Hombre transgénero: ‘Me siento cómodo sin operarme’

Jess Marquez cuenta su experiencia desde que cambió de mujer lesbiana a hombre trans

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Jess Marquez es un hombre transgénero. Tiene barba, manzana de Adán, músculos y vagina.

Él es el primer representante de la T (tendremos dos) en esta serie de reportajes en la cual estamos conociendo el significado de cada una de las letras del término LGTBIQ.

La T significa trans, un término sombrilla, es decir, hay una serie de conceptos bajo de esa letra. Por ejemplo, hombres trans, mujeres trans, travestis, transformistas, transexuales y trangéneros, por citar algunos.

Cuando se habla de una persona transexual es porque esta ha cambiado sus genitales de masculinos a femeninos, o al revés, mediante una operación. El término transgénero se refiera a cuando la persona se identifica con el género contrario a aquel con el cual nació y no ha sido operado. Este es el caso de Jess, quien es periodista y consultor.

Jess define a los hombres transgénero de la siguiente manera: “son personas como yo, con un sexo biológico, con un cuerpo de mujer, con vagina, vulva, ovarios, me viene la regla, pero me identifico como hombre. Siempre nos enseñan que el cuerpo determina el género, pero no siempre es así”.

El joven está a punto de cumplir 30 años (el 27 de junio) pero vive más feliz desde que asumió su rol de hombre trans y dejó de ser lesbiana. Atrás quedó una depresión, mucha violencia de género, rechazo de su mamá y otros tantos dolores del alma.

Jess dice ser bisexual en cuanto a su orientación sexual, pero su identidad de género siempre ha sido hombre pese a vivir como mujer hasta los 26.

Su niñez y su adolescencia fueron complicadas. Fue estudiante brillante en un colegio privado al cual fue gracias a una beca, sufrió “bulliyng” por no comportarse como una niña y por ser el chiquito pobre (proviene de una famila humilde de Caracas, Venezuela) por usar ropa neutra o de hombre. Sufrió correcciones con violencia incluida de parte de su mamá, que rechazaba sus actitudes y su personalidad. A los 23 años su madre lo echó de la casa. “No acepto ni maricas ni lesbianas”, le dijo.

Vivió como niña confundida porque quería ser hombre desde los dos años y medio, cuando se lo expresó directamente a su familia. “Estudios de la Organización Mundial de la Salud (OMS) dicen que entre los dos y los cinco años es cuando las personas toman conciencia de su género”, dijo.

Durante su adolescencia, el papá y los hermanos apoyaron a Jess en sus manifestaciones masculinas. “Jugaba con carros, me gustaban deportes tradicionalmente de hombres y los jugaba, como el fútbol o el béisbol, era bueno y lloré cuando me vino la regla. No entendía por qué algo que era para niñas me venía a mí”.

Debió ceder a las burlas y al “bullying” en su Venezuela natal en plena pubertad porque ya no aguantaba. Empezó a maquillarse, a vestirse como mujer, a tener comportamientos más femeninos y hoy le duele ver las fotos de su graduación con vestido y tacones, no con pantalón y corbata.

A los 20 años salió del clóset y a los 23, como ya dijimos, debió dejar la casa porque su mamá lo echó. Para entonces el papá no vivía con la familia.

“Me tocó empezar de cero, con poco dinero. Mi papá no tenía la capacidad económica para mantenerme. Me acababa de graduar de Comunicación Colectiva en Venezuela y recomencé mi vida, pero entre la crisis social y económica y la enorme diversofobia que hay en Venezuela no iba a poder realizar mi proyecto de vida en mi país”, explica.

Historia en Tiquicia

Jess llegó a Costa Rica en el 2014, cuando le ofrecieron ser corresponsal del periódico Tal por cual para Centroamérica y el Caribe.

El cambio de país empieza a cambiarle la vida.

“Costa Rica tiene mayor apertura que Venezuela en el tema y me permite informarme sobre la comunidad lgtbiq y vivirlo más activamente, aún como mujer lesbiana”, recuerda.

Fue en Tiquicia donde conoció, en el 2016, el término y el concepto de hombre trans.

Al poco tiempo de estar aquí estalló el conflicto más crudo en Venezuela, con protestas callejeras y una crisis que afecta el tipo de cambio. Jess, que tenía un salario aceptable que le enviaban desde Venezuela, empezó a recibir cerca de ¢50.000 por mes y eso no le daba para vivir.

Entonces empezó a trabajar como consultor en una empresa, pero fue una serie de televisión la que cambió su vida: The L World.

“Había un personaje que era una lesbiana y pasa por una depresión (como me estaba pasando) y decidió cambiar su nombre a Max y les dice a sus amigos que le empiecen a tratar como hombre y masculiniza su apariencia. Eso genera una reacción intensa en mí”, explica.

Luego de aquel capítulo de la serie Jess fue al espejo, se desnudó y se tocó aquel cuerpo con el que no se sentía a gusto. “Me dije ‘no me identifico con esto’, rechazaba mi cuerpo, principalmente los pechos, pero también las caderas y la cintura. No es el caso de todos los trans, pero conmigo fue así”.

Jess decidió hacer más cambios y empezó a masculinizar su apariencia. Se cortó el pelo con un barbero, se compró zapatos de hombre, camisas, pantalones y estaba feliz.

“Lo hice público, pero muchos amigos me rechazaron. Decían que no podían tratarme como hombre porque tenía tetas y vagina. Por un tiempo llevé una doble vida, sobre todo por el trabajo, pero fui violentado en ese lugar por decenas de personas. Lo denuncié, pero no hicieron nada".

En el proceso de hormonización, Jess decidió hacer una publicación en su Facebook que se viralizó y le dio la vuelta al mundo. Esa publicación lo llevó a dar entrevistas para medios en México, Argentina, España y otros países.

Hoy está conforme con su apariencia y ha decidido no operarse porque se siente bien con su cuerpo en todo sentido.

“Me siento cómodo con mis genitales y operarme implica cambiar la forma en que vivo mi sexualidad. Soy un adulto y tengo rato de tener una vida sexual activa y no me gustaría que cambie”.

La testosterona que se aplica como tratamiento ha hecho posible el cambio sin necesidad de operarse. “Por ejemplo, los labios vaginales se retraen y el clítoris crece y se convierte en un micropene. Cuando me inyecto testosterona el clítoris crece, como del tamaño de un dedo pulgar”.

“El proceso de transición duró como año y medio. La mayoría de cambios se dieron en el primer año, luego, entre los meses once y trece, me salió la barba, fue repentino y se ha poblado en los siguientes meses”, detalla.

Esa es otra razón para estar feliz. "Es una alegría para mí porque en mi familia los hombres son muy barbudos”.