Taylín Cabezas Molina, mejor conocida como la payasita “Taylín de Tin Marín”, tiene 40 años, dos hijas y un corazón tan grande como sus zapatos de payaso.
Lo suyo no es solo pararse frente a un grupo de chiquitines con crayolas y plasticina, sino también ponerse la nariz roja, pintarse la cara y convertirse en la reina de la fiesta.
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Desde hace 16 años es profesora de preescolar y desde hace 14 se dedica a hacer reír con su personaje de payasita. Ambas profesiones se convirtieron en su fórmula perfecta para enseñar y divertir.
“Es demasiado hermoso lo que hago, con los niños aprende uno demasiado. Cada día, cada fiesta, cada clase, se aprende demasiado de ellos. Cada ocurrencia, cada frase enseña. Le renuevan la energía a una”, nos dijo entre risas.
De pintacaritas a gran payasita
Su historia como artista comenzó pintando caritas en fiestas infantiles. Poco a poco, los papás le pedían que también animara, hasta que decidió profesionalizarse en el mundo del payaso.
“Como toda buena maestra de preescolar siempre fui buena para las manualidades. Inicié como pintacaritas, pero a los dos años una compañera llamada Chispita, de El Salvador, me enseñó a pintarme profesionalmente. Desde ahí me enamoré de la payasita”, recordó.
Hoy Taylín cuenta con trajes traídos de Perú y México que rondan entre los ¢100 mil y ¢150 mil colones, además de sus carísimos zapatos de payaso que hace diez años le costaron ¢25 mil y hoy superan los ¢50 mil.
“Los zapatos y los trajes son caros, pero valen la pena, porque el show se ve más profesional y a los niños les encanta”, dijo entre carcajadas.
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La maestra y la payasita se complementan
Lo más curioso de su historia es que la maestra y la payasita conviven dentro de la misma persona. Durante la semana Taylín trabaja en aulas del Ministerio de Educación Pública, y después de las 4 p.m. o los fines de semana, se transforma en la alegre, divertida y educadora payasita “Taylín de Tin Marín”.
“Lo que hago son juegos que traigan algún valor y que enseñen algo pedagógico. Es un complemento muy bonito porque del aula aprendo para la payasita y de la payasita aprendo para el aula”, explicó.
De hecho, muchas de las dinámicas que usa en las fiestas las aplica en su salón de clases. Un ejemplo es la serpiente de fieltro que utiliza para cantar con los niños en las fiestas y enseñarles a hacer fila de manera ordenada en las aulas.
“Se complementan muy bien. Yo soy muy feliz, me encanta. Me llaman a fiestas de adultos, pero lo mío es con los niños, eso sí es vocación”, afirmó.
Una familia llena de colores
La vocación payasa se convirtió en una tradición familiar. Su hija mayor, Victoria, de 19 años, se dedica a pintar caritas y a la decoración de eventos con globos.
La menor, Isabella, de 11 años, ha participado en festivales de arte con pintura corporal. Y su esposo, Víctor Valerio, es quien la apoya en la logística de shows y eventos.
“A mis hijas les ha encantado, crecieron con la payasita. La mayor desde los cinco años siempre me acompaña. Mi esposo también me ayuda un montón, sin él sería imposible”, confesó con una sonrisa de oreja a oreja.
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La magia de enseñar riendo
Aunque Taylín también recibe contratos para fiestas de adultos, lo suyo es estar rodeada de chiquillos.
“Si volviera a nacer vuelvo a estudiar lo mismo. Uno no siente que trabaja, disfruta el día a día. Soy feliz con los chiquitines. Todos los niños enseñan mucho, todos tienen su esencia y sus cosas bonitas”, asegura.
Su show no solo incluye risas y juegos, también burbujas gigantes donde los niños quedan metidos dentro de ellas como si fueran parte de un truco mágico.
“Les fascina y yo disfruto ver esas caritas felices”.
Payasita con sueños grandes
Aunque ha recorrido un largo camino, Taylín todavía quiere seguir aprendiendo.
“El otro año quiero ir a México a capacitarme más. Tengo varias compañeras payasitas que ya llevan años haciéndolo y siento que lo necesito. El maquillaje y los trajes han avanzado mucho y siempre hay que estar al día”, cuenta.
El nombre Taylín de Tin Marín nació casi de casualidad, inspirado en una publicación de Facebook que mencionaba un centro de juegos en Guatemala.
“Me gustó, lo adopté primero para pintacaritas, y cuando bauticé el personaje se quedó. Suena bonito, la gente me decía que lo dejara así”, recordó.
Y así quedó, con un nombre pegajoso que suena a infancia, con una sonrisa que no se borra y con un corazón que palpita entre pizarras, crayolas, burbujas y la nariz roja de una payasita que nació para enseñar con alegría.
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Para contrataciones puede llamar al: 8963-3949.
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