Mujer sobreviviente de violencia: “Un día me dijo ‘de este año no pasa’”

Sufrió golpizas, violaciones, agresiones con cuchillos y amenazas de muerte hasta que dijo ‘hasta aquí’

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El mismo día de su boda, Jessenia López empezó a vivir un infierno. Golpizas, violaciones, amenazas, puñaladas, disparos, droga y alcohol fueron parte de las congojas que soportó en un matrimonio de 17 años y que hoy está a punto de ser anulado.

Jessenia tuvo cinco hijos y aunque no tiene los bienes materiales que le daba su esposo, ahora vive feliz, duerme tranquila y es una gata en temas de instalaciones eléctricas y construcciones.

Eso es hoy, pero vamos al pasado...

A los 14 años, Jessenia era la novia del muchacho malo del pueblo, que le llevaba diez años; a los 16 se juntó con él y a los 19 años, cuando quedó embarazada de su tercer hijo, ella le exigió casarse por la iglesia.

“El manejaba dinero y me dijo que le pidiera lo que quisiera menos casarse y le dije que si no se casaba no volvería a ver a los hijos. Yo era una chiquilla y estaba enamorada”, explica.

“Mi mamá siempre se opuso, tenía un historial de mal muchacho, pero uno no hace caso. Al principio, de novios, todo iba bien, el infierno fue al casarme”, cuenta.

Y cuando dice “al casarme” se refiere al inicio.

“El día de la boda llegó a la iglesia borracho y drogado con el pantalón de mezclilla roto, pero no por moda, y el padre le preguntó ‘¿por qué llega así?’ y dijo que no le importaba, se peleó en media misa y cayó al suelo. Brindé sola porque él estaba borracho. Allí empezó el infierno”, dijo.

Pero Jessenia aún no había visto nada.

“Me compró una casa, carro, me tenía con todo, como una princesa, pero también había golpes. Cuando salía con sus amigos, los viernes sábados y domingos, se iba a las seis de la tarde y regresaba a las tres o cuatro de la mañana. Yo era muy sumisa y me levantaba a hacerle comer y a atenderlo y le decía ‘¿por qué se le hizo tan tarde?, y me golpeaba, como un boxeador. No podía preguntarle nada”.

En una de las palizas, el hombre se ensañó con el rostro de ella. "Me reventó el ojo por dentro, lo tengo cosido, hay una parte que cuando sonrío parece que se arruga más. Cada vez que él salía y le preguntaba cosas, como por qué huele tan raro o le decía ‘huele a mujer’ o algo, me golpeaba con furia y delante de mis hijos”, añadió.

En medio de esa pesadilla, Jessenia quedó embarazada de su cuarto hijo y la apariencia de la familia era normal porque ella lo mantenía todo en secreto. Algo usual en muchas familias.

“Nadie sabía, a mí me criaron con la convicción de que lo que pasa adentro se queda adentro. Era la mentalidad de que usted se casa para siempre, hasta que la muerte los separe, y yo respetaba eso y yo me echaba la culpa. Decía ‘soy la que lo provoco’”.

Días terribles

Jessenia recuerda que todos los fines de semana había golpes y cuando una hermana o alguien le veía los ojos morados ella decía que se había caído, que había sido tendiendo ropa o cualquier otra excusa. A los hijos le decía que no podían contar nada.

Para librarse un poco de lo que vivía se la jugaba diciéndole a su esposo que iba a rezar o a misa y entonces él la dejaba salir. En ese tiempo se iba para donde su mamá o visitaba amigas. Luego él iba a recogerla.

“Un día llegó y me dijo que fuera a un bar con él, yo estaba pintando la casa, pero me dijo que me alistara. Ya habían pasado como quince años y yo vivía con él ya por vivir. Me alisté. Cuando entramos al bar me dijo al oído: ‘sonría frente a mis amigos, tiene que fingir que es la mujer más feliz del mundo”.

“Entonces llegó un amigo de él y yo no quise saludar. Allí mismo me dio una paliza, me sacó a patadas del bar. Sentí el ojo mojado, no me había dado cuenta de la magnitud del golpe que me dio, salía mucha sangre”, cuenta.

