Farándula

Muerte de policía inspiró a seis de sus hijos a portar el uniforme

Don Álvaro Ruiz falleció en labor hace 23 años, y su hija, quien es oficial de la Fuerza Pública reveló que no siente odio por el asesino de su padre

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El amor por el uniforme de Policía y su incondicional servicio por ayudar a las personas, convirtieron después de su muerte a don Álvaro Ruiz Castellón, en toda una leyenda en su pueblo y en un gran ejemplo a seguir para sus hijos.

El legado más grande que dejó Álvaro en sus hijos fue la vocación por portar la placa y el uniforme de oficial con mucho orgullo y respeto.

Y es que no es una cosa que se dice así nada más por decirlo.

De sus 11 hijos, seis decidieron desde muy jóvenes seguir los pasos de su papá. Y en menos de lo que se imaginaron se convirtieron en una familia donde abundan los policías.

Pero no solo sus hijos encontraron en don Álvaro inspiración para dedicarse a combatir el mal, hasta varios de sus sobrinos son actualmente miembros de diferentes unidades de la Fuerza Pública.

El 16 de marzo de 1997 es inolvidable para la familia del recordado oficial y para todo el pueblo de La Pitahaya de Puntarenas. Ese día, un nicaragüense acabó a machetazos con la vida del uniformado.

Don Álvaro era oriundo de Esparza, pero jaló con parte de su familia a La Pithaya, donde con poco tiempo de vivir se ganó el cariño y respeto de los vecinos.

Edwin Sandoval, de 59 años, y quien todavía vive en La Pithaya conoció muy bien a Álvaro y recordó esa fatal noche.

Sandoval asegura que conversar del tema es como echar el casete para atrás y que a veces lo recuerda con tanta claridad y detalle, que parece que fue ayer y no que ya han pasado 22 años desde que perdió a su gran amigo.

“Yo tenía una pulpería y Álvaro estaba sentado en una banquita que teníamos en la pulpe. Eran como las siete de la noche, ya estaba oscuro y llegó una persona a buscarlo, a decirle que había alguien que se estaba peleando con otra gente y como él era uno de los policías del pueblo se fue a ver qué pasaba”, recordó.

Sandoval todavía no sabe como explicarlo, pero cuando llegaron a decirle a su amigo lo que pasaba se le metió un feo presentimiento en el corazón.

“Yo de inmediato me puse a llamar a la Policía y le dije a Álvaro que no se fuera, que esperara que llegaran refuerzos. Le dije como tres veces que no fuera solo, pero al final siempre se fue”, contó.

Don Edwin decidió cerrar el negocito y tomó un arma que tenía para ponérsele al corte a su amigo.

“No habían pasado ni 15 minutos cuando llegó un muchacho diciéndome a gritos que habían herido a Álvaro, me fui de inmediato al lugar, cuando llegué ya no había nada que hacer, todo fue muy rápido”, revivió.

Sandoval pudo reconocer fácilmente al muchacho que había matado a su amigo, ya que en aquel entonces él también contrataba peones para que trabajaran en las fincas cortando caña. Además, la Policía montó una búsqueda inmediatamente, y por eso, lograron arrestarlo en poco tiempo.

Se trataba de un nicaragüense de apellido García.

Edwin contó que su amigo luchó hasta el final por defenderse, incluso, le dio tiempo de sacar su arma, hizo un disparo que rozó al peón en el abdomen. Como el asesino estaba herido, eso le dificultó movilizarse, y eso también ayudó a que lo detuvieran pronto.

“Tenía como unos 30 años y apenas un mes de trabajar conmigo. Como si nada más hubiera venido a eso. Era callado, era como un lobo solitario A mí me tocó ir al juicio unos meses después como testigo y él dijo que no quería matarlo que fue que se confundió en la oscuridad con la gente con la que estaba peleando. Dijo que él no sabía que era policía y aceptó los cargos delante del juez”, relató.

Al hombre lo mandaron a cumplir una pena de 10 años en la cárcel.

El día del juicio Sandoval pidió permiso para acercársele un poco al asesino y decirle unas palabras.

“Le dije que no le tenía resentimiento por lo que había hecho. Yo sentí que cuando me volvía a ver lo hacía con pena, como que bajaba la cabeza.

