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Asesinó a un policía, lo decapitaron y ahora quieren hacerlo santo

El francés Jacques Fesch reconoció sus delitos: robo y asesinato de un policía. Durante sus tres años en la cárcel pasó por un proceso de conversión religiosa

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Lo llaman “el buen ladrón del siglo XX”, en referencia a Dimas, uno de los dos delincuentes crucificados junto a Jesucristo y que, según la Biblia, en sus últimas horas de vida se arrepintió de sus crímenes.

El francés Jacques Fesch (1930-1957) fue guillotinado luego de reconocer sus delitos: robo y asesinato de un policía. Pero durante sus tres años en la cárcel pasó por un proceso de transformación personal y conversión religiosa, al punto que la Arquidiócesis de París inició en 1987 el proceso de beatificación. Ya hoy se le considera “siervo de Dios”.

Su hijo Gérard Fesch, de 67 años, lleva adelante en Francia una lucha para obtener la “rehabilitación judicial”, una especie de perdón con la idea de que su padre sea considerado un “modelo de cambio de vida”.

“Mi padre fue un asesino, pero también un santo”, dijo Gérard en una entrevista.

La batalla de Gérard genera muchas preguntas: ¿puede un delincuente confeso ser propuesto como un modelo para la sociedad y para los creyentes?, ¿cuán creíble fue la transformación de Fesch?, ¿qué piensa la familia del policía asesinado?

Habiendo tantas personas que han vivido su fe de manera ejemplar, ¿por qué beatificar a un delincuente convertido?

“¡No hay dudas de que la vida de Jacques Fesch como criminal y hasta que llegó a la cárcel, no puede ser puesta como modelo, y nunca lo será! Pero todo lo que le sucedió en prisión envía un poderoso mensaje que la sociedad debe conocer” , dijo Jean Duchesne, quien escribió su biografía y es coordinador del comité de expertos que evalúa en París los documentos que se presentan para la beatificación.

Niño rico y asesino

Fesch nació cerca de París en cuna de oro, era hijo de un banquero ateo belga que nunca les puso mucha atención a sus tres hijos (Jacques y dos hermanas), y de una madre creyente, muy dispuesta a concederle a Jacques sus caprichos.

Fesch no terminó la secundaria. Rico y apuesto, de 1,92 de altura, se dedicó a disfrutar los placeres de la vida. Se casó, y a los 21 años tuvo una hija Véronique, y tres años más tarde, con una amante, un hijo extramatrimonial, Gérard.

Estafó a sus suegros y malgastó un préstamo que le había dado su madre para empezar una empresa, algo que nunca concretó. Con la plata se compró un carro descapotable Simca. En su alocado tren de vida, en 1954 soñó con comprarse un velero e irse de viaje a las Islas Galápagos.

Como no le alcanzaba la plata, ideó un robo. Encargó unas monedas de oro y cuando fue a retirarlas, el 25 de febrero de 1954, llevó un arma con la que golpeó al vendedor, luego huyó a un edificio vecino y, cuando fue cercado por la policía, disparó y mató al agente Jean-Baptiste Vergne, un policía viudo de 35 años, que tenía una hija de dos años.

Durante el juicio, tres años más tarde, el sindicato de policías presionó por una sanción ejemplar de condena a muerte, bajo amenaza de boicotear la seguridad de la reina Isabel II durante una visita que haría a París en abril de 1957. Y la condena deseada por muchos llegó.

La ejecución con guillotina se llevó a cabo el 1 de octubre de aquel año y el caso quedó luego en el olvido hasta que 15 años más tarde, un sacerdote carmelita, amigo del abogado de Fesch, decidió hacer públicas algunas de las cartas escritas por el reo desde la prisión a familiares y amigos.

Muy bien recibidas

Las publicaciones tomaron forma de tres libros que se vendieron muchísimo entre los católicos y llegaron a manos del cardenal Jean-Marie Lustiger (1926-2007), que fue quien inició el proceso de beatificación.

“La conversión de Jacques Fesch no puede atribuirse a ningún motivo humano o externo, cuando llegó a la prisión estaba aferrado al escepticismo y se resistió incluso a las charlas de su abogado, un cristiano converso, que quería salvar su alma cuando ya no podía salvar su cabeza. Pero después de aproximadamente un año en la cárcel, Fesch tuvo una noche una experiencia sobrenatural en la que recuperó la fe de su infancia”, afirma Duchesne.

“Estaba acostado, con los ojos abiertos, sufriendo mucho por primera vez en mi vida. De repente, un grito salió de mi pecho: “¡Dios mío!”. Y, como un viento fuerte que pasa sin que yo sepa de dónde viene, el Espíritu del Señor me agarró por la garganta. Tenía la impresión de un poder infinito y una bondad infinita que, desde ese momento, me hizo creer con convicción que nunca estuve abandonado”, escribió.

A partir de allí, el joven tuvo un gran cambio. Aceptó a ver al capellán de la prisión y comenzó a responder a las cartas que un joven monje le había estado enviando después de enterarse de su crimen. Fue este novicio, el hermano Tomás, quien le enseñó a vivir como un monje en su celda.

“Lo que hice es abominable (…). No entiendo por qué hice esto, cómo llegué hasta allí (…) ¡Cuánta desgracia causé! : la muerte de un hombre, la desgracia de una mujer y una pequeña, y también dos niños que van a sufrir (en referencia a sus dos hijos) ¡Cuánto daño he podido hacer a mi alrededor con mi egoísmo y mi inconsciencia!

“Pido disculpas a la señora Vergne (la mamá del policía asesinado). ¡Oh señora! Tiene derecho a odiarme, pero le expreso mi más sincero pesar, como a todos aquellos a quienes hice daño”, escribió.

La hija del policía asesinado fue contactada por autoridades de la Iglesia católica en el proceso de beatificación, pero prefirió no hacer comentarios.

La última carta de Jacques Fesch, escrita el día en que sería ejecutado, dice: “Coopero con mi ejecución aceptándola con toda mi alma y ofreciéndosela al Señor; así moriré menos indignamente (...). No estoy solo, porque Dios está conmigo. ¡Solo cinco horas de vida! Dentro de cinco horas veré a Jesús“.

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