Farándula

Terminamos, pero ninguno de los dos se quiere ir

Rafael Ramos, sicólogo

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Una ruptura sana implica reconocer que no tiene sentido seguirse viendo, saliendo o estando bajo el mismo techo.

Al decir: “terminamos”, el reto no es concentrarse en la separación, sino en la construcción de nuestro proyecto de vida y esta vez sin esa persona a nuestro lado pero con la claridad de qué es lo que queremos para nuestra vida.

Pero sujetarnos a seguir juntos, con la claridad de que el afecto se agotó y que no hay razones para continuar, sí es un proceso doloroso y complejo.

No se puede vivir bajo la estructura de “terminamos, pero ninguno de los dos se quiere ir”.

Terminar implica replantear la vida, tomar decisiones firmes, claras y conscientes que nos permitan respetar la individualidad de la otra persona. Dejar atrás todos estos ciclos de contradicciones que no tienen sentido es un reto esencial. Aunque podría ser comprensible que haya una resistencia a replantearse pues crea dolor.

Vivir la vida, bajo la premisa “terminamos, pero ninguno de los dos quiere irse”, nos sujeta a un ciclo de vida en el que quizá: la dependencia, el apegó, pensar en el miedo a la soledad y a replantearse la historia nos puede causar mil ruidos.

Las rupturas no son deseables y causan dolor, pero también pueden ser liberadoras y sanas.

Cuando nos damos la oportunidad de entender que esto no tiene que ser movido por la contradicción, el enojo, el resentimiento, el odio, el apego, ni las ilusiones fallidas, tenemos una obligación con nuestra existencia. Esto implica la construcción de la paz y la serenidad.

En el mundo ideal, una ruptura debe ser movida por el respeto, la comprensión, trabajar en el desapego y la aceptación que nos hace decir: “te suelto”.

Todo esto sirve para comenzar a cerrar el ciclo:

· Dejar de caminar con dudas.

· Renunciar a las ilusiones sin sentido.

· Comprender las razones que nos llevaron a esto.

· Perdonar aquello que ha causado dolor.

· Liberarse de las posiciones emocionales que impidan avanzar.

· Valorar lo vivido y abrirse al aprendizaje.

Si llegamos a ese punto de no retorno, no tenemos por qué vivirlo desde la confusión.

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