy sorpresivo. Carlos Jiménez, el baquiano que había entrado con los primos a la montaña, logró salir por una finca de San Francisco de San Rafael de Heredia.
Llegó casi arrastrándose, agotado, le dieron leche de una vaca recién ordeñada, era el primer alimento que recibía luego de días de caminar para tratar de salir del monte, y allí contó lo que había experimentado.
Lo llevaron a la comandancia de Heredia para que se encontrara con su familia y les diera a las autoridades la información que tenía.
“La versión de Jiménez fue que había dejado a los Gallardo al pie del Cacho Negro para salir a buscar ayuda porque a Carlos Gallardo le dolían las costillas y un pie”, recuerda don Guillermo.
Según notas publicadas en los periódicos de aquellos días Carlos Jiménez, quien ya falleció, dijo que cuando se dieron cuenta de que estaban perdidos subieron a varios cerros para tratar de orientarse, pero no lo lograron.
Contó que se les acabaron los fósforos, se vieron obligados a alimentarse de palmitos, caminaban de noche y de día y se refugiaban de la lluvia con plásticos.
Don Guillermo cuenta que poco antes de que ellos, los cruzrojistas, entraran a buscar a los tres hombres se había perdido en una zona montañosa un palmitero a la que le decían Carnita.
“Lo encontramos muerto en un guindo. Carlos Jiménez aseguró que ellos andaban un radio y que escucharon en radio Reloj la noticia el Jueves Santo y que uno de los Gallardo lloró porque dijo que por lo menos a ese hombre lo habían encontrado, pensando que a ellos nadie los estaba buscando”.
Pero sí lo hacían. De hecho se les buscó por aire con dos vuelos de avioneta y uno de un helicóptero, pero la vegetación espesa hacía muy difícil, o imposible, ver el suelo. Y estaban además las lluvias fuertes propias del área que complicaban los trabajos.
Marcas en un árbol
Cuando Jiménez habló con los rescatistas dijo que había dejado a los primos en un árbol de ramas altas al que le hizo varias señas; les prometió al fotógrafo y a su ayudante que iría a buscar ayuda y que volvería, así que volvió a entrar a la montaña con las patrullas de búsqueda y llegaron hasta el sitio donde dijo que habían quedado.
“Llegamos al árbol que tenía las señas, encontramos una cajetilla de cigarros, cartuchos (de calibre 22) y cartuchos de escopeta, una camisa de cuadros (blancos, azules y celestes) amarrada en la parte alta. Carlos lloraba parado en el tronco y decía que les había prometido volver”, cuenta don Guillermo, quien detalla que las armas y las cámaras jamás aparecieron.
“Nunca hubo nada que nos dijera qué pasó con ellos, estuvimos semanas en esa zona, hasta dejamos dos compañeros rezagados en la montaña por tratar de buscarlos; ellos al final salieron, pero era una zona muy complicada y peligrosa para sobrevivir. Pasamos noches terribles, no había tantos recursos como ahora, solo el mapa, la brújula y la ayuda de algún baquiano”, relató.
Incluso recuerda que tiempo después de la desaparición de los Gallardo, en la misma área montañosa se perdieron unos primos de apellido Valerio que eran de barrio México y que, al parecer, entraron para buscar a los desaparecidos, pero tampoco encontraron ninguna pista.
“Para la Policía, a los Gallardo los mataron, pero nunca se probó nada, uno siempre se queda con la duda”, dice; sin embargo, su corazonada es que se los llevó la corriente del río San José.
“Fueron muchos casos y muchas tragedias en los que a uno le tocó sacar rato para llorar por gente que no conocía, en las búsquedas uno siempre quiere encontrar a la gente con vida o por lo menos encontrarla para que su familia no quede con esa angustia para toda la vida”, dice.
Sin sospechosos
Otro que recuerda el caso de los Gallardo es el criminólogo Gerardo Castaing, quien aclara que nunca se logró determinar que hubiera algún sospechoso de la desaparición. El baquiano Carlos Jiménez jamás fue investigado por el hecho.
“Fue un caso muy extraño, el señor que salió fue interrogado, los cuerpos nunca aparecieron. Pudo haber sido que ellos murieran por el clima y que los animales se comieran los restos, pero sí, fue muy extraño”, dijo Castaing.
Detalla el experto que durante mucho tiempo se tuvo la esperanza de encontrarlos, pero eso jamás ocurrió.
Recompensa
Los hermanos de los Gallardo buscaron durante mucho tiempo para tratar de saber qué ocurrió con Carlos y con José María.
El 6 de mayo de 1968, la familia ofreció una recompensa de ¢1500, el equivalente a unos ¢400 mil de hoy, a quien encontrara a los desaparecidos en el plazo de un mes. Nada ocurrió, el misterio más grande siguió rodeando el caso.
Franklin Gallardo, hermano mayor de Carlos y primo de José María, aseguró a La Nación en el 2004 que, desde su punto de vista, en la desaparición de los hombres hubo mano criminial. El equipo que llevaban era muy caro y alguien pudo haberlo robado.
“Creo que a mi hermano y a mi primo los mataron, hicieron un hueco y los echaron ahí. Siempre he pensado que están enterrados en alguna parte de esas montañas”, dijo Franklin, que falleció en octubre del 2012.
Peligrosa
El experto en montañismo José Campos nos cuenta que Cacho Negro es una de las montañas más díficiles de recorrer.
“La gente se mete, pero no llega. En el ascenso al pico no hay tierra, hay que ir escalando sobre ramas, no hay senderos, cae uno como en unos huecos de tres a cuatro metros, es muy frío, lluvioso y oscuro, hay ríos con aguas cristalinas que en el fondo son como oxidados, se ve como naranja”, dijo Campos.
El experto, que ha participado en muchas búsquedas y rescates, asegura que una persona que no conoce y se aventura a meterse ya va perdida.
“Por lo peligroso del lugar, el Sinac no permite el acceso más allá de la laguna Danta, solo es para guardaparques o científicos”, concluyó.