El Novelón

Papás conservan los tesoros de hijo asesinado por un nintendo

Pareja tuvo que perdonar para seguir viviendo sin su único hijo.

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Los papás de Cristian Rojas Araya tienen en su casa un mueble con varias pertenencias de su hijo que son para ellos muy especiales, pues les permiten devolverse en el tiempo y recordar lo feliz que era su muchacho.

Este joven fue asesinado hace 16 años cuando tenía apenas 17, por un Nintendo.

Cada uno de esos objetos tiene una cartulina amarilla que indican qué son, don Carlos Rojas, papá de Cris tiene el último perfume que le compró y le basta con destaparlo para que el aroma lo alcance y él sienta como si lo estuviera abrazando de nuevo.

“Su reloj aún funciona, su último perfume y su llavero, su colección de bolinchas, sus guantes de mimo para alabar a Dios, su llavero favorito, su máquina de afeitar. Su juguete de bebé, que era un peluche que fue favorito hasta los 6 años y se llama Bimbo. Tarjetas para el Día del Padre, su lapicero, sus notas escolares”, son parte de esos recuerdos, nos contó don Carlos.

Otras cositas de Cristian, don Carlos y su esposa, Rosibel Araya, las regalaron porque, según el papá, tal vez así el dolor se iría un poco.

“Eso no pasa, el dolor no se va nunca, sigue intacto”, dijo don Carlos.

Don Carlos era muy conocido en el centro de San José, era el dueño de la carnicería Dos Amigos, famosa por sus combos con curiosos nombres, su familia estaba integrada por su esposa y su hijo.

“En aquel momento teníamos dos negocitos más pequeños, nos iba bien, mi hijo estudiaba en un lugar privado, yo llevaba dinero que guardaba en mi casa porque solo vivíamos nosotros tres. Un día tres amigos de mi hijo llegaron a mi casa y tomaron una parte del dinero, mi hijo me dijo a quiénes llevó y le prohibí llevarlos a la casa, entonces una de esas personas convenció a otros dos muchachos de hacerse amigos de mi hijo para poder volver a la casa, mi hijo amaba los videojuegos y por ahí fue que lo convencieron”, relató Rojas.

Los jóvenes tenían que lograr que Cristian los dejara entrar a la casa y un hombre, quien también es de apellido Rojas, se encargaría de robar dentro de la vivienda.

El 25 de agosto del 2006, Cristian salió de estudiar y llegó al negocio de sus papás, don Carlos le dio dinero para que se comprara un pollito frito que le encantaba.

“Él me dio un beso en la frente y en el camino me puso un mensaje que decía: ‘I love you’... y se fue en el bus para la casa sin pensar yo que sería la última vez”, recordó don Carlos.

Los esposos llegaron a su casa, en La Aurora de Alajuelita, a las 8 de la noche.

“El portón de la casa estaba abierto, yo le digo a mi esposa, ‘este güila dejó el portón abierto, lo voy a regañar’. Seguimos avanzando, la puerta estaba cerrada, sin seguro, y le digo vea, ‘dejó todo abierto’. Todo estaba apagado y las cortinas cerradas, yo prendo la luz y lo primero que veo es un rastro de sangre, pero a él se le venía la sangre por la nariz. Pensé, ‘mi chiquito estará en el cuarto’ y salgo corriendo, cuando llego y prendo la luz, encuentro a mi hijo muerto, tirado en un charco de sangre”, describió.

“Estaba golpeado, cortado y con una almohada en la cara, me lo asfixiaron y me lo torturaron para que dijera dónde había dinero, faltaba el Xbox, un maletín y un celular, eso costó la vida de mi hijo”.

Rojas asegura que en ese momento su vida y la de su esposa perdieron el color, la vida de ambos giraba en torno a su único hijo.

“El negocio lo descuidamos y cuando nos dimos cuenta ya no era rentable y ya no podíamos más, nos quedamos sin negocio, tuvimos que vender la casa porque era insoportable tener que llegar ahí y ver el lugar donde a él lo habían matado, compramos otra casa y dimos una prima, pero al quedar sin negocio, no pudimos seguir pagando y nos quedamos sin casa, mis suegros nos dieron un rinconcito en la casa de ellos en Purral, era un bodega y pudimos hacer un apartamentito”, contó.

“Lo perdimos todo, incluso nosotros como matrimonio nos volvimos dos desconocidos, no nos acusamos por lo qué pasó, pero llevábamos la culpa por dentro, el camino fue duro y largo, la terapia no nos ayudó, la pérdida de un hijo es muy dura”, dijo Rojas.

Asesino condenado

El celular de su hijo Cristian fue recuperado un mes después por el OIJ en Guanacaste, lo tenía una persona a la que se lo vendieron.

Rojas contó que tras cometer el crimen los sospechosos limpiaron la casa para tratar de borrar las huellas, salieron en silencio y por eso los vecinos no los vieron.

“A mi hijo lo mataron a mediodía. según nos dijo el forense”, aseguró don Carlos.

