Evelyn Mejías Quesada, hoy conocida artísticamente como “EvyArias”, nació hace 45 años en Tronadora de Tilarán, una comunidad rural donde la vida se mueve al ritmo del campo y la laguna Arenal.
“Crecí entre caballos, vacas, pájaros, animales de todo tipo. Aprendí a nadar en la laguna, a pescar, a observar la naturaleza y respetarla”, recuerda. Sin saberlo, ahí comenzó a formarse su mirada artística, sensible a los colores y las formas.
El arte llegó temprano. En la escuela de San Luis de Tilarán recibió clases de artes plásticas. “Llevaron profesoras que enseñaban a pintar en tela y uñas.
“En la casa practicaba con mi mamá, pero no tenía esmaltes, usaba lapiceros de colores y con eso le pintaba las uñas”, cuenta entre risas. A los 12 años pintó su primer cuadro: una funda con su perico Kikú que ya falleció.
Aunque entró al colegio, la economía del hogar la obligó a dejarlo a los 15 años. “Yo me pagaba todo. Limpiaba casas en vacaciones, ordeñaba vacas, cogía café para pagar el pase del bus y los útiles.
“Aun así no pude terminar, fue muy duro”, comenta. Desde entonces trabajó en lo que apareciera hasta que, a los 18 años, salió de su casa rumbo a Buenos Aires de Puntarenas y luego llegó con el corazón enamorado a San José.
El golpe más duro: la calle
En barrio México empezó la etapa más cruel. Buscaba trabajo en sodas, tiendas o casas, pero eran labores ocasionales; no lograba conseguir un trabajo estable y eso la dejó sin un colón y sin techo en el cual pasar la noche.
“Llegó el momento de dormir en la calle. En la zona roja pasé muchas noches con cartones. Nos juntábamos varias muchachas para calentarnos y acompañarnos. En la calle se vive con lo que se anda puesto y un pedazo de cartón es lo mejor que uno puede tener”, recuerda con dolor.
Fue asaltada varias veces. “Si tenía aretes o alguna moneda, me lo quitaban, me asaltaban. Lo más duro no fue ser asaltada por las poquitas cosas que tenía, fue la indiferencia. Pedir pan para comer y que nadie te ayude es durísimo. Se llora de hambre; yo llegué a comer frijoles agrios porque lo importante era tener la panza llena de lo que sea”, confiesa.
Fe, espejos y una puerta abierta
Aun en la calle, nunca soltó a Dios. “Yo le pedía que me sacara porque no podía más. Hubo momentos en que pensé en dejar de existir, pero Dios no me dejó, siempre me cuidó”.
Recuerda algo que hoy la estremece: “Me veía en los espejos y me veía bonita. Yo sabía que era buena persona; no entendía por qué estaba viviendo eso. Nunca me vi fea”.
LEA MÁS: Así es el papá de Chepe se baña, el gran amigo de los habitantes de la calle
La salida llegó cuando una familia le dio trabajo cuidando a su bebé. “Por primera vez tuve techo y comida”.
Asistía a una iglesia en Alajuelita y ahí llevó un curso de belleza. “Ese título me abrió las puertas”. Practicó con su hermana Marilyn y vecinos le prestaban tijeras y esmaltes. “Yo se los devolvía cada semana”.
Soñar despierta y hacerlo realidad
Se casó, quedó embarazada de su hija mayor, Keiry, y abrió su primer salón en Cedros de Montes de Oca. Lo llamó “EvyArias” en agradecimiento a aquella familia Arias que le dio techo, comida y eso le permitió estudiar. Luego se fue a vivir a San Francisco de Dos Ríos, donde sigue hasta hoy. Más tarde nació su segunda hija, Evy Stella.
“En la calle yo ya soñaba con mi salón. Muchos me decían que era imposible, pero siempre fui de las que no aceptan un no. Cuando a mí me dicen que no, más me meto de cabeza en mis proyectos. Toda la vida he comprendido que si me propongo algo puedo cumplirlo”, afirma.
Se especializó en teñir el pelo de las mujeres de colores porque “los colores siempre me llamaron la atención, los colores son alegría, vida, mejoran el estado de ánimo y hasta provocan que las personas se llenen de ilusiones, sueños y metas”.
Hoy EvyArias es una colorista reconocida en Costa Rica, trabaja con modelos, atiende clientes del extranjero y vive con dignidad.
“Uno debe llevar fuego, quemarse y renacer de entre las cenizas para triunfar; o sea, hay que ser como el Ave Fénix”, dice con orgullo porque ella vivió todos esos procesos.
Cuando ve a alguien sin hogar vagando por las calles, ¿qué siente?
Antes de responder, se quedó en silencio, se le salieron las lágrimas y dijo: “Lo siento en el alma.
“Se me rompe el corazón, porque yo sé exactamente lo que está pasando, sé lo que vive y sé lo que sufre, porque en la calle se sufre mucho”, responde con gran esperanza porque “cada habitante de la calle merece una oportunidad para salir adelante”, afirma.





