A todos nos pasa, que cuando la vida nos sorprende con cambios para los que no estamos preparados, la incertidumbre se apodera de nuestro corazón y a veces le genera mucha presión.
Este proceso hace que nos pongamos nostálgicos, nos cuesta mirar la salida. Es normal, tener una visión oscura y que sintamos que caminamos a ciegas, hacia un puerto desconocido y eso nos puede asustar.
Pero quizá, si levantamos la mirada nos vamos a dar cuenta que a nuestro alrededor está el rostro de las personas que amamos, de nuestros hijos, padres y hermanos.
Ellos están ahí, quizá no pueden solventar todas nuestras necesidades, pero un abrazo, una palabra cálida, una sonrisa sí. Ver a nuestros hijos jugar, nos puede reconfortar, conectarnos con la esperanza y renovar nuestras fuerzas para luchar en momentos de crisis y salir adelante.
No se trata de ser una persona de acero, se trata de ser humanos auténticos, serenos y seguros de que vamos estar bien. Conectados con todo lo que sentimos, aferrados a nuestra fe y a la vez extendiendo la mano para aceptar ayuda. Abriendo la boca para decirle a los demás: “Te necesito", con humildad y apertura.
Esto implica que todos tengamos la sensibilidad de mirar alrededor y reconocer las necesidades de quienes están ahí, que no necesitamos que nos pidan algo para tener una acción reparadora, un acto solidario que nos llene de esperanza a todos.
Que el miedo no nos gane. Tenemos a todos los que te aman, así como nuestras voluntades, virtudes, capacidades y conocimientos.
Vamos a encontrar nuevamente razones para sonreír y nos vamos a llenar de esperanza.
Saldremos fortalecidos de esta crisis, sorprendidos de lo que fuimos capaces de hacer y rodeados de personas que auténticamente nos amaron y nos sostuvieron, que siempre estuvieron ahí a nuestro lado, así que el miedo no nos ganara. Le damos paso al amor, esa es la clave.