Durante años vivió con el miedo a los insultos, a los golpes y sobre todo, a las miradas de los otros. Pero un buen día, cansado de estar en el punto de mira, Aniz de 24 años, prefirió dejar su Malaui natal y mudarse a Sudáfrica.
Vestido de blanco, el joven sufre de lo que una gran parte de la sociedad malauí considera una enfermedad incurable, en este país empobrecido de África austral, anclado en las tradiciones seculares: es homosexual.
"Nuestras leyes, en Malaui, son muy represivas", explica Aniz, a cobijo en un centro de acogida de la capital, Lilongwe, donde ha vuelto a vivir. "Me arriesgué pero tenía que ir a ver más allá".
En 2014 se fue a Sudáfrica, donde la ley prohíbe cualquier discriminación basada en la orientación sexual y permite el matrimonio entre personas del mismo sexo.
Durante dos años, este joven malauí, hijo maldito de una acomodada familia musulmana, sobrevivió prostituyéndose en las calles de Johannesburgo. Algo peligroso pero, al menos, ya no tenía que esconderse.
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Sin embargo, al final optó por regresar a Lilongwe, al descubrir que se había contagiado del virus del Sida.
La condición de las lesbianas, gays, transgénero, bisexuales y queers (LGTBQ) -de los que se estima que hay 10.000 en Malaui- no ha cambiado: sus familias los rechazan, las autoridades los estigmatizan y, así, se ven obligados a esconderse.
En 2010, el país copó titulares al condenar por “indecencia caracterizada” a 14 años de cárcel a una pareja de gays que osó celebrar su “boda” en público.