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Reclusas “cultivan” su libertad en El Salvador

59 mujeres se ganan la libertad día a día mientras hacen producir la tierra en una granja

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Lizbeth cumple ocho años de cárcel por robo y ya casi la termina. En una granja de El Salvador aprende a producir verduras y a criar conejos para alimento y dice que continuará haciéndolo cuando recupere su libertad.

Son 59 reclusas en “fase de confianza”, fuera de una celda, y que duermen en cuartos instalados en la Granja Izalco, un particular centro penitenciario 60 km al oeste de San Salvador.

Al amanecer, se van al campo. Unas crían y cuidan animales y otras se dedican a labores de la tierra. Por cada día en la granja acumulan dos días en la reducción de su pena. Además --y no menos importante-- obtienen su propio alimento.

Ellas forman parte de un nuevo programa del gobierno salvadoreño que, según el director de Centros Penales, Osiris Luna, tiene como objetivo que “los privados de libertad cultiven, cocinen y consuman sus propios alimentos”.

“Podemos llegar a ahorrar unos diez millones de dólares, esa es la meta que se tiene de los casi 39 millones de dólares” que se invierten en alimentación al año en las cárceles, explica Luna.

En el presente, una empresa privada sirve los alimentos a las cárceles, por lo que la meta al inicio del próximo año, es tener 4.100 personas trabajando en el área de cocina y 3.000 en granjas.

"Me esperan mis hijos y mi madre. Primero Dios, pronto voy a recuperar mi libertad", cuenta Lizbeth Velado, de 33 años, mientras toma con sus manos uno de los conejos que cuida y que son parte de la dieta de los internos.

“Cuando tenga mi libertad pienso ir a poner una granja de conejos (...) es un trabajo no tan difícil”, asegura.

Granja variada

El penal se sitúa en un área de 35 hectáreas, donde están los cuartos de las reclusas, oficinas administrativas, zonas de crianza de cerdos y conejos, así como cuidado de las verduras y espacios de cultivo.

El penal también tiene guardería con casi medio centenar de menores de edad, para las internas con niños pequeños.

De pantalón azul y suéter amarillo, salen a trabajar en el campo con un gorro o un pañuelo en la cabeza para protegerse del abrasador sol centroamericano. Cosechan chiles, tomates, repollos, pepinos, lechugas, maíz, frijol y hierbas aromáticas.

La labor diaria les permite a varias de ellas, con hijos mayores, distraerse de la nostalgia de tener lejos a la familia.

“Yo tengo tres hijos y me duele en mi corazón no estar con ellos, pero es lo que motiva día con día para salir adelante en este lugar”, comenta Alma Yanira Rodas, de 31 años y que ya cumplió siete de una condena de 10 años por extorsión.

“Cuando salga espero ser una mejor mujer, una mejor madre, pero también regenerarme (...) que no me vayan a ver mal”, dice.

Con una población de 6,5 millones de personas, El Salvador tiene 621,8 presos por cada 100.000 habitantes, según cifras de la la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC).

Eso lo coloca como segundo país del mundo por población penitenciaria, en cifras relativas, según el informe World Prison Population List de 2018, de la University of London.

De los casi 36.000 reclusos, 2.602 son mujeres y 15.949 pertenecen a violentas pandillas que cometen homicidios y extorsionan, entre otros delitos.

La Dirección de Penales dispone, además de la granja en Izalco, de otra en la que participan hombres en Santa Ana, 65 km al oeste de San Salvador, y la del Centro de Detención de Menor Peligrosidad en Zacatecoluca, en el centro del país.

Otra oportunidad

La experiencia de Izalco busca que las privadas de libertad “aprendan técnicas (y) que al salir puedan ponerlas en práctica”, comenta Norma Osorio, una ingeniera agrónoma, de 29 años, que coordina el trabajo.

De acuerdo con la especialista, El Salvador trata de “ser un buen ejemplo” para que otros países puedan aplicar este programa en sus ciudadanos presos.

Jazmín Rivera, de 26 años, lleva tres años y ocho meses presa con una condena total de 10 años por “extorsión agravada”. Pero con este mecanismo de beneficios, tiene previsto salir en 2024.

"Una oportunidad sí nos merecemos porque hemos recapacitado. Si antes pensábamos cosas malas, ahora ya no. Desde que ponemos un pie en prisión la vida de uno le cambia", afirma.

“Aquí uno aprende a valorar. Esto es como una escuela, se sufre, en verdad se sufre. Uno es dueño de sus propios actos y uno mismo se busca las cosas”.

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