Por mucho tiempo existió un enorme debate en torno al momento en que se les debía hablar de sexo a los hijos. La costumbre indicaba que, llegada la adolescencia, la madre le hablaba a la hija, abarcando temas como la regla, el embarazo y la vida sexual en general. El padre era el encargado de instruir al hijo y era común que, además, se programara una visita a algún prostíbulo para complementar la enseñanza. Se limitaba a una superficial explicación de unos cuantos minutos que poco aportaba en la formación del joven. Una vez concluida la charla paterna, de sexo no se volvía hablar.
En esa época, los adultos usaban nombres claves cuando hablaban temas sexuales frente a los hijos, para evitar que ellos entendieran. Se recurría a términos como torta, para referirse a un embarazo no deseado o la amiga para la menstruación, por ejemplo. Ese hermetismo sexual convirtió la sexualidad en una trampa, donde en el nombre del placer se asumían los riesgos del embarazo, las infecciones y el desamor.
Todo este panorama cambió con la televisión y el Internet. Hoy los padres no pueden evitar que sus hijos reciban información sexual, lo único que pueden decidir es si participan o no del proceso educativo y si aprovechan su posición para dar la primicia en materia sexual.
Hoy sabemos que no podemos postergar la instrucción en materia sexual hasta etapas tan tardías de la vida, como la adolescencia, porque probablemente para ese momento los hijos ya han recibido de su entorno un bagaje enorme de conceptos usualmente errados.
Por eso, la recomendación actual es que se hable de sexo delante de los hijos desde que nacen. Es decir, que la temática sexual sea parte de las conversaciones cotidianas y que sucedan en presencia de los niños, para que ellos comprendan que el sexo es un tema del que se puede hablar y preguntar en la casa.