En la Escuela Santa Teresa de Cóbano, Puntarenas, el timbre de entrada apaga los gritos alegres de los niños, marca el inicio de clases y también anuncia la llegada de los aullidos fuertes y roncos de los monos congo que viven entre los árboles que rodean el centro educativo.
Para los 274 estudiantes, estos animales dejaron de ser simples visitantes, ahora son parte de la familia, parte del aula y hasta parte de los sueños de algunos chiquitos que quieren crecer para convertirse en biólogos y todo por tres tropas de congos que viven en los árboles dentro de la escuela, en total, unos 45.
La directora del centro, Elsie Hidalgo Sánchez, cuenta con entusiasmo cómo nació este relación.
“Siempre hemos tenido congos cerca, los vemos a cada rato. Un día, a las seis de la mañana, encontramos a una monita vuelta loca en el play de los niños.
“Se le había caído su bebé. Nosotros, sin saber, lo levantamos y se lo acercamos, pero aprendimos que no se puede tocar porque ellos pueden tener enfermedades.
“Al final lo llevaron en avioneta a un centro de rescate, pero lamentablemente murió. Desde ese momento, algo cambió en nosotros”, recuerda.
Dolorosa lección
El dolor por aquel pequeño fue la chispa para que la Asociación Somos Congos llegara a la escuela y ofreciera charlas. Lo que comenzó como una capacitación se convirtió en un proyecto educativo y de vida que marca a profesores, administrativos, estudiantes y sus padres.
“Ahora los estudiantes están vueltos locos con los congos. Ya no son solo los animales que andan por los árboles, son seres que aprendimos a proteger.
“Tenemos puentes aéreos para que crucen sin peligro, cámaras de monitoreo y hasta binoculares para que los chiquitos puedan identificarlos. Ya saben diferenciar machos y hembras, reconocen a los bebés y hasta sabemos que en una de las tropas hay gemelitos”, explica la directora con una sonrisa.
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Los peligros para los monos abundan: electrocuciones con cables, ataques de perros cuando bajan al suelo, falta de alimento por la tala de árboles. Pero en Santa Teresa los riesgos se convirtieron en lecciones.
Un árbol de espavel que estaba en mal estado no se taló, porque era fuente de comida para ellos. Y las nuevas aulas se construyen con cuidado, entre los árboles, para no interrumpir el hábitat.
El estudiante Danny Ochoa cuenta lo que significa para él este aprendizaje.
“Me gusta mucho que nos enseñen sobre los congos para así saber si son peligrosos o no. Es importante lo que aprendemos porque comprendemos si les podemos dar comida o mejor no.
“Ahora sabemos que no se les da nada, ellos comen hojas. También aprendimos qué hacer si vemos uno en el suelo o si alguien quiere hacerles daño. Ya muchos le explicamos esto a nuestras familias”, dice orgulloso.
Gran programa
El programa, que nació en esta escuela y que también llegó al Colegio Técnico Profesional de Cóbano y a la Escuela San Ramón de Ario, busca que los estudiantes comprendan la importancia del mono congo como especie sombrilla.
Eso significa que al protegerlos se benefician muchas otras especies que habitan en el mismo ecosistema.
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“Los congos tienen una zona de movimiento de unos dos kilómetros, pero esta escuela se convirtió en su casa. Ellos regresan siempre y los chiquitos sienten que son parte de la familia.
“Una vez la luz se fue y explotó un transformador, los congos empezaron a gritar fuerte, toda la escuela salió pensando que alguno había sido lastimado. Ya los queremos demasiado”, cuenta la directora con emoción.
El proyecto no se queda solo en monos. Cada martes los niños reciben charlas: sobre murciélagos, sobre la cacería ilegal y sobre cómo los parásitos de ciertos animales pueden afectar al ser humano.
Es un aprendizaje de la mano con Matemáticas y Español, pero que, como dice la directora, “se lo llevan en el corazón”.
La Asociación Somos Congos, que desde el 2021 trabaja en Cóbano con rescate, reforestación y educación, ahora camina de la mano con las escuelas.
Para ellos, sembrar conciencia en los estudiantes es vital.
“Cuando un niño entiende que un congo no se toca ni se alimenta, lo explica en su casa, lo lleva a la comunidad, y así poco a poco todos aprenden a respetarlos”, dice Mónica Castro, vocera de la organización.
Vecinos y amigos
En Santa Teresa ya no hay dudas: los monos congos son vecinos, son guardianes del bosque y, sobre todo, son maestros silenciosos que inspiran a niños y adultos a vivir con respeto hacia la naturaleza.
“Queremos que, además de aprender ciencias y estudios sociales, los chiquitos se inspiren en proteger lo que los rodea. Que cuando salgan de aquí no solo sepan sumar o leer, sino que lleven en el corazón la misión de cuidar nuestro ambiente”, concluye la directora.
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Y así, entre cuadernos, pizarras y hojas de árboles, una escuela costarricense demuestra que la educación también puede ser con aullidos de mono congo al fondo.