“Yo estaba lleno de rencor, en el caso de mi hijo condenaron a Rojas a 30 años, un menor no fue a la cárcel y otro fue absuelto por falta de pruebas, para mí era muy duro ver a Rojas burlarse de mí en las audiencias, en el juicio hasta amenazas recibí, tuve que cambiar hasta mi número de celular”, dijo el carnicero.

Perdonar para seguir

Don Carlos asegura que muchas veces estuvo enojado con Dios, él decía que no volvería a entrar a una iglesia y muchas veces le reclamó.

“Un día nos topamos con Roxana Rojas, mamá de un muchacho que también fue asesinado y ella quedó de venir a mi casa y me dijo que quería invitar a mi esposa a un retiro de mujeres en la iglesia donde ella iba. Yo le dije que llegara a mi casa y que ella le dijera a mi esposa que yo no me iba a meter, yo no quería saber nada de Dios.

“Mi esposa se fue tres días con ella y cuando volvió me fui a la iglesia para irla a recoger y le compré unas flores, mi hijo era muy activo en la iglesia y le encantaba una canción que se llama ‘El loco’, pero a mi esposa después de su muerte la desbarataba, venían llegando y ponen la canción, yo me había quedado en las bancas de atrás y pensé ‘se va desmayar’ y empecé a pedir campo, pero la vi bailando y le pregunté ‘¿Qué pasó?’ Y ella me dijo que todo quedó atrás”, recordó.

Su esposa siguió asistiendo a la iglesia y él se arrimaba de larguito, hasta el tercer intento aceptó ir a un retiro de hombres.

“Esto fue hace tres años y decidí perdonar a quienes mataron a mi hijo, no lo olvido, pero al sacarme todo eso que sentía en el alma fue como una descarga para cada uno y para los dos juntos, empezamos a vivir de una manera distinta porque Dios nos tocó sino no lo hubiéramos logrado, en algún momento hasta pensé ponerle fin a mi vida por la depresión y tanto dolor.

“Es difícil perdonar a alguien por cualquier mínima cosa, ahora por matarte a un hijo, pero mi esposa y yo nos recuperamos y ya tenemos 37 años de matrimonio, entregamos a esas tres personas a las manos de Dios, se acabó mi tormento, un tormento que ni a los asesinos de mi hijo se los deseo”, dijo.

La pareja ahora no falta a la iglesia Tierra de Milagros en Tibás, él es el encargado de seguridad y su esposa trabaja con los niños, Rojas también trabaja en la carnicería de un supermercado y su esposa es modista.

“Nada ha sido fácil, el camino ha sido... ufff, duro, más cuando vemos que un matrimonio está pasando por lo mismo que nosotros, pero hemos logrado tener muchos avances porque por mucho tiempo en la casa no se comían cosas que a Cristian le gustaban, como el budín o los flanes, ahora con el tiempo y después de perdonar nos volvemos a ver y nos decimos, ‘se los hubiera comido todo’. Se recuerdan cosas bonitas y anécdotas, pero por años nosotros estuvimos condenados”, comentó.

Reviven el dolor

Con los casos de homicidios a ellos les duele saber por todo lo que van a tener que pasar las familias y es tener que revivir el pasado.

“Nos duele como la justicia en tantos años nos ha quedado debiendo, como la ley contra los menores de edad es tan blanda, por eso ahora hay tanto menor delinquiendo porque no pasa nada.

“En el caso de mi hijo falta gente en la cárcel, los presos piden derechos, los derechos somos los personas de bien, ¿y qué pasó con mi derecho de ser abuelo, con el derecho de mi hijo de convertirse en el biólogo marino que quería, con el de mi esposa y yo seguir de disfrutándolo, la posibilidad de mi hijo de ser esposo o papá, qué pasa con ese derecho? 17 años después la inseguridad se lo sigue arrebatando a otras familias”, dijo indignado.

Don Carlos asegura que él y doña Rosibel cargan con el vacío de su hijo todos los días y que ahora disfrutan de poder consentir a los niños pequeñitos de la familia.

“Por 12 años tuvimos un perrito que se llamaba Dokie y hace mes y medio se nos murió, no le puedo decir la llorada que nos pegamos, todavía lo lloramos, y es que las mascotas son una compañía, ese amor por los animales nos lo dejó mi hijo, él cuando lo mataron tenía a su perrita Colette, cuando lo asesinaron la encontramos aterrorizada en un rincón y un año después se nos murió de la depresión, no hubo manera de salvarla, estaba tan triste como nosotros”, dijo.

Rojas siempre trata de acercarse a las familias que sufren las pérdidas de sus hijos para dar apoyo, hace algunos años lo hacía con una asociación de padres llamada Asopaz ahora lo hace solito.

“Solo un corazón que ha pasado por algo así sabe lo que sienten esos papás, ojalá se hagan los cambios necesarios en la ley y se pueda frenar lo que estamos viviendo”, concluyó Rojas.

Silvia Coto

Silvia Coto

Periodista de sucesos y judiciales. Bachiller en Ciencias de la Comunicación Colectiva con énfasis en Periodismo. Labora en Grupo Nación desde el 2010.

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