Fotos: Cerró Chelles, pero aún nos quedan sodas llenas de delicias

Sodas Castro, El Parque y Tapia tienen estrategias muy distintas

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Cerró Chelles y, como en el cuento de la hormiguita y el ratón Pérez, muchos lo sienten y lo lloran, sobre todo quienes probaron los platillos o el café que hicieron famosa a una de las esquinas más queridas de Chepe desde hace más de un siglo.

Pero, bueno, cayó el telón de Chelles el 8 de febrero y ya no se puede llorar sobre la leche o el yodito derramados.

Sí, lo sabemos, la crisis económica, los altos precios de los alquileres y las características del San José actual golpearon a Chelles, pero en La Teja quisimos ir más allá y conocer cómo están saliendo adelante en este momento otros negocios capitalinos muy queridos por la gente y liderados por familias valientes y luchadoras.

Empezamos por un lugar en el que uno piensa de primero al hablar de ensaladas de frutas: la soda Castro, sobre la avenida 10 y donde hablamos con doña Flor de María Castro, la dueña.

“Para mí el cierre de Chelles ha sido muy doloroso porque fue muy conocido y visitado, como lo fue La Eureka, frente a tienda La Gloria, en avenida central.

"Ahí iba mi abuelo y fue de los primeros en desaparecer, al igual que La Magnolia, un supermercado que se ubicaba al frente de la antigua Monumental y pertenecía al señor Antonio Escarré. Uno dice: ¿qué está pasando?, ¿por qué cierran negocios de tantos años? Debe ser la economía”, se pregunta y se responde doña Flor.

Esta pequeña empresaria asegura que no se puede quejar. Sí, hay días bajos, pero la gente siempre llega a su negocito.

“Hasta me siento halagada de que hay clientes que llegan en taxis del aeropuerto, porque lo primero que hacen al aterrizar es pasar a comerse una ensalada ya que llevaban muchos años sin probarla”, comentó.

Asegura que su secreto es ofrecer el mismo producto en calidad y en cantidad de hace 70 años, cuando abrió su negocio un 3 de marzo.

Claro, el San José entonces era otro. En los alrededores de la soda vivían amilias de cafetaleros, italianos y personas de la colonia israelí. La capital tenía aún cara de aldea, pero estaba ya empeñada en ser ciudad.

Hoy los alrededores son otros, con bares y negocios nocturnos. Pero doña Flor sostiene que a ella nunca se le han metido a robar y que sigue la estrategia de hacerse amiga y darle café con queque a la gente “problemática”, por lo que más bien la cuidan.

Aparte de ese detalle y de los problemas familiares que ha debido afrontar para mantener a flote el negocio, doña Flor asegura que Dios le bendice y nunca les ha quedado mal a proveedores ni a empleados.

Tiene mucho que ver que el local es propio y que ha recibido la ayuda incondicional de su esposo economista.

“Mi secreto ha sido mantener todo igual. Limpio, con música suave, no lo mantengo moderno porque si lo cambio, cambia la esencia. Si hay que subir los precios, los subo lo mínimo, pero mantengo la calidad y la cantidad. El menú ha variado, metí combos de hamburguesas, sánguches y tamales y estoy viendo si meto gallos de torta de carne con frijoles y repollo”, comentó esta empunchada señora.

Hace 70 años, los helados de palito de Castro costaban 10 centavos y la ensalada 75 (o seis reales, como se decía entonces). Ahora la ensalada cuesta entre ¢2.525 y ¢3.900. Lleva helado, gelatina, melocotón, papaya y piña. También hay para diabéticos.

Siguen luchando

Caminamos unas cuadras al norte y llegamos a soda El Parque (donde el único requisito es ser amistoso), que queda en la cuadra al sur del parque Central desde hace 58 años, cuando abrió un 9 de mayo.

Allí nos atendió Francisco Flores, su dueño, quien nos contó que el primer día que abrió vendió ¢40 en 12 horas de brete. Un platal. Era cuando el café valía 35 céntimos y un sánguche 75 céntimos.

Don Francisco explica que en el San José de los sesenta, el comercio se llenaba por las tardes y las noches después de que terminaban las tandas de los cines Moderno, Palace y Central. La gente llegaba a buscar chocolate y gallos de mano de piedra a la plancha y de salchichón arreglados.

Esos gallos ya no los venden (cambia, todo cambia), pero el lápiz de mano de piedra sigue siendo un pegue, además de que es un lugar céntrico.

