Por más de una década, Carlos Enrique Rojas Sanabria vivió en Estados Unidos a la sombra, sin papeles, sin poder estudiar ni aspirar a un empleo formal.
Hoy, con 40 años, este costarricense, oriundo de El Coyol de Alajuela, patrulla las calles del condado de Palm Beach, Florida, donde, actualmente, es parte del equipo de protección del mismísimo presidente estadounidense Donald Trump.
“Dios me ha llevado por caminos que nunca imaginé. Pasé de limpiar jardines a cuidar al presidente de Estados Unidos”, cuenta con orgullo este alajuelense, quien desde 2020 trabaja como detective del condado de Palm Beach, una de las agencias policiales más grandes del este estadounidense, y justo en ese condado es donde Trump tiene una de sus casas.
De El Coyol a Florida
Carlos vivió en Costa Rica hasta los 15 años. Su mamá, doña Amelia Sanabria, tenía un bar en La Garita llamado Bar Isabel, pero las cuentas no daban. Un día les dijo a sus hijos que empacaran, que se iban a buscar suerte al norte.
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“Vendió todo, dejó la casa al cuido de un tío y el 21 de marzo del 2000 levantamos vuelo. No sabíamos ni a qué íbamos”, recuerda.
Llegaron a Estados Unidos con lo justo. Su mamá consiguió un trabajo, que mantuvo por 25 años, y su hermana Ivonne empezó a trabajar de inmediato. Carlos entró a estudiar, aunque no sabía ni una palabra de inglés. “Me costó dos años dominarlo”, dice.
Jugaba fútbol en las ligas menores de Alajuelense y soñaba con ser futbolista profesional aquí, y también lo deseó allá. Pero el sueño cambió al no tener papeles. “Estuve 10 años ilegal, desde el 2000 hasta el 2010. Trabajé de todo: pintando casas, cortando césped, haciendo techos. Lo que fuera para ayudar”.
Sueño policial
Con la residencia en mano en 2010, todo cambió. Entró a trabajar en Home Depot y ascendió a supervisor, pero su meta era otra. }
“Siempre quise ser policía. Aquí se les respeta mucho, y cuando logré la ciudadanía en 2015, apliqué de inmediato”.
Ganó una beca completa para la academia policial y escogió una ciudad peligrosa, Riviera Beach, donde aprendió a moverse entre tiroteos y persecuciones.
“Ahí uno aprende a ser policía de verdad. El crimen es altísimo, pero me ayudó mucho. Nunca me hirieron”, dice.
Tres años después pasó al condado de Palm Beach, donde en 2021 recibió un reconocimiento tras salvarle la vida a una compañera durante una balacera. “Un sujeto le disparó a su esposa y después a nosotros. Yo la jalé justo a tiempo. Una bala me rozó el hombro. Dios me cubrió”.
Detective de víctimas especiales
Hoy, Carlos forma parte de la Unidad de Víctimas Especiales, la misma división en la que se basa la famosa serie Law & Order: SVU. “Trabajamos casos muy duros: abuso, violencia, trata. Se necesita cabeza fría y corazón firme”, afirma.
Pero, además, pertenece a una unidad especial de élite dentro del condado, donde solo 100 de los 3.000 oficiales son elegidos. Y es ahí donde la vida le dio un giro inesperado.
“Cuando Trump viene a Palm Beach, nos toca protegerlo junto con el Servicio Secreto. Nos encargamos de toda la logística: terrestre, marítima y aérea. Cada movimiento está planeado al detalle”.
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Aunque no puede contar ningún detalle, admite que ha estado a pocos metros del expresidente en varias ocasiones.
“Es un trabajo de alta concentración. Uno está preparado para dar la vida por el presidente Trump. Es, exactamente, como se ve en las películas: si tengo que interponerme entre una bala y el presidente Trump, lo hago sin dudarlo un segundo; para eso soy entrenado”.
Tico de corazón
Carlos está casado con una estadounidense y tiene dos hijas: Arianna (13) y Olivia (9). Las tres adoran Costa Rica, el gallo pinto y la olla de carne. Él, por su parte, no suelta la rojinegra.
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“Soy manudo hasta la muerte. Tengo más de 26 camisas de la Liga. Soy bien fiebre. Sí, soy de esos manudos a los que se les va el internet cuando el equipo pierde y no les falla cuando gana”, bromea.
El fútbol, dice, le enseñó disciplina y trabajo en equipo. “Fue mi escuela antes de ser policía”. Cada año, colabora en la organización de un partido entre la comunidad y la policía para acercarse a la gente.
Viaja a Costa Rica varias veces al año, pero le duele ver cómo el crimen crece. “Aquí el criminal no sale fácil. Las leyes son fuertes. En Costa Rica, el malo sabe que sale rápido y eso duele”.
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De ilegal a ejemplo
“Estuve una década sin papeles, pero nunca sin sueños. Hoy puedo decir que todo sacrificio valió la pena”, resume el detective Rojas, quien pasó de no poder estudiar a ser parte de uno de los cuerpos policiales más respetados del este de Estados Unidos.
Su historia es un testimonio de fe, esfuerzo y superación. “Si me hubieran dicho hace 20 años, cuando era ilegal, que un día protegería al presidente de Estados Unidos, habría pensado que era una broma. Pero Dios sabe lo que hace”.






