Don Jorge Campos Abarca, vecino de Desamparados de Alajuela, a sus 71 años, se siente más vivo que nunca gracias a un pasatiempo que jamás imaginó que marcaría su vida: construir carritos de madera a escala.
Toda su vida trabajó en talleres de enderezado y pintura, un oficio que aprendió desde niño, cuando su hermano Johnny (quien falleció hace tres años) le enseñó a enderezar y fabricar piezas de carro.
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Esa habilidad se convirtió en el oficio que le dio y da de comer. Sin embargo, un suceso inesperado lo hizo cambiar la forma en que veía cada día.
Otra oportunidad
Hace tres años, don Jorge enfrentó una de las pruebas más duras de su existencia: su vesícula explotó, se infectó y la operación fue tan seria que estuvo a un paso de la muerte. “Volví a nacer”, confiesa con la voz llena de gratitud.
El doctor que lo atendió le recomendó buscar una actividad que lo mantuviera ocupado y feliz para no caer en la tristeza ni en la preocupación por lo que vivió con su vesícula.
Fue su hija quien le contó al médico que él se entretenía haciendo carritos de madera y ahí comenzó una nueva etapa.
“Me agarré de Dios y él me sacó adelante. Hoy puedo decir que mi vida cambió, porque estos carritos me alegran los días, hasta me río solo mientras los hago”, cuenta con una sonrisa cargada de paz y felicidad.
Carritos con alma
Su primera obra fue una réplica de un Chevrolet modelo 1927, inspirado en un carro que restauró para un amigo.
Lo fue copiando poco a poco hasta que logró un modelo exacto. Luego vinieron otros: un Ford Mustang 1966, un Pick Up Studebaker 1952 y un bus Ford de 1952 con una historia muy especial.
“Ese bus, bautizado como La Leona, fue el primero que viajó de Alajuela a Santa Bárbara y ese bus lo trajo mi papá. Con la ayuda de una foto y a pura memoria lo fui construyendo pieza por pieza, desde el chasis hasta la mufla, usando materiales reciclados.
“El bus llevaba piso de madera y hasta le puse el mismo nombre, La Leona. Todo lo hago con material reciclable: madera, metal, fibra de vidrio… hasta las llaves de arranque en miniatura”, explica con orgullo.
Una terapia
Cada carrito le toma en promedio tres meses de trabajo, aunque algunos han ocupado más tiempo por el nivel de detalle. Cuando le llega la inspiración, se encierra en su pequeño taller (en el cual apenas cabe un carro) y dedica horas a su pasión.
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“Antes tenía un taller grande, con empleados, pero ahora solo uno pequeñito. Cuando me queda tiempo, todavía restauro carros antiguos, pero los carritos a escala son lo que más me llenan el alma”, dice.
Aunque algunas personas le han ofrecido comprarlos, él insiste en que no los hace para vender.
“Yo los tengo como trofeos en la sala. Claro, he regalado algunos y vendido otros, pero más que negocio, son mi terapia, mi forma de dar gracias a Dios por estar vivo”.
Orgullo en cada exposición
Gracias a su talento, ha sido invitado a exposiciones de autos antiguos, incluso, por la misma Chevrolet, que le pidió llevar sus obras al evento anual.
“La gente se emociona mucho, les toma fotos y hablan conmigo de los modelos. Eso me encanta, porque siento que transmito mi pasión”, dice.
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Ahora trabaja en dos Chevrolet 1927: una versión pick up y otra camioneta de cuatro puertas que piensa exhibir pronto.
“Son carros muy viejos, con rayos de madera. Creo que me voy a tardar unos tres meses en terminarlos, pero me llena de ilusión verlos listos”.
Agradecimiento hecho madera
Para don Jorge, estos carritos son mucho más que maquetas. Son un recordatorio de que la vida siempre da segundas oportunidades.
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“Cada vez que tomo un pedazo de madera o de metal reciclado, pienso en lo cerca que estuve de no volver a ver a mi esposa, a mi hija y a mis nietos. Entonces le doy gracias a Dios y sigo adelante. Estos carritos me salvaron, me mantienen feliz y me dan ganas de seguir viviendo”.
En su sala, donde los exhibe como trofeos, se siente la fuerza de su amor por la vida y por su pasión.
Don Jorge no solo construye carritos de madera; construye recuerdos, esperanzas y una nueva manera de agradecer estar vivo.