Melissa Cambronero y Carolina Rosales, de 33 y 34 años, respectivamente, son dos guapileñas que un día decidieron cambiar los turnos en la Caja Costarricense de Seguro Social (Caja) por el viento en la cara, las subidas de montaña y los abrazos de desconocidos convertidos en familia.
Ambas son enfermeras de profesión y su viaje arrancó el 29 de agosto del 2024, cuando se montaron en sus bicicletas con la firme intención de llegar a Ushuaia, en la Patagonia argentina, el último rincón al sur del continente americano.
“No nos fuimos por locas ni por andar de aventureras. Nos fuimos porque estábamos al borde del colapso. La pandemia nos quemó laboralmente, estábamos exhaustas. Era eso o enfermarnos”, contó Melissa desde el pueblito Chinchiná, en Colombia, donde, actualmente, descansan tras haber recorrido 1.200 kilómetros en dos ruedas.
Rodando con el alma
La idea del viaje nació en 2018, pero fue hasta finales del 2020, cuando la presión del trabajo explotó, que tomaron la decisión de pedir un permiso sin goce de salario. Dos años después de obtenerlo, salieron al mundo por segunda vez, ya que su primera aventura fue por Europa: España, Francia, Inglaterra y Gales, también en bici.
Esta vez el destino era América del Sur, y la ruta, completamente, en bicicleta. Pero no van solas: las acompaña Chiky, una pomerania rescatada de cuatro años que se acomoda felizmente en su canastica cada vez que toca rodar.
“Chiky ladra cuando ve que empezamos a empacar, ella ya sabe que es hora de subirse. Es nuestra compañera de ruta, la chineamos un montón”, cuenta Carolina, entre risas.
Una Navidad inolvidable
En el camino han vivido momentos que no cambiarían por nada. Uno de ellos fue el 24 de diciembre en Buena Vista, Colombia, cuando una familia humilde las invitó a pasar la Nochebuena con ellos.
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“Nos preguntaron dónde íbamos a cenar y nos jalaron para su casa. Fue increíble, comimos, cantamos villancicos, fuimos a la iglesia, pusimos al Niñito en el portal. Ellos no tenían mucho, pero lo compartieron todo con nosotras”, recuerda Melissa, emocionada.
Ese mismo diciembre les dejó el corazón hecho trizas: justo el 24, temprano, encontraron a un perrito desnutrido tirado en la calle. Trataron de ayudarlo, le dieron alimento, lo desparasitaron, pero el 25 ya había muerto. “Lloramos mucho. Fue un golpe muy duro”, apuntó Carolina.
Más allá de pedalear, también han hecho lo que mejor saben: ayudar. En Bolombolo, Colombia, una madrugada fueron evacuadas por una alarma de inundación mientras acampaban junto al río Cauca. De inmediato, se quedaron ocho días ayudando a los damnificados.
“Lavamos casas, llevamos alimentos, asistimos a quien lo necesitara. Nunca habíamos hecho eso, ni siquiera en las bananeras de Limón. Pero allá todo fluyó. Fue una experiencia que nos marcó”, cuenta Melissa.
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También, en Panamá, atendieron a un paciente postrado en cama durante dos días. Una señora las acogió en su casa y al ver la necesidad del hermano, las enfermeras no lo pensaron dos veces.
Viaje para sanar
El camino no siempre ha sido fácil. Una de ellas se lesionó una rodilla hace unas semanas y los bomberos del pueblo la ayudaron a recuperarse. Afortunadamente, siempre hay un ángel que aparece en el momento justo, ya sea un médico, un mecánico o una familia.
“En Colombia hemos pasado cinco meses, y nos queda uno más antes de cruzar a Ecuador. Vamos despacio porque queremos conocer, no solo pasar. La gente es lindísima, nos chinean, nos invitan a comer, nos ofrecen dónde dormir. Es impresionante el cariño”, dicen.
Aunque salieron con ahorros, ahora se ayudan vendiendo artesanías y hasta están aprendiendo a tocar ukelele para ganar algo extra. También aceptan donaciones a través del SINPE móvil 8676-9520, a nombre de Melissa Cambronero.
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La mejor medicina
Las enfermeras aseguran que no hay cura más efectiva para el agotamiento emocional y laboral que salir al mundo a vivir sin tener fechas de llegada a algún lugar; simplemente, pedalear, conocer, disfrutar, hacer familia con cualquier familia y gozar las pequeñas grandes cosas que da la vida con cada kilómetro recorrido.
“Todos los días son distintos. Es una montaña rusa de emociones, pero para el alma es lo mejor. Andar libre, sin estrés, escuchando el viento y sintiendo que cada día es un regalo”, concluyen.
El viaje no tiene fecha de llegada. Puede que tarden un año y medio o un poco más para llegar a la Patagonia, eso no les interesa, lo que realmente vale para ellas es aprender de cada pueblito y ciudad que visitan.
Lo único que sí es seguro es que seguirán rodando, ayudando y conociendo, con el corazón abierto, las piernas fuertes y Chiky en la canasta, dejando huella allá por donde pasan porque viajan con permiso sin goce de salario, pero eso no significa que dejaron en Guápiles las batas de enfermeras; al contrario, donde sientan que las necesitan, se bajan de la bici para ayudar como enfermeras.