“Entonces le dije, ¿qué me hizo?, y me decía que nada, que yo estaba loca, que no me había golpeado y me agarró del pelo y me exigía que sonriera. Nadie hizo nada. No podía ver con el ojo derecho, que ya tenía malo y me decía que lo iba a perder. Me lo rompió, me volvió a meter al bar y me exigió que tomara otra cerveza, la gente miraba y me quedé quedita”.

Jessenia le dijo a su pareja que ya quería irse, que la dejara. Y salió. “Empezó a perseguirme, me agarró del pelo y caí y cuando estaba en el suelo me empezó a dar patadas en el cuerpo, en la cara. Yo me hice un puñito. Él me alzó del brazo, me levantó y me dijo que me iba a traer un tequila. No podía ver y ahora no podía respirar, estaba morada. Se fue por el trago y se arrimó una muchacha adonde estaba yo y me dijo que, evidentemente, yo necesitaba ayuda”.

En ese momento, Jessenia le dijo a la joven que llamara al suegro, que vivía muy cerca, y le enseñó la casa. Le pidió decirle que fuera al parqueo del bar. “La muchacha corrió porque él (el hombre) la iba a agarrar del pelo. Él se fue al carro a traer el arma. En ese momento salí corriendo y se devolvió a perseguirme. No llegó al carro. Yo no podía ver, iba adolorida pero llegó el papá de él. Mi suegro lo golpeó y le dijo, ‘¿que le está haciendo a esta muchacha?, yo no veo que ella le haga nada. Déjela ya”.

El hombre gritaba que ella se merecía los golpes.

Después de esa tremenda golpiza llegó la ambulancia y llevaron a Jessenia a la Medicatura Forense y la policía persiguió al hombre. “Lo cogieron en otra propiedad y ya habían visto cómo estaba yo y uno de ellos le puso el zapato encima de la cabeza, le dieron sopa de muñeca y uno de los policías le dijo ‘¿ve qué rico se siente?, eso lo que le hace usted a ella'”.

Esa fue la primera vez que Jessenia denunció a su marido.

Un perdón

A los quince días, Jesssenia perdonó al hombre porque los chiquitos lloraban y decían que lo extrañaban. “En eso sí, él era cariñoso, pero mis hijos se criaron viendo violencia toda la vida”, detalla.

Cuando regresó a la casa, pese a las promesas de que no iba a volver a pegarle, la violencia continuó. “Seguían los pleitos, las puertas de la casa tenían huecos de los cuchillazos que él les daba cuando yo tenía que salír corriendo. Empezó a decirme que de ese año yo no pasaba. Una hermana se dio cuenta y se puso furiosa y le contó todo a mi mamá”.

Entonces la mamá de Jessenia llamó a hombre y le preguntó “¿por qué le hace eso, porque no me la trae?”. Yo escuché lo que él respondió. “En cualquier momento voy y se la dejo en una bolsa, ¿cómo la quiere, entera o en pedacitos?. Mi mamá se puso como loca, le dijo que iba a aparecer en el Zurquí. Era una chusma. Mami no podía comer ni dormir y me decía que no lo provocara. Mi casa era un búnker, había kilos de kilos de cocaína y de marihuana y él me decía ‘si dice algo la mato’”.

“Era el que movía toda la droga del El Roble (Alajuela) y yo me decía para mí misma que no podía decir nada porque era cómplice. Tenía gallos de pelea y si no se los cuidaba me golpeaba, si les llamaba la atención a los niños me golpeaba. No podía hacer nada. En lo sexual me seguía agrediendo, me violaba cuando él quería”.

En ese periodo puso varias demandas, pero el hombre no dejaba que Jessenia se fuera. “Si no le gustaba la comida me la tiraba a los pies, siempre estaba alterado, tomaba licor con droga y quedaba cruzado, violento, y me pegaba. Mis hijos crecieron y al mayor lo empezó a tratar más rudo”.

Recuerda con mucho sentimiento cómo una vez, el hijo mayor quebró un tubo en el baño y el papá lo golpeó como si fuera otro hombre. “Apenas tenía como siete u ocho años. Lo golpeó de una forma cruel. Yo sabía que no podía seguir así. Llegó el punto en que nos llegamos a disparar, parecíamos el señor y la señora Smith, yo durmiendo con puñal y arma en una cama y él en la otra durmiendo con puñal y arma. Realmente soy una sobreviviente”, dijo.

