Lo que empezó como un pasatiempo se convirtió en una verdadera carrera para Daniela Medina, una colombiana de 31 años, que transformó su pasión por las pestañas en un negocio exitoso que la ha llevado a convertirse en embajadora de una marca internacional y referente en la industria en Costa Rica y toda Centroamérica.
- ¿Cómo llegó a Costa Rica y qué la motivó a quedarse?
Llegué hace 14 años a Tiquicia, porque mi mamá decidió venir a trabajar en busca de mejores oportunidades y un ambiente más tranquilo. Costa Rica ofrecía paz y seguridad. Con el tiempo, este país se convirtió en mi hogar, aquí he podido crecer, emprender y desarrollarme tanto personal como profesionalmente.
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-¿Qué edad tenía cuando llegó?
Tenía 16 años. Somos solo mi mamá y yo, siempre hemos sido mamá e hija. Ahora vivo sola en Costa Rica, porque mi mamá se casó y se fue a Estados Unidos.
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-¿Qué hizo en los primeros años aquí?
Llegué estudiando, pero como viajábamos mucho, me cansé de cambiar de colegio y decidí empezar a trabajar, apenas cumplí 18. Me metí en restaurantes, fui mesera, bartender, trabajé en San José y luego en Jacó. Allí, mi inglés me ayudó mucho, aunque lo aprendí básico en Colombia, la música y las series me lo reforzaron. Fue un trabajo duro, pero aprendí muchísimo y conocí a mucha gente que sigue siendo parte de mi vida.
-¿Cómo fue su evolución en los restaurantes?
Primero trabajé seis años en San José, luego tres en Jacó. Después conocí a un jefe que abrió un restaurante desde cero y me contrató y aprendí a organizar el negocio, pero la relación se dañó: él era grosero, y yo llegaba a mi casa llorando, no podía más.
-¿En qué momento decidió cambiar de rumbo?
Siempre me había gustado colocarme pestañas y con todo lo que me había pasado en el trabajo me desesperé. Me senté en mi cuarto, lloré y pensé: “¿Ahora qué hago?”. No quería volver a trabajar en restaurantes, necesitaba hacer algo mío, por lo que inicié un curso de pestañas.
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- ¿Cómo empezó?
Transformé un cuarto en un pequeño salón con camilla y carrito. Al principio practicaba seis horas diarias, era frustrante, pero no me rendí. Mis amigas fueron mis primeras clientas y hasta hoy siguen conmigo. Empecé con una clienta cada quince días y me sentía feliz.
Con el tiempo compré material y recibí apoyo económico de mi mamá y mi expareja para lo básico y, poco a poco, me dediqué cien por ciento a esto, aprendí a ser paciente y a entender que ningún negocio funciona de la noche a la mañana.
- ¿Cómo dio el salto internacional?
Tomé cursos en Costa Rica y luego en México con la marca Lashbox, de la que ahora soy embajadora y la única representante en Centroamérica. Aprendí su técnica y tuve que adaptarme a trabajar con una mano porque me quebré la clavícula al mes de llegar de México mientras andaba en bicicleta. Así trabajé y practiqué día y noche hasta dominarla.
- ¿Qué hace actualmente para empoderar a otras mujeres?
Organizo clases y cursos para enseñar la técnica. No pido requisitos, cualquiera que quiera aprender puede inscribirse. Tengo una comunidad de más de 100 lachistas (personas que aplican pestañas) en Costa Rica y mi objetivo es empoderar, educar y motivar a otras mujeres a que se den cuenta de que pueden transformar su vida, generar independencia económica y aprender un oficio con disciplina y pasión, sin importar la marca con la que trabajan.
- ¿Cuál es su lema personal?
Uno tiene que hacer lo que se puede con lo que se tiene. Yo empecé con dos pinzas, un blister de pestañas y adhesivo. Hoy vendo productos, doy clases y comparto mis conocimientos para ayudar a otras mujeres a crecer.
- ¿Qué mensaje quiere dejar a quienes lean su historia?
Nunca se subestimen ni a sus sueños. Aunque parezca difícil o imposible, con disciplina, constancia y fe en Dios se puede lograr. No importa de dónde vengamos ni cuántas veces tengamos que empezar de cero. Lo importante es no rendirse. Si yo pude transformar un hobby en una carrera y un estilo de vida, cualquiera puede hacerlo. Solo se necesita dar el primer paso, amar lo que haces y creer en ti misma.