El viernes pasado se presentó el Presupuesto Nacional, la platica que el Gobierno ocupará para el 2018. Aquí una explicación para "dummies".
Supóngase que el presupuesto nacional sea equivalente a un salario de ¢500.000 al mes. A esa plata hay que sacarle una tajada de casi la mitad, unos ¢220.000 (el 44%) para pagar deudas, de modo que solo nos quedamos en la bolsa con ¢280.000.
El problema es que el Gobierno no puede decidir gastar solo ¢280.000, pues para mantener servicios básicos a la población, en realidad necesita ingresos por los ¢500.000 mensuales, pues hay obligaciones ineludibles como pagar el agua, la luz, el celular y la comida.
Para imprevistos, o emergencias como huracanes, solo se dispone de un 4% (unos ¢20.000). Usted dirá que hay que dejar lujos, viajes y gastos innecesarios. A ciencia cierta y luego de tantos Gobiernos, incluidos los de Abel Pacheco, Óscar Arias, Laura Chinchilla y Luis Guillermo Solís, intentando reformas de impuestos malogradas, los gastos innecesarios o superfluos sí que se han reducido. ¡Algún ladrón no encontraría plata ni para robar!
Lo cierto es que hay muy poco margen de acción para pensar en proyectos nuevos, con poco presupuesto hay poca esperanza de seguir construyendo un país.
Usted sabe cómo es cuando la plata simplemente no alcanza, se pierde la esperanza de una vida mejor ¡Así estamos!
¿Qué hacer? Necesitamos una reforma fiscal completa, que reduzca el gasto en salarios y pensiones y que a la vez genere nuevos ingresos, pero eso no es tarea de corto plazo, necesitamos gobernantes, presidentes y diputados dispuestos a asumir el reto de devolvernos la esperanza.