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Tenancingo, la ciudad de México donde los niños sueñan con ser explotadores sexuales

Una sobreviviente y un explotador cuentan su historia

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Ella, obligada a prostituirse de los 12 a los 16 años, y él, explotador sexual durante una década.

A Karla la engancharon en un tiempo en que amaba “patinar, el hip hop y rapear” para olvidar a su madre violenta que a menudo la echaba de casa.

Un día, en el metro de Ciudad de México, se le acercó quien sería su explotador. Haciéndose pasar por un joven igualmente desafortunado, le regaló un caramelo y la charla terminó con un abrazo que para ella fue el “más sincero y honesto” de su vida.

Prometiéndole matrimonio, la llevó a un pueblo de Tlaxcala (centro), cercano al municipio de Tenancingo, “cuna de los padrotes”, donde los niños sueñan con ser proxenetas.

La trataron como “princesa” durante tres meses; paseaba en autos de lujo y convivía con los dueños de enormes casas, celebrando que serían “familia” una vez que se casara.

Pero todo cambió de repente. El primer día que su captor la obligó a prostituirse, a golpes y amenazando de muerte a su familia, debió complacer a “más de 30 hombres”.

“Hombres que vieron las lágrimas que me salían por los ojos. Gritaba que ya me dejaran en paz, gritaba que ‘ya por favor’ y cerraba los ojos”, rememora Karla.

Cuando no cumplía con la cuota, “me pegaba con unas botas texanas de punta. Tres veces casi me mata. Me llegó a quemar con una plancha”.

Karla es ahora activista y da charlas en escuelas para crear conciencia en niñas y adolescentes y colabora con la organización Comisión Unidos contra la Trata.

Los blancos más fáciles “son chicas carentes de amor, vulnerables”, y la promesa de romance eterno es la carnada, dice Mario apretándose las manos.

Aprendió a ser explotador de prostitutas con un proxeneta de Tenancingo al que conoció en La Merced, un corredor de prostitución de Ciudad de México.

Empezó a los 17 años limpiando un putero y dos años después ya había enganchado a sus primeras víctimas. Pronto reclutó a otros dos hombres, a su hermano y hasta a su madre, que también fue víctima de explotadores sexuales.

La familia acabó siendo detenida en julio de 2003 y todos ellos pasaron 11 años en prisión, de donde salieron convertidos en cristianos.

En su diminuta casa del Estado de México, vecino de la capital, cuenta que, al ver cómo su madre era golpeada y explotada, creció creyendo “que la mujer no tiene valor”.

Así, le fue normal la violencia hacia las mujeres. “Procuraba no pegarles ni en la cara ni en las piernas. Les pegaba, cruel, en la espalda, en las nalgas, les llegué a dar ‘toques’ (electrocutarlas)”, describe entre silencios y suspiros.

Durante su encierro sus dos hermanas fueron prostituidas. Mario quiere borrarse los tatuajes que le recuerdan su pasado.

El hermano de Mario, Jesús Hidalgo, comentó a la AFP que llegaron a explotar a una veintena de mujeres. Cada una podía ganar hasta 7.000 pesos (377 dólares) diarios.

Con tales ingresos, poderosos proxenetas, que explotan a sus víctimas en varios estados de México, pero también en Estados Unidos y otras países, han amurallado virtualmente la ciudad de la que, según autoridades, la mayoría son nativos: Tenancingo.

Un equipo de la AFP intentó entrar a Tenancingo escoltado por fuerzas de seguridad, pero los agentes recomendaron pasar solo por la avenida principal sin detener la marcha, porque se corre el riesgo de que los habitantes toquen las campanas de la iglesia. Su tañer, que antaño anunciaba grandes eventos, hoy convoca a linchamientos.

En la avenida se ven desde humildes casas de tabiques grises, con mansiones de hasta cuatro pisos con techos de teja, saturados de remates en puntas y pintadas de colores chillones. Son los palacetes con que los padrotes exhiben su poder y deslumbran a sus víctimas, dicen los policías.

Desde uno de los extremos de Tenancingo (“pequeña ciudad amurallada” en náhuatl), la AFP no pudo tomar imágenes áreas pues inhibidores de señal de drones lo impidieron, para sorpresa de agentes y periodistas.

Juana Camila Bautista, fiscal de Trata de Personas de la capital mexicana, dijo que, como el narcotráfico, este delito “le deja grandes beneficios económicos”.

“Se eliminan bandas pero de inmediato surge el mismo número o mayor”, afirmó Bautista, y agregó que es el segundo delito más lucrativo en México después del tráfico de drogas.

La ley general contra la trata de 2012 impone penas de cinco a 30 años de prisión, pero “la complicidad de las autoridades siguió siendo un grave problema”, denunció el Departamento de Estado estadounidense en un informe de 2017.

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