En Llanos de Altamirita, San Carlos, vive una mujer que lleva en el corazón la historia de muchas madres costarricenses de antaño. Doña Zulema Gómez Orozco, de 89 años, tuvo 14 hijos y, después, crio a dos nietos como si fueran propios. Su primer bebé llegó cuando tenía 19 años, y el último a los 36.
“Ser mamá de 14 hijos es una felicidad, un gozo, una dicha. Tengo unos hijos maravillosos”, dice con voz suave llena de amor.
Recuerda con nostalgia los días de alistarlos para la escuela y el colegio: “Cuando me acuerdo de esos tiempos, me llena de orgullo saber que tuve la fuerza para hacerlo”.
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Ocho partos en casa
De sus 14 hijos, ocho nacieron en su casa, sin médicos ni hospitales, algunos con partera que eran aquellas señoras en los pueblos que ayudaban a las embarazadas a tener su hijo, pero no eran doctoras ni habían estudiado Medicina, eran todo experiencia. Antes de su noveno embarazo, le tenía miedo a los hospitales.
“En aquella época (en la década de los cincuentas) no había cocina, ni refrigeradora, ni lavadora. Jalaba agua en baldes de una quebrada para lavar mantillas porque no existían pañales”, cuenta.
Uno de los momentos más duros fue cuando dio a luz sola a su segundo hijo, de apenas seis meses de gestación. El bebé vivió solo 20 minutos.
“Me ayudaron cortando el ombligo, pero la placenta no salió. Once días después la boté… era verde. No sé cómo no me morí, solo Dios me salvó”.
También recuerda el nacimiento de su cuarto hijo: “La partera se fue porque no nacía y cinco días después, en plena noche, se vino el bebé. Estábamos solo mi esposo y yo en media montaña. Llovía, el agua entraba por el ranchito donde estaba.
“Mi esposo se montó en una yegua y se fue a buscar a la partera, eran como las 12 de la noche, por ser tan largo llegó casi amaneciendo. Llovía y el agua entraba, cobijé como pude al bebé y se durmió. Gracias a Dios no nos pasó nada”.
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Bendecidos
La vida no fue fácil, pero en casa nunca faltó alimento.
“No me pregunte cómo, pregúntele a Dios”, afirma.
Les hacía arepas, pan y comida sencilla, pero suficiente. En Navidad, su esposo le daba el aguinaldo y ella se iba a comprar ropa, zapatos y algún juguetico para todos. “Humildemente, pero alcanzaba”.
Su esposo, don José Manuel Hernández Siles (fallecido en 2022), compraba diarios fiados por mil colones.
“Era un saco grande de comida que apuntaban en una libreta. No entiendo cómo, con tantos hijos y un solo salario, nunca faltó nada”.
Doña Zulema trabajó en el comedor de la escuela de Altamirita hasta pensionarse. Cocinaba siempre con leña, tanto en su casa como en el comedor.
“Por tanto humo, cualquiera se enferma, pero Dios me tiene aquí, chineada por mis hijos”.
Gran familia
Hoy todos sus hijos viven fuera, pero la visitan a cada rato.
“Es como si todavía vivieran aquí”, dice muy alegre.
Entre hijos, nietos, bisnietos y tataranietos, su descendencia supera las 115 personas, incluyendo unos preciosos gemelitos tataranietos.
“Soy una tatarabuelita feliz por la familia que Dios me dio”, asegura.
“Yo amo los hijos. Siento que podría tener más”, confiesa.
A quienes deciden no tener hijos les deja un mensaje: “Conozco señoras millonarias que no tuvieron hijos y me dicen que no son felices. Yo, en cambio, soy superfeliz. Mis hijos siempre están pendientes de mí”.
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Sencillez
Para ella, la felicidad no depende del dinero.
“Antes éramos felices con poquito. Ahora muchos tienen de todo y no son felices”, reflexiona.
Asegura que lo más triste era cuando alguno de sus hijos se enfermaba, pero siempre salieron adelante.
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Hoy, cuando llega el Día de la Madre, la casa de doña Zulema se llena de abrazos y sonrisas. Sin embargo, confiesa que para ella esa fecha no es solo el 15 de agosto: “Mis hijos me hacen sentir que el Día de la Madre es todos los días”.