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(Video) Conozca la historia de amor que hay detrás de la tumba de la novia

La historia romántica costarricense más bella del siglo 19

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En estos tiempos en que muchos matrimonios son desechables, según estadísticas del Registro Civil, aproximadamente de cada 100 matrimonios 45 se divorcian, la siguiente historia de amor parece sacada de un cuento de hadas.

Cuando dos personas se aman con pasión sincera, la eternidad es solo un lugar más para que se sigan amando, eso ocurrió hace más de 100 años en Costa Rica.

Esta historia comienza como todos los cuentos de amor: había una vez en Costa Rica, una joven hermosa, de una familia con dinero. Ella lo tenía todo: belleza, salud, dinero y una vida de abundancia, digna del mejor cuento de hadas.

(Video) Por primera vez un medio de comunicación le muestra la parte interna de la conocida “tumba de la novia” en el cementerio General de San José

La hermosa jovencita, quien nació el 7 de marzo de 1857, se llamaba Luisa Otoya, era hija de adinerados, su mamá fue la alemana Magdalena Ernst y su papá Francisco Otoya, un economista de Perú que vivía en nuestro país, fue él quien donó los terrenos para la construcción del Parque Simón Bolívar y a quien debe su nombre el barrio Otoya, donde hoy día está el zoológico.

Todo cambió cuando en la vida de la hermosa Luisa apareció como una luz cegadora frente a sus ojos un hombre hermoso, todo un caballero, un galán, se llamaba Antonio Amerling Capitelo, un austríaco que paraba la respiración de las mujeres con solo que les pasara al frente.

Antonio, con toda su belleza, viajó en barco desde su Austria querida para emprender un negocio familiar tan arriesgado como lejano: cruzó el Atlántico para construir un imperio agrícola en Costa Rica, sembrando frutas y verduras que él sabía se venderían muy bien en Europa. Él también tenía dinero y al igual que Luisa, tampoco había conocido al amor de su vida.

Nadie sabe cómo ni cuando. No hubo quien confirmara si fue en una fiesta de los adinerados de la época o fue en un acto de bien social, lo cierto es que cuando todos menos se lo imaginaron, Antonio tuvo de frente a la que él siempre llamó “el amor de toda mi vida”: Luisa.

Y como pocas veces le pasa al corazón, Antonio se topó con la gran suerte que Luisa sintió lo mismo al verlo. Fue amor a primera vista, entre los dos hubo química perfecta al instante. Se vieron a los ojos una vez y les fue suficiente para amarse por siempre.

El galán austríaco ya no tuvo ojos para ninguna mujer más sobre la tierra. El flechazo de cupido le pegó tan fuerte que prácticamente se olvidó de Austria, de su familia y amigos, tomando la gran decisión de su vida, quedarse en Costa Rica para vivir con enamorada.

Como se amaron desde que se vieron, fue normal que Luisa y Antonio formalizaran su relación con un matrimonio (en 1875) muy sonado en el siglo 19, porque los casorios de platudos en la Tiquicia de aquella época eran acontecimientos muy cacareados.

De ese matrimonio nació un único hijo, Francisco Amerling Otoya. No hubo más porque muy poco tiempo después del nacimiento del bebé, la salud de Luisa se empezó a deteriorar, lo malo es que nadie en Costa Rica sabía que era lo que tenía.

Como don Antonio estaba desesperado y plata no le faltaba, se llevó a su amada a Alemania para descubrir que tenía Luisa.

Los médicos alemanes le llegaron a la enfermedad de su esposa: “padecimiento severo en los riñones”, fue el resultado de una gran cantidad de exámenes que le realizaron a Luisa.

Ya con el conocimiento del mal que tanto hacía sufrir a la mujer de su vida, don Antonio toma la difícil decisión de operarla en Europa para evitar que volviera a realizar un viaje tan largo hasta Costa Rica con la enfermedad. Después de operada la dejarían un tiempo prudente en recuperación y después, entonces sí, ya sana, que volviera a Tiquicia.

Todas las alegrías por descubrir que tenía Luisa se transformaron en amarguras profundas porque no aguantó la operación y falleció el 21 de noviembre de 1893, en Trieste, Italia.

El dolor de don Antonio no se podía comparar con nada sobre la Tierra. El corazón se le despedazó, aquella mujer de su vida, aquel amor por el que dejó Austria, su familia, sus amigos y su vida entera, había fallecido.

Don Antonio no entendía cómo iba a seguir su vida sin doña Luisa, por eso buscó alguna forma de poder mantener su recuerdo vivo, tener algo que le sirviera para recordar que el amor puro y sincero sí existe.

Lleno de dolor, pero más lleno de amor, el esposo, ahora viudo, preguntó y preguntó en Europa por el mejor escultor del momento, tenía la idea de construir una escultura de su amada, pero lo que él quería era rescatar la hermosura de doña Luisa, por eso ocupaba no solo un escultor, sino el mejor.

Por aquellos días, estaba en Europa uno de los mejores escultores de América Latina, el venezolano Eloy Palacios, uno de los cinceles más reconocidos del mundo. Don Antonio no lo pensó dos veces y le encargó la amorosa tarea de hacer nacer del mármol, a puro cincel, una imagen de su “esposa dormida” sobre una cama.

Palacios hizo una perfecta obra de arte que fue trasladada en barco hasta Costa Rica, donde fue colocada en el cementerio General, en San José. Antes, el esposo tuvo otro acto de amor, mandó a construir una réplica del Partenón de Grecia, ese lugar es, en la mitología griega, la residencia de las jóvenes y está dedicado a la diosa griega, Atenea.

Una vez que se construyó la replica del Partenón en el cementerio General, se colocó adentro la escultura hecha por Palacios, varios metros abajo, se ubicaron los nichos, 18 en total, en uno de ellos se colocó el cuerpo embalsamado de doña Luisa.

Años después, en 1919, el cuerpo de don Antonio se colocó a la pura par de su amada, en donde permanecen hasta hoy unidos a pesar de la muerte.

Ese gran amor ha superado el tiempo y las generaciones.

El mausoleo donde está este matrimonio se convirtió en objeto hasta de leyendas, incluso, el lugar fue bautizado por el pueblo como “la tumba de la novia” porque se inventó que ahí lo que había era una novia que falleció antitos de casarse, también se ha inventado que es una novia que se casó, pero no pudo consumar su matrimonio y murió virgen.

Eduardo Vega

Periodista desde 1994. Bachiller en Análisis de Sistemas de la Universidad Federada y egresado del posgrado en Comunicación de la UCR. Periodista del Año de La Teja en el 2017. Cubrió la Copa del Mundo Sub-20 de la FIFA en el 2001 en Argentina; la Copa del Mundo Mayor de la FIFA del 2010 en Sudáfrica; Copa de Oro en el 2007.

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