El sacerdote Alfonso Mora, experto en liturgia, nos recuerda los orígenes del rosario.
“En la antigüedad, los romanos y los griegos solían coronar con rosas a las estatuas que representaban a sus dioses como símbolo del ofrecimiento de sus corazones. La palabra rosario significa “corona de rosas”.
Siguiendo esta tradición, las mujeres cristianas que eran llevadas al martirio por los romanos marchaban por el Coliseo vestidas con sus ropas más vistosas y con sus cabezas adornadas de coronas de rosas; era un símbolo de alegría y de la entrega de sus corazones al ir al encuentro de Dios.
Por la noche, los cristianos recogían sus coronas y por cada rosa recitaban una oración o un salmo por el eterno descanso del alma de las mártires.
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En la Edad Media, se saluda a la virgen María con el título de rosa, símbolo de la alegría. El bienaventurado Hermann le dirá: “Alégrate, Tú, la misma belleza. Yo te digo: rosa, rosa”.
Se adornan las imágenes de la Virgen con una corona de rosas y se canta a María como “jardín de rosas” (en latín medieval rosarium); así se explica la procedencia del nombre que ha llegado a nuestros días.
En esa época, los que no sabían recitar los 150 salmos del Oficio Divino los sustituían por 150 avemarías, acompañadas de reverencias, sirviéndose para contarlas de granos enhebrados por decenas o de nudos hechos en una cuerda. A la vez se meditaba y se predicaba la vida de la Virgen.
La forma típica de hoy día del rezo del rosario, con 150 avemarías, se ha distribuido en tres ciclos de misterios, gozosos, dolorosos y gloriosos a lo largo de la semana, dando lugar a la forma habitual del rezo de cinco decenas de avemarías, contemplando cinco misterios diarios.