El infierno de la adicción tiene muchas formas y nombres, pero en los pasillos humildes y llenos de esperanza de Alcohólicos Anónimos (AA), ese infierno se llama simplemente “el fondo”.
Es ahí, en el rincón más oscuro, donde muchos hombres y mujeres han visto una pequeña luz… y decidieron seguirla.
“La mayoría llegamos cuando ya no hay nada más que perder”, dice un miembro veterano de un grupo tico que pidió anonimato, como manda la tradición. “Llegamos cuando la familia se fue, cuando la dignidad se esfumó y hasta cuando el espejo nos devuelve una cara que no reconocemos”.
AA no es una religión ni una secta. No cobra, no juzga y tampoco promete milagros.
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Lo que ofrece es una silla, un café, un oído y una comunidad de personas que saben lo que es no poder decirle que no a una cerveza, aunque eso signifique perderlo todo.
Nosotros conversamos con el presidente de Alcohólicos Anónimos en Costa Rica, don Rafael Jenkins, porque la organización está de fiesta, pues celebrará este fin de semana los 90 años de nacimiento mundial y los 67 en nuestro país (30 de julio de 1958).
Él nos contó sobre la esencia de AA, la fundación afuera y en Tiquicia, junto con don Mario R.
¿Alcohólico yo?
“No hace falta vivir en la calle o haber chocado el carro cinco veces para aceptar que se tiene un problema”, explican.
El alcoholismo es una enfermedad progresiva, traidora, que no se cura, pero se puede detener. ¿Cómo? Con apoyo, honestidad brutal y, sobre todo, con la voluntad de cambiar... un día a la vez.
“Solo por hoy”
Ese es el lema más fuerte del programa. AA no pide promesas eternas. Pide que el que llegue diga: “Hoy no voy a beber”. Porque el ayer ya no se puede arreglar y el mañana aún no existe. El presente es el único campo de batalla.
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Los Doce Pasos (el corazón del programa) invitan a mirar hacia adentro, a pedir ayuda y a reparar daños, cuando se puede. Y aunque suenen a religión, no obligan a creer en ningún dios. Solo en algo más grande que el ego destruido que se sienta en la silla cada noche.
“Yo llegué con la vida hecha pedazos, pero aquí nadie me preguntó por mis deudas ni por mi ropa. Solo me preguntaron si quería dejar de beber”, dice una mujer que lleva más de tres años sobria. “Y eso me salvó la vida”.
Nació la esperanza
Alcohólicos Anónimos nació en 1935, en Akron, Ohio, Estados Unidos, cuando dos hombres (Bill Wilson, un corredor de bolsa de Nueva York, y el doctor Bob Smith, un médico de esa ciudad) se dieron cuenta de que al compartir sus experiencias lograban mantenerse sin tomar por horas.
En 1939 publicaron el famoso “Libro Grande”, en el que contaron historias reales y describieron los “Doce Pasos”, que hoy son la columna vertebral del programa. Así, de boca en boca, AA se fue expandiendo sin campañas, sin publicidad y sin líderes carismáticos. Solo con la fuerza del testimonio.
En suelo tico
En Costa Rica, los primeros grupos de AA surgieron a finales de los años 50. Al igual que en otros países, no llegaron con banderas ni anuncios escandalosos. Fue gracias a algunos costarricenses que conocieron el programa en el extranjero o por contacto con comunidades en Estados Unidos y México.
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“La primera piedra de muchas que cimentaron la base de AA en Costa Rica, se colocó el día 30 de julio de 1958, cuando nació el primer grupo en San Juan de Tibás.
Ese día, en la casa de habitación del compañero Luis H, se fundó el primer grupo de AA tico, que nació con el nombre de “Grupo Tradicionalista Número 1”, explica el libro “Alcohólicos Anónimos en Costa Rica. Historia de una comunidad y una estructura”.
En AA no se prometen finales felices, pero sí un camino posible para vivir sobrios, agradecidos y acompañados.
Actualmente, en las siete provincias hay 485 grupos. La pandemia por el covid-19 provocó el cierre de más de 300.
Ya se han ido reponiendo porque tras la pandemia quedaron en menos de 400 y hasta el día de hoy volvieron a abrir sus puertas unos 150 grupos. No hay un rincón del país que no tenga su grupo de AA.