La mañana del viernes 25 de mayo de 1979 no fue una más en Nueva York. Amaneció nublada y con lluvias intermitentes. Para Julie y Stanley Patz, residentes del Soho y padres de tres hijos, tampoco era una jornada cualquiera.
Ese día, Etan, el hijo del medio de apenas seis años, recibió el permiso que llevaba meses pidiendo: caminar solo los 200 metros que separaban su casa de la parada de autobús escolar.
La ilusión de independencia del pequeño contrastaba con el clima gris. Vestido con un vaquero azul, un suéter, su gorra de piloto de Future Flight Captain, un bulto y un dólar en el bolsillo para comprar un refresco, Etan salió de su vivienda.
Su madre lo observaba desde la puerta y, luego, desde las escaleras de incendio del edificio, lo siguió con la mirada unos metros más. Cuando volvió a entrar, sin saberlo, se convirtió en una de las últimas personas en verlo con vida.
La búsqueda frenética y el país en vilo
Las horas pasaron sin novedades. El maestro de primer grado notó su ausencia en el aula, pero no se comunicó con sus padres. Este fue el primer gran error. Cuando Julie se percató de que su hijo no regresaba del colegio, el matrimonio Patz denunció su desaparición ante la Policía.
Stanley, fotógrafo de profesión, proporcionó imágenes del niño para facilitar la búsqueda, que comenzó esa misma noche y movilizó a decenas de efectivos, perros rastreadores y vecinos. Pese al despliegue, no hubo rastros.
En los días siguientes, el caso ganó visibilidad en los medios.
El rostro de Etan se convirtió en un símbolo. Aparecía en afiches, periódicos y hasta en las pantallas de Times Square. La angustia de los Patz se profundizaba y las cámaras captaron uno de los mensajes más desgarradores de Julie: “Deseo que esté con alguien que lo cuide. No quiero lastimarte ni juzgarte, no importa quién eres, solo quiero que lo traigas a casa”. Luego agregó: “No queremos ensuciar a nadie, solo esperamos que lo traten bien y lo traigan de regreso”.
Una familia rodeada de cámaras, con la esperanza intacta
La vivienda familiar se transformó en un sitio repleto de agentes, periodistas y teléfonos que no dejaban de sonar. La desesperación era constante. Ari, de 2 años, y Shira, de 8, los hermanos de Etan, también atravesaban ese momento con incertidumbre. Ese mismo 25 de mayo, Shira le había pedido a su madre faltar a la escuela para dormir un poco más.
La comunidad se dividía entre quienes mostraban solidaridad y quienes criticaban a los Patz por permitir que su hijo caminara solo. Años más tarde, Stanley explicó en una entrevista con ABC News: “En algún momento de la vida, todo padre envía solos a sus hijos a la escuela. ¿Lo hicimos demasiado pronto? Obviamente. Pero era un territorio muy familiar. Era un vecindario muy seguro”.
El primero en aparecer en cartones de leche
La imagen sonriente de Etan fue una de las primeras en figurar en cajas de leche en Estados Unidos, como parte de una iniciativa para encontrar niños desaparecidos.
Con el objetivo de aumentar la difusión, se imprimieron datos clave: su fecha de nacimiento (9 de octubre de 1972), el color de su cabello rubio y ojos azules, y su peso, que apenas superaba los veinte kilos.
A los nueve meses de su desaparición, Stanley y Julie, entonces de 38 y 37 años, participaron en una entrevista televisiva. Sentados juntos, describieron al niño con la mezcla de serenidad y dolor que otorgan las semanas de incertidumbre.
“Es un niño obediente. Creemos que un adulto podría haberlo convencido de que fuera con él. Lo extrañamos. Queremos que vuelva a formar parte de nuestras vidas”, expresó Stanley. Julie añadió: “Es extremadamente perceptivo, sensible y cariñoso con los demás”.
Una investigación con sospechosos y pocas respuestas
Desde el inicio, las autoridades centraron la atención en el entorno cercano. Incluso Stanley fue brevemente considerado sospechoso, aunque rápidamente descartado. Luego, el foco se posó sobre José Antonio Ramos, pareja de una exniñera de la familia y con antecedentes por abuso infantil.
Aunque fue condenado a 20 años de prisión por otros delitos, nunca se probó su relación con la desaparición de Etan. A pesar de eso, durante décadas, fue el principal sospechoso.
El 19 de junio de 2001, Etan fue declarado legalmente muerto. Cuando todo parecía indicar que el caso quedaría sin resolver, un giro inesperado reabrió la investigación.
Una llamada anónima y la confesión inesperada
El 25 de mayo de 2010, exactamente 31 años después de la desaparición, el fiscal de Manhattan, Cyrus Vance Jr., decidió reabrir el caso. Dos años más tarde, en 2012, las autoridades recibieron un llamado clave. Un hombre señalaba a su cuñado, Pedro Hernández, como el responsable del secuestro y asesinato de Etan. Su declaración surgió luego de ver en un noticiero que se realizaban excavaciones en el vecindario de los Patz, cerca de la parada de autobús.
Según relató, años atrás había escuchado a Hernández confesar que había matado a un niño en Manhattan. Con esa información, la Policía localizó rápidamente al sospechoso. Hernández, que en mayo de 1979 tenía 18 años y trabajaba en una tienda del vecindario, confesó el crimen.
Aseguró que atrajo al niño con la promesa de un refresco, lo llevó al sótano y lo asesinó. Luego, colocó su cuerpo en una caja y lo arrojó a la basura. Nunca se recuperaron los restos.
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Un veredicto que llegó casi cuatro décadas después
A pesar de su confesión, la credibilidad de Hernández fue puesta en duda debido a su historial psiquiátrico. Su primera declaración no fue grabada ni realizada en presencia de un abogado.
En 2015, su primer juicio fue anulado por falta de unanimidad en el jurado. Sin embargo, en 2017, tras un nuevo proceso, Pedro Hernández fue hallado culpable de asesinato y secuestro. Fue condenado a cadena perpetua con la posibilidad de libertad condicional luego de 25 años.
Con ese fallo, se cerró uno de los casos más emblemáticos de desaparición infantil en Estados Unidos.