Familias completas vivieron en la cima del volcán Irazú (es el volcán más alto del país, a 3.420 metros sobre el nivel del mar), ya que se ganaban el pan de cada día trabajando para alguna radio o televisión manteniendo la torre de transmisión.
Durante tres décadas: los ochentas, noventas y hasta el dos mil catorce, las casitas llenas de matrimonios y niños jugueteando, eran muy normales. Ayudó la inactividad volcánica y altura.
Desde la cima del Irazú unos 40 niños iniciaron su escuela y hasta se graduaron de colegio, mientras sus papás mantenían puras tejas las antenas.
Realmente fue una forma familiar de ganarse la vida: había que prender los transmisores de las torres, vigilarlos todo el día, arreglar cualquier desperfecto y apagarlos antitos de las dos de la mañana.
El gran objetivo era que la radio o el canal de televisión que pagaba el salario a uno o dos integrantes de esas familias, nunca dejara de transmitir su señal.
“A partir del año 1978, las torres de transmisión y las antenas se fueron construyendo y colocando en el sector oeste de la cima del volcán, aprovechando una lugar que tenía zonas de terreno muy planas.
“Con el paso de los años, estos trabajadores fueron creando una pequeña comunidad en la cima del volcán y hasta llegaron a instalarse con sus familias. Aunque sea poco conocido, en algún momento pudieron haber habitado unas 15 pequeñas familias en la cumbre del Irazú, siendo así la comunidad permanente que vivía a mayor altitud en Costa Rica”, explica el doctor Paulo Ruiz Cubillo, vulcanólogo de la Escuela Centroamericana de Geología de la Universidad de Costa Rica (UCR), quien hace pocos días registró con su cámara cómo ahora parece una zona fantasma.
Explica el vulcanólogo que, en el año 2014, debido a una serie de temblores y lluvias intensas, un deslizamiento empezó a afectar la zona donde se ubican las torres. Grietas de gran tamaño empezaron a aparecer rápidamente en el terreno. Esto falseó las bases de algunas de las torres de transmisión y sus respectivas casetas.
En agosto del 2020, otra gran parte de terreno se vino abajo y destruyó algunas de las antenas más importantes, así como las casetas donde vivían algunos de los operadores junto con sus familias.
“Las últimas familias salieron en el 2020 y quedaron solo ocho trabajadores en las casetas, quienes dan mantenimiento a las 78 antenas que todavía están funcionando.
Los ocho operadores que bretean en la cima rotan su tiempo en turnos de una semana, por lo que solamente hay cuatro personas por semana en la cima y viven en las casas más alejadas de la corona principal del deslizamiento”, aclara don Paulo.
El paraíso
La Teja conversó con don Víctor Eduardo Álvarez Redondo, vecino de Potrero Cerrado de Cartago, de 59 años y quien vivió en una de las casitas de la cima del Irazú durante 18 años, ya que trabajó, junto a su esposa, Felicia, para Canal 6. Eran los responsables de que la antena de transmisión del 6 lanzara puras tejas la señal todos los días.
“Pasé muchas navidades y muchos años nuevos en esa cima. Eso era precioso, era como el paraíso, la paz que ahí se tenía no tiene comparación y el aire que se respiraba era completamente puro.
“Oiga, le voy a contar, yo estando allá arriba tuve tres hijas: Carolina (una doctora de 34 años), Adriana (administradora de empresas de 33 años) y Ericka (ingeniera electromecánica de 32 años), y todas estudiaron escuela y colegio viviendo en el puro cucurucho del volcán Irazú”, nos recuerda con mucha alegría don Víctor.
“Mi esposa y yo trabajamos como desde 1980 a 1998 con Canal 6, éramos los técnicos de transmisión. En aquellos años el noventa por ciento de la transmisión del canal salía del Irazú por eso era tan delicado el trabajo. Encendíamos transmisores entre 9 y 10 de la mañana, apagábamos a la 1:30 de la madrugada.
“Vivíamos en una casita de dos pisos que era propiedad del canal. Mis hijas iban a la escuela de Potrero Cerrado, la Manuel Ávila Camacho y con un carrito las íbamos a dejar y traer todos los días, era como una hora de viaje para abajo y otra para arriba”, explica.
Siempre con recuerdos felices el ahora dueño del restaurante típico El Turno, sobre la carretera al Irazú, no cambia aquellos días por nada porque asegura que sus hijas vivieron una niñez casi perfecta, sin violencia, sin inseguridad, pasaban jugando en los matorrales y con la naturaleza y no se pensaba en nada negativo.
Los únicos recuerdos no tan positivos que tiene son de las rayerías tan tremendas porque siempre que rayaba el cielo algo se descocheraba en las torres y debía ponerse a correr para repararlo. También recuerda que durante casi todo 1994 el volcán provocó temblores todos los días hasta que en diciembre les pegó un susto con una pequeña explosión.
Por encargo
También conversamos con don Franklin Méndez Hernández, de la empresa Innovación Electromecánica, quien ya tiene como 10 años de subir al Irazú a darle mantenimiento a varias torres, por contratos de corto tiempo, pero ni a palos se queda un solo día durmiendo ahí.
“Hace como medio año me tocó darle mantenimiento a una torre durante tres meses, pero no me quedé nunca, prefería subir y bajar todos los días. Uno lleva para hacer café y calentar comida, porque ahí hay electricidad. No tengo problema con pasar todo el día, pero quedarme no.
“Tengo 54 años y qué va, el frío es mucho. Hay una torre de 108 metros que tuve que reparar hace un tiempo y si a ras de piso hay temperaturas de 8 grados Celsius con sensación térmica de 2 grados, cuando uno lleva 50 metros subiendo siente que los huesos se le quiebran. No sé cómo hicieron para vivir aquí, es una zona muy linda, pero es muy fría”, comentó don Franklin.