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Cuatro hermanos decidieron no casarse para cuidar a su mamá

La señora quedó viuda en 1963 y tiene 100 años

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Cuando el agricultor Marco Antonio Villegas falleció de un cáncer fulminante en 1963, Matilde Hidalgo, su esposa, quedó sola con ocho hijos y sin un ingreso para sostener semejante prole.

Fue cuando tomó a sus criaturas y preguntó a los mayores, que eran mujeres, ¿y ahora qué vamos a hacer?

En ese momento surgió un pacto entre los hermanos Villegas Hidalgo de no casarse nunca, para cuidar a la mamá y de ponerse a bretear para mantener la casa.

Aquel pacto de soltería incluyó a Isabel (ya fallecida), Virginia, Eugenia, Flor, y Marco Antonio, mientras que José Ángel y Emilia quedaron por fuera, porque estaban muy pequeños. Aún así, Emilia asumió el compromiso. El otro hermano, Miguel, ya estaba casado cuando falleció el papá.

“No me arrepiento, ha sido una vida quizás un poquito dura, pero no me ha faltado nada. Trabajé para mantener la casa y tuve la oportunidad de casarme, pero no quise”, dijo Flor, una de las mayores y de las primeras que le tocó partirse el lomo para generar ingresos cuando el papá no estaba.

Hoy en día, cuatro de los seis hermanos que pactaron la soltería aún cumplen su promesa y están al cuido de doña Matilde, que tiene cien años de edad. Esos hermanos son: Flor, Virginia, Emilia y Marco Antonio Villegas Hidalgo, vecinos de San Joaquín de Flores.

Cuando hicieron aquella promesa, la gente en Costa Rica andaba en carretones de arriba pa' abajo, cogía café, se bañaba en ríos, apeaba naranjas y jocotes de los árboles. Los hombres eran quienes trabajaban y las mujeres se quedaban en la casa.

Y el matrimonio Villegas Hidalgo era el típico matrimonio de la época. Don Marco Antonio se partía el lomo en el campo y cuidaba de sus hijos con rigurosidad. Doña Matilde velaba por el bienestar de la familia.

Pero a Villegas le dio un cáncer fulminante y a los 52 años de edad falleció. Dos días antes de morir le dijo a su esposa: ’coja el dinero de la producción, manéjelo usted, porque yo ya no puedo”.

Para doña Matilde fue una orden que los hijos, obedientes y apegados, también asumieron para sí. Por eso, cuando generaron ingresos a la casa, los hermanos siempre le dieron todo el dinero a la mamá, para que dispusiera como quisiera.

Pero no crean que todo ha sido color de rosa, doña Matilde era igual de rigurosa que don Marco Antonio para cuidar a sus muchachos y tenía reglas muy particulares, que hacen que el sacrificio de los hermanos adquiera más relevancia.

Por ejemplo, salir con los amigos era casi imposible, aún para quienes estudiaban en la U. Si los varones querían ir a mejenguear o jugar de cualquier cosa, debían rezar el rosario antes. Los novios podían visitar a las hijas de 4 a 6 de la tarde, ni un minuto más y luego de un año debían escoger entre casarse e irse de la casa, o terminar la relación. O sea, no era jugando.

“A mí me dieron la oportunidad de estudiar y lo hice. Y trabajé, saqué un secretariado bilingüe, y ahora estoy pensionada, pero me dije que mientras mami estuviera viva, me iba a mantener soltera”, expresó Emilia, hoy de 66 años y quien tenía doce años cuando falleció el papá.

El pacto de los seis hermanos se quebró cuando Isabel anunció que se iba a casar casi dos años después de que su madre había enviudado. Era la hermana mayor y la noticia fue como un terremoto para la familia.

Su relación no era aceptada ni por la mamá ni por los hermanos, pues el novio era amigo de la bebida y todos le hacían la contra.

“Un sábado, cuando Isabel iba a salir dijo: ’mamá vengo para que me dé la bendición, porque más tarde me caso”, contó Eugenia, quien años después también rompería el pacto.

“Yo estaba con mami cuando lo dijo y fue a llorar y llorar. Mis hermanas llegaban de trabajar y se enteraban de la noticia. Fue terrible, fue un funeral”, dijo.

Sin embargo, la forma tan especial de Isabel no solo hizo que los hermanos volvieran a aceptarla, sino que cambió al marido, que se hizo un amigazo de todos los hermanos, porque dejó sus vicios. “Una buena mujer es capaz de cambiar a un hombre, como hizo mi hermana”, añadió José Ángel.

Eugenia también se casó, pero las circunstancias ya eran otras. Había pasado mucho del fallecimiento los hermanos asimilaron poco a poco la noticia.

Hoy en día, Virginia, Flor, Emilia y Marco Antonio viven con doña Matilde y todos siguen aportando a la casa. El varón es el único que trabaja, Emilia y Flor tienen pensión y Virginia ha pasado a ser como una segunda mamá, a la que todos le dan ese rol.

Por eso, cuando doña Matilde no esté, la cosa seguirá igual. Habrá una segunda madre por quien mantener el pacto y una familia que vive feliz con ese juramento tan particular.

Pulseadoras
Las hermanas mayores fueron a pedirle a un tío 30 mil colones para construir la casa donde viven actualmente. El tío, algo desconfiado, soltó la platica quizá sin mucha esperanza y cuando se terminó la construcción, doña Matilde reunió a sus muchachos y les dijo: “tenemos que salir de las deudas, a amarrarnos el cinturón”. Al cabo de un año, cuenta Flor, tenían 40 mil coloncitos que se lo dieron al tío, con diez rojitos de intereses.


Franklin Arroyo

Franklin Arroyo

Periodista egresado de la Universidad Federada. Integra el equipo de Nuestro Tema de La Teja. Trabajó en el Periódico Al Día, corresponsal del diaro Marca para Centroamérica y editor de la revista TYT del Grupo Eka.

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