En los setenta y ochenta estalló la fiebre por los salones de baile y los grupos nacionales La Banda, La Pandylla, Manantial y muchos más (la llamada época bohemia). Entonces El Parque cambió la línea a más tipo bar, porque la gente llegaba allí después a comer.

No podemos dejar de mencionar la gran cantidad de programas de radio que se tranmitieron desde esas mesas, como Sensación Deportiva, el Club del taxista, Entre Locuras y Rutas Deportivas, que arreglaron el mundo durante años.

En los noventa llegaron los bulevares a San José, pero eso en lugar de ayudar les afectó, pues los clientes ya no podían llegar en sus carros a comprar.

Hoy El Parque es otro negocio que lucha por mantenerse en el gusto de la gente.

“El cierre de Chelles es muy triste, es un lugar con una gran historia y sitio de reunión y era una fuente de trabajo más", comentó don Francisco, quien dijo que si tuviera que comenzar hoy su negocio no cree que florecería igual.

Maricela Flores, hija de don Francisco, comentó que para mantenerse vigentes hacen uso de las herramientas nuevas, como el Facebook.

“Apostamos por hacer sentir bien al cliente, como en casa. Hemos hecho clientela fiel, le damos calidad, todo fresco y que salga satisfecho. Es complicado, pero no imposible. Hay que reinventarse día a día porque hay mucho dónde elegir, en San José hay un restaurante cada cincuenta metros”, dijo Maricela.

Ahora ofrecen un menú ejecutivo balanceado con entradita y postre y a precio accesible (3 rojitos). Pegan combos y ofertas en la ventana pues la realidad del país exige comida rica y barata. Todos buscamos cómo estirar la plata y quedar llenos.

A don Francisco se le llenan los ojos de lágrimas cuando le preguntamos qué significa el negocio para él. Su hija asegura que, con la ayuda de Dios, lo mantendrán abierto.

“Nosotros nos vamos a esforzar y vamos a seguir siendo muy valientes, entregándonos, porque este negocio ha sido la vida de mi papá, fue su sueño”, dice Maricela, quien añade que se les ha puesto en contra las condiciones actuales de la capital (señaló suciedad, indigencia, inseguridad y falta de parqueos).

El año pasado tuvieron que dejar de abrir todo el día. Ahora abren de domingo a jueves de 8 a.m. a 11 p.m. y viernes y sábados de 8 a.m. a 2 a.m. De 40 trabajadores en su época dorada, hoy trabajan al mínimo, más que todo los miembros de la familia.

“Vendrán tiempos mejores”

Y del corazón de Chepe nos fuimos al oeste.

En Sabana visitamos la cuna del sánguche Lorenzo, el arreglado y la ensalada de frutas con helados sin olvidar, claro, el delicioso helado de natilla o el fresco de frutas (con cucharita para sacar los pedacitos del fondo) que hizo famoso al lugar abierto hace casi cinco décadas. Nos referimos, por supuesto, a la soda Tapia.

Allí el nombre de Chelles entró en la conversación.

“Nos generó tristeza su cierre, al igual que ha sucedido con otras empresas. Nosotros, por nuestro lado, hacemos el esfuerzo por mantenernos lo más vigentes que podamos, cuidamos a los clientes y a nuestros colaboradores, todo en manos de Dios. Nos concentramos en venir a trabajar, consentir al cliente y enfrentar las situaciones de la industria”, indicó Roberto Bruno, gerente general.

Bruno explicó que el menú es el mismo de siempre y que ofrecen productos por temporada para complementar la oferta.

En la medida de lo posible han refrescado la imagen y abrieron tres sucursales en otras zonas.

“En el mercado hay campo para todos, lo importante es mantener calidad y buena atención para que el cliente se vaya satisfecho. La competencia ha evolucionado, es muy voraz, sin embargo, el mercado costarricense ofrece consumidores para todo tipo de modelo de negocio”, dijo Bruno.

Bruno reconoce que la apertura de centros comerciales tipo mall y la llegada al país de cadenas de restaurantes internacionales golpean el negocio. Pero ante todo él es optimista.

“Hemos sido bendecidos con una ubicación privilegiada, una zona preciosa que no deja de tener vigencia (al puro frente de La Sabana, cerca del Gimnasio Nacional, el paseo Colón). No podemos permitir que nos nuble la mente asuntos coyunturales, todo ciclo bueno y malo tiene su fecha de caducidad y eventualmente la ciudad volverá a recuperarse. Los ticos debemos tener fe y paciencia en que las cosas evolucionarán para bien”, dijo.