Cuando Jhoswel Martínez tenía apenas 16 años, su vida dio un giro de esos que nadie quiere vivir. Vino desde Managua, Nicaragua, huyendo de la represión del régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo. Era 4 de agosto del 2018 cuando puso un pie en suelo tico, con una orden de captura sobre sus hombros y su bachillerato colegial en pausa.
Siete años después, con 23 de edad, ya se bachilleró en Costa Rica, forma parte de una ONG de derechos humanos y sigue luchando, pero ahora desde el exilio. A pesar de todo eso, hay algo que lo tiene con un nudo en la garganta: la posibilidad de perder su nacionalidad nicaragüense.
“Claro que duele. Es como si te arrancaran las raíces. Uno ya vive con el exilio encima, pero que además te digan que ya no sos nicaragüense, eso es demasiado. Claro, A mí nadie me puede arrancar a Nicaragua del corazón”, dice con la voz cargada de rabia y tristeza.
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Jhoswel se refiere a la reforma constitucional que impuso la dictadura de Ortega y Murillo, aprobada el pasado 16 de mayo por la Asamblea Nacional de Nicaragua, en una sesión que fue todo un acto político disfrazado de legalidad.
En dicha reforma, se modificaron los artículos 23 y 25 de la Constitución, estableciendo que cualquier nicaragüense de nacimiento que adquiera otra nacionalidad perderá automáticamente la suya.
La reforma, que entra en vigor en 2026, fue aprobada por unanimidad por los 91 diputados en un acto celebrado en Niquinomo, Masaya, para conmemorar el natalicio de Augusto C. Sandino. Y aunque oficialmente se dice que no será retroactiva, muchos nicaragüenses en el exilio, como Jhoswel, sienten que se les respira en la nuca.
Difícil decisión
Jhoswel ha pensado en nacionalizarse costarricense. De hecho, cumple con todos los requisitos y por haber concluido el colegio aquí, podría incluso evitar el examen de naturalización. Pero ahora tiene miedo.
“Yo no quiero dejar de ser nicaragüense. Es parte de lo que soy, de mi historia, de mi cultura. Esta decisión del régimen me obliga a pensar dos veces en algo que debería ser sencillo. Uno quiere estabilidad, poder participar políticamente, aportar al país donde vive... pero si me nacionalizo tico, Ortega va a usar eso para decir que ya no soy nicaragüense. Y eso me dolería en el alma”, expresa.
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La preocupación no es solo emocional. También es práctica. Su pasaporte nicaragüense está a punto de vencerse, y sabe que muchos opositores en su misma situación han visto cómo el régimen les anula el documento, dejándolos sin posibilidad de viajar o incluso de salir del país si están atrapados en alguna frontera.
“Uno como refugiado puede pedir un documento de viaje aquí en Costa Rica, pero no todos los países lo reconocen. Si se me vence el pasaporte y me lo anulan desde allá, me puedo quedar varado. Es vivir con una espada en la cabeza todo el tiempo”, reconoce.
Un golpe más al exilio
En la ONG “Asociación Intercultural de Derechos Humanos”, donde Jhoswel trabaja, la mayoría de los miembros son también nicaragüenses. El día que se enteraron de la reforma, todos quedaron helados.
“Fue como un balde de agua fría. Nadie lo podía creer. Y lo peor es que, viendo la historia, era algo que se venía venir”, comenta. Para Jhoswel, esta reforma es una jugada política para eliminar de un solo tajo a la oposición.
“Ellos ya habían declarado apátridas a muchos líderes. Ahora, si esos líderes adquieren otra nacionalidad, el régimen puede decir que no tienen ningún derecho sobre Nicaragua. Es una estrategia para borrarlos del mapa político”, asegura.
Y no es solo perder la nacionalidad lo que preocupa. También está el hecho de que un desnacionalizado pierde todo derecho sobre bienes en su país: propiedades, cuentas bancarias, incluso el derecho a herencias.
“Es como una muerte civil. Literalmente te desaparecen del sistema”, dice con pesar.
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Decisión que divide
Según Jhoswel, hay quienes han reaccionado de distintas formas ante la noticia. Algunos ya habían iniciado el proceso para obtener la cédula costarricense y dicen que ningún papel puede borrar lo que son. Otros, por el contrario, han frenado el trámite por miedo a perder su nacionalidad de origen.
“Yo estoy dividido. No quiero perder lo que soy, pero también quiero poder participar activamente en la política costarricense. Aquí trabajo, pago impuestos, vivo desde hace años. Pero como refugiado no puedo hacer nada de eso. Si participo políticamente, incluso puedo ser deportado”, lamenta.
Y añade: “El régimen quiere que uno sienta miedo, que dude, que se paralice. Es una forma de tener control sobre nosotros, aunque estemos fuera. Ya controlan los barrios, las casas, las familias... ahora quieren controlar hasta nuestros pensamientos”.
A pesar del dolor, la rabia y la incertidumbre, Jhoswel no pierde la esperanza. Dice que algún día volverá a su país, con su nacionalidad intacta, con la frente en alto y con la convicción de que nadie puede arrebatarle lo que es.
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“Yo nací en Managua. Mi corazón es nicaragüense. Podrán cambiar constituciones, inventarse leyes y dar órdenes desde la comodidad del poder, pero jamás podrán borrar lo que llevamos en el alma, lo que sentimos en el corazón y lo que corre por nuestras venas: pura y legítima sangre nicaragüense”, afirma con tremendo orgullo.