"A mí me dolía mucho lo que pasó por ambas partes, por Álvaro porque como le dije era como mi hermano, y por el muchacho, porque yo era un buen jefe con él y con todos, les llevaba frutas para que se refrescaran, yo lo cuide bien él como a todos los demás”, dijo aún dolido por lo sucedido.

“Con el tiempo hasta la familia del muchacho me llamó para decirme que estaba bien que estuviera en la cárcel porque tenía serios problemas con ellos”, confesó.

Don Edwin recordó que tenía tanto aprecio por su amigo que le había tomado una foto y mandó a hacerle una copia de tamaño más grande que puso en un retablo.

El propósito inicial era regalarse a Álvaro, pero después de lo ocurrido la conservaron en la sala de la casa para recordarlo.

Sin embargo, cuando ocurrió la tormenta Nate, en octubre del 2017, su pueblo se vio muy afectado, como dice él, por la llena, perdieron muchas cosas que tenían en la casa, incluída la fotografía.

“Me quedé sin la original y sin la copia. La original se la había dado a unos periodistas que vinieron a cubrir la noticia porque eso fue todo un escándalo aquí en el pueblo y salió en las noticias”, recordó.

Don Álvaro tuvo 11 hijos, de los cuales seis decidieron seguir sus pasos. Priscilla, de 29 años, es la única mujer que decidió unirse a la lucha contra la delincuencia.

La joven, quien es parte de la delegación de Desamparados contó que cuando su papá murió ella tenía unos 8 años y que nunca se podrá quitar la imagen con la que se topó cuando fue junto a sus familiares a ver el cuerpo de Ruíz sin vida en la oscuridad.

“Andaba todavía con el uniforme de policía. Él amaba su profesión, en La Pitahaya era jefe y siempre buscaba la forma de ayudarle a las personas. Todavía me encuentro personas que lo conocieron y que me hablan maravillas de mi papá”, expresó.

La policía, quien también es la actual reina del concurso de belleza Señora Joven de las Américas, revivió que durante la vela, abrieron el ataúd y ella se acercó para tocarle la mano.

“Eso lo recuerdo mucho, creo que era porque en mi inocencia pensé en lo mucho que esas manos habían ayudado a tantas personas”.

Priscilla aseguró que para ella ver a su papá con el uniforme y montado en la patrulla haciendo los recorridos por el pueblo, era como ver a un superhéroe en vivo.

La admiración que tenía por su papá, fue creciendo junto con ella. Tuvo varios trabajos, como de secretaria, pero seguía con la espinita de ser policía.

Al final, y hasta llevándole la contraria a su mamá, llevó todo el proceso en la academia de policías en secreto. Ya cuando todo mundo se dio cuenta, Priscilla se había convertido en la primer mujer de la familia que portaba el uniforme azul.

Ella indicó que con los años aprendió a vivir sin su papá, pero que durante la infancia lloró por su ausencia.

“Ese vacío todavía lo llevo en el corazón, pero de una manera diferente. De niña lloraba mucho, los días del padre eran muy duros porque nos ponían a hacerles cartas o tarjetas en la escuela, y mi maestra sabía lo de mi papá, pero me decía que la hiciera porque el mensaje le iba a llegar al cielo.

"En mi niñez, esas cosas no las entendía. No entendía cómo alguien podía quitarle la vida a otra persona. Ese es el daño colateral que le provocan esas personas a las familias”.

Ahora toda una mujer hecha y derecha, Priscilla asegura desde el fondo de su corazón, a pesar del sufrimiento que pasó por muchos años, no siente odio hacia el asesino de su papá.

Toda una lección de amor hacia su papá al seguir su ejemplo de servicio, y otra enorme enseñanza de perdón hacia el criminal que acabó con la vida de su eterno héroe, que no muchos podrían dar.

Caídos en labor
El Ministerio de Seguridad Pública tiene en sus estadística que desde 1999 hasta mayo del 2018 mueren en promedio, cada año, dos oficiales mientras cumplen su labor. En ese periodo, en total 40 oficiales perdieron la vida en balaceras, accidentes de tránsito o como consecuencia de heridas con puñales. En detalle en el 2008 hubo dos casos, en el 2009, seis, en el 2016 y 2017 cuatro.

Ileana Vargas

Periodista de espectáculos con 10 años de laborar en Grupo Nación.

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