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Casetas telefónicas rojas de Londres se transforman para sobrevivir a los celulares

Ahora son tiendas, bibliotecas y hasta restaurantes

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“Huele bien”, dice un muchacho sobre el olor a sopa procedente de una cabina telefónica roja en el centro de Londres, cuya transformación la salvó de una desaparición segura por culpa de los celulares.

Esta excabina telefónica es la legítima pulpería de pueblo, pequeñita pero bien surtida. Foto: AFP PHOTO / Tolga Akmen / TO GO WITH AFP STORY 'Britain-heritage-business' by Martine PAUWELS (TOLGA AKMEN)

Todos los mediodías, decenas de empleados de las oficinas cercanas se acercan a la plaza Bloomsbury, en Gran Bretaña, a buscar su almuerzo a esta cabina reconvertida para albergar una nevera y varias estanterías donde se acumulan los platos. Aprecian sobre todo las ensaladas, que luego saborean en el jardín público cercano cuando hace buen día.

Como este mini-restaurante de comida para llevar, que, frío obliga, acaba de cerrar hasta la primavera, miles de otras cabinas telefónicas de todo el Reino Unido se han ganado el derecho a una nueva vida.

A menudo abandonadas y vandalizadas, fueron transformadas en bibliotecas, galerías de arte, centros de información, cafés, restaurantes y hasta en una tienda de sombreros o el habitáculo para un desfibrilador.

Desde que alcanzó su pico de 92.000 en 2002, el número de teléfonos públicos del Reino Unido se fundió como la nieve al sol: quedan 42.000, de ellos 7.000 en las famosas cabinas rojas.

La compañía de telecomunicaciones BT, que prevé eliminar 20.000 teléfonos públicos más en los cinco próximos años, argumenta que son deficitarios porque su mantenimiento le cuesta cada año 5 millones de libras (3660 millones de colones). Cada día se hacen 30.000 llamadas desde ellos, una caída de más de 90% en 10 años.

No se trata tampoco de eliminar del paisaje las más icónicas. La más conocida, el modelo “K6″ de metal rojo y con una corona en sus cuatro vértices superiores, fue la primera en instalarse por todo el país. La diseñó el arquitecto británico Giles Gilbert Scott para el jubileo de plata del rey Jorge V, en 1935.

“Buscamos alternativas” para responder a las necesidades de los usuarios, explicó a la AFP Mark Johnson, encargado de teléfonos públicos de BT.

Varios cientos de cabinas acogen ahora un cajero automático, otras serán reacomodadas como puntos de distribución ultrarrápidos de wifi, gratuitos y financiados con publicidad, y BT está considerando destinar algunas a puntos de recarga para vehículos eléctricos.

Otras son renovadas y vendidas a coleccionistas por un precio de salida de 2.750 libras (2 millones de colones) más impuestos, o cedidas por una libra simbólica a ayuntamientos y asociaciones que les darán un buen uso. Este programa ha permitido salvar a más de 5.000.

Aunque el espacio es pequeñito, los comerciantes le sacan el jugo. Foto: AFP PHOTO / Tolga Akmen / TO GO WITH AFP STORY 'Britain-heritage-business' by Martine PAUWELS (TOLGA AKMEN)

“Se trata de preservar el patrimonio del Reino Unido”, dijo Mark Johnson.

La empresa Red Kiosk Company, que da una parte de sus ingresos a asociaciones de ayuda a quienes duermen en la calle, es una de las beneficiarias. Con este método compró 124 cabinas rojas que luego alquila por 360 libras (272 mil colones) al mes.

“Al mismo tiempo que se salva una obra histórica, se crea empleo y se regenera un lugar”, explicó a la AFP el director de Red Kiosk Company, Edward Ottewell, quien lamentó que los permisos administrativos a veces son difíciles de obtener.

El modesto alquiler permite a jóvenes empresarios, generalmente incapaces de afrontar el precio de un alquiler en Londres, lanzar sus proyectos. “Es el único lugar que podemos permitirnos, porque es sólo un metro cuadrado”, bromeó Ben Spier, fundador del bar de Bloomsbury Square.

Curiosamente, Red Kiosk también tiene entre sus clientes a una empresa que repara teléfonos celulares, Lovefone.

Este amigo se fue a comprar alguito a la nueva tienda que antes era un teléfono. Foto: AFP PHOTO / Tolga Akmen / TO GO WITH AFP STORY 'Britain-heritage-business' by Martine PAUWELS (TOLGA AKMEN)

“Un día me preguntaron si no sentía claustrofobia”, explicó a la AFP un técnico de reparación, Fouad Choaibi, que trabaja en una cabina equipada de una pequeña mesa, estanterías para las piezas y una pequeña estufa. “Respondí que con dar un solo paso ya estoy fuera de la oficina”, explicó sonriendo.

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