Aunque cada vez son menos, todavía hay personas que cogen café, una labor física y silenciosa que ha forjado generaciones, sostiene la economía y nos conecta con una de nuestras mayores tradiciones.
Y es que detrás de esa taza de café que disfrutamos cada mañana hay una historia, un rostro, unas manos curtidas por el sol y el esfuerzo de los recolectores de café, héroes anónimos que cada temporada madrugan para llenar cajuelas con los granos maduros que más adelante serán procesados, tostados y enviados a diferentes rincones del país.
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En muchas familias ticas hay una historia ligada al café. Abuelos que trabajaron en fincas, tías que llenaban cajuelas como si el tiempo no existiera, padres que aún recuerdan los días de cosecha. Esa conexión con la tierra no se ha perdido: hoy, el trabajo en el cafetal sigue vivo, y cada vez son más los que deciden sumarse, aunque sea por un día, para vivir la experiencia.
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Así lo comprobé cuando me uní a un grupo organizado por el Instituto del Café de Costa Rica (Icafé), que nos llevó a la finca María Auxiliadora, en Santa Bárbara de Heredia. Ahí, desde el primer momento, el respeto por la tierra y el valor del trabajo bien hecho se sentían en el aire.
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En esa experiencia nos enseñaron que en Costa Rica se cultiva, principalmente, café arábico, conocido por su aroma y sabor.
Luego vino la parte más intensa: la recolección. Nos asignaron una “calle” (hilera de cafetos), nos entregaron los canastos y comenzamos a trabajar. De abajo hacia arriba, con ambas manos, escogiendo solo los granos maduros. Después vino la “barrida”, para recuperar los frutos que cayeron.
Aunque el trabajo es duro, el ambiente era cálido. Risas, consejos, historias compartidas entre quienes repiten esta rutina cada año.
En esta travesía hablé con doña Tatiana Obando, recolectora de Puntarenas, quien viajó con toda su familia a Heredia.
“Somos 20 y todos nos apuntamos. Esto es una tradición, y se gana bien. Yo recojo hasta 15 cajuelas al día”, dijo con orgullo.
El paisaje de montaña, el olor a tierra y la energía colectiva de quienes cosechan lo que otros consumimos, me dejaron algo claro: coger café es mucho más que un trabajo, es cultura, memoria, orgullo y una conexión profunda con el alma de este país.
Por eso la próxima vez que usted tenga una taza de café en las manos, véala diferente, porque detrás de ese sabor hay historias, esfuerzo y un ejército silencioso de héroes que mantienen viva una tradición costarricense.