Hace unas semanas, en las aguas del Parque Nacional Cahuita en Limón, se descubrió un hallazgo que cambió para siempre la historia de Costa Rica.
Si bien los pescadores llevan décadas viendo, bajo el agua, los restos de dos naufragios, recientemente salió a la luz que eran barcos esclavistas, desempolvando una realidad que muchos desconocen por completo: la historia de los esclavos en Costa Rica.
Hoy sabemos que estos barcos, llamados Federicus IV y Christianus V, encallaron en aguas ticas en 1720 tras un motín y que 650 de los africanos esclavizados a bordo lograron escapar.
No obstante, 105 de ellos fueron recapturados en Matina y llevados al Pacífico, para ser esclavizados una vez más. Entre ellos se encontraba un joven de tan solo 16 años llamado Miguel Maroto.
Y es acá donde comienza nuestra historia, porque en La Teja conversamos en exclusiva con doña Celia Quesada Navarro, quien, aunque por sus apellidos no lo parezca, es decendiente de don Miguel y no lo sabía.
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Desempolvando el pasado
“Para nosotros es algo muy nuevo también, porque, generalmente, las familias tienen información hasta los bisabuelos”, nos contó.
“Entonces fue sumamente sorpresivo, porque no sabíamos nada al respecto”.
Según nos explicó, todo comenzó en abril del 2024, cuando el genealogista Mauricio Meléndez los contactó para contarles que estaba investigando a su familia; sin embargo, no les dio mayores detalles.
“Al final quedamos con la incertidumbre de qué sería. Algo nos adelantó sobre los barcos que encallaron en Cahuita y que unos investigadores daneses nos iban a contactar.
“Nosotros decíamos: ¿a qué se deberá el protagonismo?, ¿por dónde conecta con nosotros? Especulamos si sería un tesoro o una herencia”, dijo entre risas.
“Fue hasta que vinieron los daneses, que nos explicaron detalladamente cuál era nuestra participación dentro de esa historia y jamás nos íbamos a imaginar la procedencia de nuestros ancestros, menos descender de un esclavo africano.
Resulta que doña Celia y su familia son descendientes, octava generación, de don Miguel Maroto pero, ¿cuál es su historia?
Agárrese, que vamos a viajar en el tiempo.
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Dura realidad
Como contamos en un inicio, estos dos barcos encallaron en aguas ticas. En uno de ellos venía don Miguel, que era procedente de las tierras de Benin o de Togo en África subsahariana -- no se sabe con certeza.
Tras llegar a tierra, el 2 de marzo de 1710, el grupo se dividió en dos: unos agarraron para las montañas y se unieron al pueblo bribrí, y otros se quedaron en las costas de Limón.
En el caso de Miguel, si bien se escondió en la selva, lo capturaron el 1 de mayo de 1710 y pasó a ser vendido de una familia a otra, hasta que, eventualmente, fue comprado por Gabriel Maroto, quien a su muerte, se lo dejó a su madre.
“Según la historia, él fue comprado por un tal Gabriel Maroto de ahí que él adoptara el apellido Maroto”, contó Celia.
Es importante aclarar que Miguel tampoco era su nombre real.
Resulta que, luego de pasar entre familias, eventualmente, fue comprado por 200 pesos de cacao por Luisa Calvo, una cartaga conocida por ser dueña de esclavos y Miguel fue el nombre que ella decidió ponerle.
Como dato aparte, a Luisa la condenaron a pagar una millonada en 1722, porque de los 105 esclavos que tenía, 63 habían sido adquiridos de manera ilegal.
El 19 de agosto de 1727, Luisa dona a Miguel a su nieto, el cura José Díaz de Herrera, quien lo vendió por 400 pesos de cacao al Alferez Francisco Gutiérrez,
En 1730, Gutiérrez lo vendió a Bernardo García de Miranda por la misma cantidad.
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En algún momento, Miguel se casó con Petronila Calvo, una mujer mulata libre, quien se cree era descendiente de la famila Calvo
“Esta Petronila, que le decían Petrona, al ser libre y el casarse con ella, automáticamente él adquiría la libertad”, agregó Celia.