“Estaba deprimida, quería matarme pero no lo hacía por mis hijos. Quería desaparecer pero con ellos. Pesaba 37 kilos, cuando tenía que estar en 52, no comía, no dormía, tomé pastillas para dormir. Era un infierno".

Más brutalidad

Una vez, estando en la pulpe, uno de los amigos del hombre le dijo que su esposo había llegado, que estaba en la casa. “Le dije que sí, que estaba borracho. Me decía, hágase la maje, no le haga caso y mi esposo nos vio hablando y se vino corriendo a pegarme. El amigo ni siquiera se había bajado del carro”.

“Me agarró en la pulpe y me empezó a golpear muy fuerte. Empecé a tirar sangre por la boca, por los ojos, por la nariz y me llevó arrastrada del pelo. Un vecino salió y le dijo ‘no sea maricón’ y le dijo que no se metiera, que no fuera sapo, que a nadie le importaba. Cerró la puerta y me golpeaba, vi a mi hijo de ocho años que se asomó y estaba llorando".

Era de nunca acabar.

“Entonces fue a traer un cuchillo y me dijo ‘de hoy no pasa’. Imagínese, era carnicero. Mientras fue por el cuchillo salí corriendo, pero me caí en la sala. Sin embargo, al ver sangre empecé a correr. Pude reaccionar, no sé como agarré fuerza, abrí la puerta y corrí. Tenía que correr como veinte metros hasta donde una amiga y se me hicieron kilómetros, mi amiga estaba dormida pero pudo abrir a tiempo. ‘Jess, no puedes seguir así, te va a matar’, me dijo ella”.

Esa fue la última vez que Jessenia le puso una demanda a su marido. Ella se fue de la casa con sus hijos y enojada con el mundo, con la familia, con la gente porque culpaba a todos.

“Ya no era la misma, era violenta, le echaba la culpa al mundo. Me hice agresiva, repugnante, andaba armada, me hice mala. Una vez me desquité con una vecina que le dijo algo a uno de mis hijos. Incluso me enviaba mujeres para que me hicieran daño y yo les pegaba. Aprendí a pelear porque era la forma de sobrevivir".

Jessenia pasó sola con sus hijos algunos años. En las navidades apenas tenía un bollito de pan para todos, el mayor le ayudaba. “Pasé de tener todo a tener nada, pero respiraba profundo en las noches, tenía paz. Una vecina me dijo que fuera a una casa donde llegaban hombres y me dije ‘no nací para ser prostituta’”.

Para dar de comer a sus hijos hacía trabajos domésticos.

Una vez le pidió a un hombre que le ayudara a cambiar un bombillo y él le dijo que eso podía hacerlo ella. “Le dije que no, que era una inútil porque siempre me dijeron así. Entonces hizo un esquema y me explicó. Puse atención y no solo cambié el bombillo sino que arreglé toda la instalación eléctrica de la casa (luego estudió electricidad) y empecé a trabajar en construcciones”.

“Luego apendí a repellar paredes, a pegar cerámica y a hacer muchas cosas de construcción”, dijo.

Hoy Jessenia está a punto de que la Conferencia Episcopal le anule el matrimonio, algo poco usual. Sus hijos conocen su ruda historia, que ella quiso compartir con La Teja porque se dice una sobreviviente. “Hace dos años me dijo que nos casáramos. Le dije que no. Ahora me odia, pero yo estoy tranquila”.

Anulación de matrimonio

La anulación del matrimonio es diferente a un divorcio porque se da cuando la Iglesia lo elimina. Es como si nunca hubiera existido. El cura Alfonso Molina dijo que ese trámite puede tardar de dos años y medio a cinco y que se debe hacer un proceso con expertos. Está legalmente establecido en el Derecho Canónico.

Las causas para anular un matrimonio son que los contrayentes no tenga uso de razón, quienes no pueden asumir las responsabilidades de matrimonio por razones psíquicas o quien muestra rasgos que no había mostrado en el noviazgo. Es decir, la furia, la ira o cualquier comportamiento que solo se manifestó en el matrimonio pues se considera un engaño. No es algo común.

Por ellas

La Municipalidad de Tibás hará una actividad este domingo para conmemorar a las mujeres que han fallecido este año por femicidios. Será a partir de las 3 de la tarde, con una cleteada que se inicia en el parque de Tibás. Luego habrá un monólogo y como a las ocho un concierto con Claroscuro.