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Extraficante de drogas habla con La Teja y revela secretos que pocos saben

“Esteban” logró salir de ese mundo sin llegar a la cárcel y sin matar a nadie

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Dice llamarse “Esteban”, aunque en su cédula aparece registrado con otro nombre, por motivos de seguridad prefirió no decirnos el real.

Tiene 27 años y vive en un barrio capitalino marginal, el cual nos pidió no revelar para evitar alguna represalia.

Fue traficante y vendedor de drogas desde marzo del año 2013 hasta junio del 2017, por lo que conoce el teje y maneje de este tipo de organizaciones, los peligros que se corren y sus secretos más profundos.

No duda que los homicidios en Pavas del domingo 16 de junio, donde falleció un hombre y una modelo, así como los del 20 del mismo mes donde fueron asesinados cuatro jóvenes, tengan relación con drogas.

Esteban nos atendió en un parque de su comunidad, nos dijo que entró a este ilegal negocio por necesidad cuando tenía 22 vueltas, ahí compartió con jóvenes de 14, 15 y 16 años que eran sicarios.

Álvaro Ramos, ministro de Seguridad entre 1986 y 1987, confirmó lo que dijo el joven, pues esos muchachos son los más vulnerables para ser reclutados, pues sueñan con poder y dinero.

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“En ocasiones no se creería que un adolescente esté involucrado en drogas con esos grupos. El trabajo de ellos es de avisar si viene la policía, luego escalan dentro de la organización hasta convertirse en traficantes o sicarios”, dijo Ramos.

Esteban no está preso, es más, nunca ha estado en una cárcel, ni siquiera por algunas unas horas, dice que eso se debe a la discreción que tenía.

“Solo un par de veces me requisaron en la calle, tenía unas puntas de coca, me las metí entre los testículo y no se dieron cuenta”, recordó.

Lo que dice Esteban sobre el consumo, lo reafirma el Instituto Costarricense sobre Drogas (ICD) cuando en su informe del 2018 indicó que ese año se decomisaron 27.546 kilos de cocaína y 6.231 kilos de marihuana, siendo las sustancias más consumidas.

Ser flaco le ayudó

La desesperación llevó a Esteban a pedirle ayuda a un amigo de infancia que trabajaba para un grupo de narcos, fue así como entró a ese mundo. Su “hermano”, como él lo llama, fue ejecutado por una banda rival en el 2014.

“Me dijo que podía trabajar porque era flaco y ágil, porque si nos caían los pacos podía huir rápido con la droga. A un gordo no lo contratan porque se cansa y lo agarran rápido y puede soltar la sopa”, contó.

“Soy el mayor de cuatro hermanos, a mi papá nunca lo conocí y mi mamá nos tenía que mantener, la cosa estaba fea”, agregó.

Dice que la propuesta se la hicieron un lunes, el martes fue contratado.

“El compa me llevó donde el patrón a un precario, lo primero que me preguntó fue si estaba seguro, yo le dije que sí. El mae sin anestesia me dijo que si le fallaba o caía preso y lo cantaba, me mataba o mataba a mi mamá”.

Empezó empacando marihuana y cocaína, al final de su jornada le pagaron y con eso compró un diario para su mamá y hermanos.

Su salario era de ¢300 mil por semana y trabajaba un mes de 6 a.m a 6 p.m y al siguiente de 6 p.m a 6 a.m, con un día libre a semana y hasta derecho a vacaciones.

"Le dije a mi mamá que me había ganado una rifa y que con eso compré comida, luego se dio cuenta que andaba en varas raras, me reclamó, pero después se hizo la loca”, recordó.

En agosto del 2013 lo ascendieron a vendedor y ganaba 15 rojitos más por día.

Rancho, comodidades y salida

Cuenta que el rancho donde vendía droga medía aproximadamente ocho metros de ancho por cinco de largo. Tenían una pantalla, buenos celulares, sillones cómodos, piso de cerámica, cieloraso de tablilla blanca y según él, siempre olía bien. Ahí era donde caía todo el producto, que según él, venía de Limón.

Primero hubo una ventana donde el consumidor llegaba y pedía, luego optaron por algo más discreto, entonces hicieron un hueco en una pared, por donde recibían el dinero y entregaban la droga.

“En el día dos vendíamos y dos señoras eran las empacadoras, a veces había un gatillero, nosotros manejábamos armas AK-47 y M-19 (ambas son armas de guerra) por si alguien nos llegaba a querer levantar (matar)”, resaltó.

Incluso, recordó que en el 2015 se enfrentaron con una banda rival que los llegó a buscar al búnker donde espantaron a sus “colegas”.

Sus cinco años en ese mundo los pasó pensando en que lo que podían matar.

“Mi madre me dijo que me saliera, eso fue en enero del 2017, imagínese el dolor que sentí de ver a mi vieja así, pero le tuve que decir que no podía porque si lo hacía me mataban”.

Cuenta que en febrero de ese año mataron a su jefe y que un mes después hicieron lo mismo con el que quedo a cargo, fue así como pudo abandonar esa actividad.

Este extraficante ahora trabaja como conserje para una empresa privada y es técnico en aires acondicionados, además está sacando el colegio de noche. Vive tranquilo, pero no oculta que ese mundo ofrece muchas comodidades.

Bryan Castillo

Periodista

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