A partir de ese momento, Miguel se convirtió en cacaotero y vivió el resto de su vida en paz, amasando una pequeña fortuna y varios terrenos alrededor de la Basílica de los Ángeles.
No se sabe cuándo murió Miguel, pero Petronila vivió hasta el 16 de enero de 1765 y está enterrada en la iglesia de Los Ángeles en Cartago, muy cerca de donde vive hoy en día Celia y su familia, en un terrenito que, dicho sea de paso, se ha pasado de generación en generación.
Ahora, ¿dónde está la conexión entre Miguel y Celia?
Gracias a la investigación de Mauricio Meléndez, sabemos que Miguel tuvo seis hijos: José Ermeregildo, Andrés, María Gertrudis, María Candelaria, Manuela Antonia y María Narcisa.
En el caso de doña Celia, su familia desciende de una de las hijas de María Candelaria
“Mis apellidos son Quesada Navarro, los de mi mamá Navarro Luna y el abuelo de mi mamá era Luna Brenes, entonces el asunto viene por los Brenes”, explicó.
No obstante, con todo y todo, doña Celia y su familia, se sienten muy felices de haber conocido este capítulo oculto de sus vidas.
“Muy orgullosos, en realidad, porque, si vemos la trayectoria que tuvo, las situaciones que él padeció y las condiciones en que llegó, nos damos cuenta que bueno, fue un superhombre, con una fortaleza, una valentía y unas agallas”, dijo.
En especial su mamá, doña Celia Navarro Luna, de 103 años, a quien, si bien le causa un poco de dolor, se le infla el corazón de saber que es la descendiente directa de don Miguel.
Realidad a ciegas
Si bien la historia de don Miguel es cruda, sirve como un recordatorio del pasado esclavista de Costa Rica.
Y es que, muchos no saben que entre 1540 y 1824, por casi 300 años, Costa Rica tuvo un foco bastante grande de esclavos, muchos de ellos provenientes de África, La Habana y Jamaica.
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En La Teja conversamos con el historiador, Arnaldo Goya Gutiérrez, quien nos ayudó a redescubrir este tabú.
Según nos explicó, en 1541, cuando Bartolomé de las Casas impulsó las Leyes Nuevas, prohibió la esclavitud de indígenas en América, al reconocer que tenían alma.
No obstante, como respuesta y para suplir la mano de obra, empezaron a esclavizar africanos.
Los europeos, principalmente portugueses y holandeses, capturaban a los africanos en las costas mediante redadas llamadas “razzias”, en las que atrapaban personas jóvenes y saludables para venderlos.
Una vez en Amércia, los vendían en plazas públicas. En el caso de Costa Rica, los vendían en la Plaza Mayor de Cartago, frente a Las Ruinas, donde se anunciaba su edad y estado de salud.
“Se decía que no tenían gota, una de las enfermedades que más padecen los españoles blancos, ni coronarias, que costaban tanto y se vendían al mejor postor”, relató Goya.
Según nos explicó el historiador, si bien variaba mucho, por aquellas épocas, una mujer podía costar unos 150 pesos de plata, si estaba embarazada se cobraban 75 pesos extra. En el caso de un hombre, se vendía en 200 pesos de plata.
Para que se hagan una idea de lo caro que era tener un esclavo, en esa época una casa costaba unos 400 pesos de plata, el doble del precio que se pagaba por un hombre.
Ahora, ¿cuánto equivale un peso de plata a colones actuales? En realidad como no existe una conversión directa, solo podemos hacer estimados.
Con eso entendido, un hombre costaría unos ¢56,6 millones, una mujer ¢42,5 millones y una embarazada ¢63,75 millones.
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En el caso de Costa Rica, la esclavitud fue sobre todo doméstica, es decir, para mantener las casas, trabajar el campo, cocinar, limpiar, cuidar a los niños, etc.
“La mayoría de familias esclavistas eran familias poderosas de Cartago, entre ellas, los Pacheco, los Oreamuno, los Alvarado, los Jiménez, los Peralta, los Carazo”, resaltó Goya, antes de contarnos que las familias más adineradas tenían hasta 17 esclavos.
Finalmente, la esclavitud se abolió en 1824, coincidiendo con el nombramiento de la Virgen de los Ángeles como patrona de Costa Rica.