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Doctora Emergencia no sabe nada de medicina, pero ayuda a sanar con sonrisas

Voluntarios del grupo Hospisonrisas cumplen 11 años de prestar un noble servicio en el hospital de Niños

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En los pasillos del hospital Nacional de Niños de vez en cuando anda una doctorcita que no estudió medicina, pero que tiene una receta especial para curar males: la risa.

Ella se hace llamar la "Doctora Emergencias Cruz Roja" porque cuando tenía seis añitos se quemó el pie derecho y quedó encantada con la atención que le dieron los socorristas y por eso los honra con su nombre.

De primer entrada se describe como una niña peleona, pero dulce. Sus colores favoritos son el morado y el turquesa, le gusta cantar brincar y bailar.

Según sus pacientes, ella huele a amor y es capaz de levantar el ánimo de los chiquitines que luchan por superar alguna enfermedad.

Así describe Kimberly Vargas Miranda, de 30 años y vecina de la León XIII, el personaje que creó para ser parte del equipo de voluntarios de "Hospisonrisas", un grupo de payasitos quienes tampoco tienen títulos de medicina, pero que con juegos y magia buscan motivar a los chiquitos.

Por años se enamoró de las historias que le contaba su mamá, doña Tere Miranda, conocida como "Doctora vacunita", quien también es voluntaria. Las experiencias regalando sonrisas y alegría a niños enfermos la hizo apuntarse a ser una "doctora" payasa. Hace cuatro años inició con su personaje.

"Aproveché que siempre me gustó participar como mimo y en obras de teatro, entonces me dieron la oportunidad. Es una experiencia increíble porque no solo ayudamos a los niños sino también a las mamás que sufren al ver a sus hijos enfermos", contó Kimberly.

Su primera experiencia fue con un niño que estaba en el departamento de Infectología. La mamá estaba con él, pero un vidrio los separaba porque el menor no podía tener contacto con el exterior, por eso estaba triste y decaído.

"Llegué vestida como la Doctora Emergencias, empecé a hacer burbujas de jabón y la mamá se puso a llorar cuando el niño, a como pudo, se levantó de la cama y empezó a jugar con las burbujas. Lo hizo unos 15 minutos para luego acostarse de nuevo", recordó Kimberly quien luego recibió un abrazo de la madre del pequeño porque era la primera vez en tres meses que su hijo se levantaba.

Para ella, el amor y la humanidad que se encuentra en ese voluntariado es la paga suficiente y el motivo para no dudar y apuntarse en ayudar.

"Uno llega a amar a un niño más de lo que uno se imaginó amar a alguien. Además, se aprende a ser muy humano, se desarrolla sencillez por la calidez y ternura que da un niño, eso no se consigue con nadie más", aseguró.

Esta convencida de que el hospital es un lugar mágico, donde los niños le ayudan a cualquiera a crecer en la parte espiritual y humana

"Para mi es un voluntariado de amor", confiesa.

Hace 11 años fue que inició la labor de estos "doctores", miembros de una organización llamada Hospisonrisas.

Este grupo de payasos lo que hace es compartir con los niños que están internados en el centro médico. Juegan, hacen magia, los hacen reír con el único objetivo de motivarlos para que afronten su enfermedad.

Angie Cervantes, directora de ese noble grupo, asegura que no cualquiera puede ponerse esa gabacha, porque no solo se trata de hacer reír sino también de dar un buen ejemplo.

"No puede ir alguien que no haga caso de las indicaciones de los médicos o las enfermeras, mucho menos alguien que hable inapropiadamente frente a los niños", explicó.

El trabajo requiere de una audición previa en la que la persona demuestre que tiene la habilidad para hacer reír y que puede aprenderse todas las recomendaciones de seguridad para cada salón del hospital.

"El entrenamiento se toma por lo menos un año y medio. Se trabaja todas las semanas en aspectos como psicología, atención hospitalaria, enfermedades, patologías, síntomas, cuidados especiales, improvisación, maquillaje y vestuario", contó Cervantes.

Además, deben aprender a controlar sus emociones para no deprimirse o llorar frente a los niños, comprometerse a participar de reuniones un día a la semana y participar de los talleres de actualización.

La creatividad del grupo es indispensable para no aburrir a los chiquillos, pero también para hacer actividades que puedan incluir a la mayor cantidad de pacientes.

Por eso cada año, en Mayo, hacen un tope con caballitos de palo.

También tienen una fábrica de sueños, que es cumplir el último deseo de los niños que tienen una enfermedad terminal.

"Los sueños son muy variados. Pueden ser viajes a la playa, ver ballenas o andar en una motocicleta. Cuando identificamos qué quiere el niño buscamos entre los voluntarios y colaboradores para cumplir ese último deseo", explicó Cervantes.

Cervantes explica que todo el trabajo de ese grupo de payasos no es solo con los más pequeños, también incluye a las familias y empleados del hospital, quienes necesitan unas palabras de ánimo ya que las enfermedades de los pequeños también atacan el alma de los seres queridos.

Bella Flor Calderón

Bella Flor Calderón

Comunicadora

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